El mosquito no tiene la culpa

Domingo 7 de febrero de 2016
El humano mata por año unas 475 mil personas de promedio, muchísimo más que los tiburones, los cocodrilos o los leones. Quizá le sorprenda conocer que por debajo del hombre están los perros, que matan por año unos 25 mil de sus mejores amigos en todo el mundo. Terceras están las serpientes con unas 50 mil personas muertas por año. Segundos estamos nosotros, no usted y yo pero sí nuestro género. Y los primeros indiscutidos son los mosquitos que se liquidan a un millón de personas por año, pero no por su picadura sino porque son portadores de pestes que nos liquidan.
Parece que hay unas tres mil especies de mosquitos, casi todas inofensivas porque no pican ni muerden a nadie. Pero hay un par que hacen estragos. Antes era el Anopheles de la malaria o paludismo y aprendimos en el colegio que es la hembra la que lo trasmite porque es la hembra la que pica. Y hace unos años nos empezó a jorobar la paciencia el Aedes aegypti. Tiene la virtud o el defecto de trasmitir la fiebre amarilla, el dengue, la chikungunya y el zika y los digo rápido para no contagiarme. Algunos de estos nombre vienen de los lugares donde se descubrió cada enfermedad, igual que el aegypti del aedes, que se ve que salió de Egipto y llegó a todos los lugares del mundo donde hay temperatura suficiente –unos 17 grados– para criarse y andar escorchando a los humanos. También en esta especie la que nos saca sangre es la hembra porque, como la Anopheles, le sirve de fuente de proteínas para criar sus huevos.
Ya sabe que no hay vacunas para estas enfermedades. Eso quiere decir que no queda otra que padecerlas estoicamente si nos toca el dengue o cualquiera de las pestes que trasmiten. Bueno, sí, la otra es atacar al mosquito que la trasmite sin ninguna mala intención. Ya se sabe: muerto el perro se acabó la rabia.
El problema es que para matar miles de millones de mosquitos hay que fumigar mucho con un veneno que nos hace daño a todos. Lo que mata al mosquito o lo ahuyenta es lo mismo que mata al elefante solo que al elefante no le hace casi nada porque es miles de veces más grande. Pruebe atacar a un león o a un rinoceronte con un flit de su escala y va a ver como se ponen furiosos. O intente vaciarse un tarro de insecticida entre la boca y la nariz y después me dice cómo se siente ser mosquito gigante.
Quizá por eso me sorprendió ver estas semanas en diarios de todo el mundo a unos eternautas fumigando calles, cementerios, colegios, mercados… Se visten con escafandra y monos herméticos para que no les afecte el veneno que disparan a congéneres en calzones y alpargatas. Es cierto que los empleados municipales o de dónde sea que tienen que fumigar están más tiempo expuestos al humo tóxico que mata mosquitos y cuanto ser vivo se entrometa en su camino, pero sería mejor avisar a la población que no se exponga a estás fumigaciones para que no sea peor el remedio que la enfermedad.
Y tal como van las cosas, la humanidad va a tener que exprimir su pienso colectivo para descubrir el modo ecológico de terminar con las pestes. Algo que no sea tóxico ni dañino para ningún animal o vegetal. Por suerte hay gente que está investigando qué hacer con los mosquitos para que ellos no nos maten a nosotros ni nosotros nos matemos matando a los mosquitos. Para colmo resulta que si no hay mosquitos se interrumpen cantidad de procesos naturales, desde la polinización de muchas plantas a la alimentación del sapo cururú de la galería de mi casa.
Científicos de una empresa de biotecnología con sede en la universidad de Oxford han logrado modificar genéticamente los machos Aedes aegypti. Les ha puesto un gen que evita que sus crías se desarrollen adecuadamente y muera prematura la segunda generación, antes de reproducirse y hacerse portadores de las pestes. Han logrado reducir drásticamente (más del 90%) la cantidad de mosquitos en las islas Caimán y en algún lugar de Brasil donde lo han probado. Quizá sea la solución, pero lo ideal sería reemplazarlos por esos otros mosquitos que son inofensivos y que cumplen todos los oficios deseables del Aedes aegypti.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar