Arquímedes

Domingo 19 de abril de 2015
Decirles, lectores, que vi al Hombre Invisible con los ojos cerrados y meditando, parece y es toda una paradoja perfecta, pero ocurrió. ¿En qué andaba mi amigo? “Pensaba en esto, dijo: cuando uno habla de los sueños propios (los usuales, los de la noche) suele preguntar (y preguntarse) también por los ajenos, y hete aquí, que la respuesta propia o de nuestro interlocutor varía desde “no son fáciles de recordar, son en blanco y negro, en colores, terminan mal, y cosa parecida…”
El Hombre Invisible sospecha que los sueños no debieran ser naturalmente frustrantes - ni los de la noche ni los que se sueñan con los ojos abiertos - sólo que hacemos algo mal. Sucede, según él, “que en nuestra cabeza funciona también el principio de Arquímedes, el griego” (un cuerpo sumergido, total o parcialmente, en un fluido en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja). Dicho en cristiano y en relación a las reflexiones del Hombre Invisble, si cargamos de muchas preocupaciones cotidianas a nuestra mente durante el día desalojamos de ella un volumen igual de felices sueños potenciales. Porque les queda poco espacio, porque su territorio es invadido de pensamientos terrenales. Lo dijo Arquímedes. Lo mismo, según mi amigo, sucedería con los sueños de ojos abiertos: si nos pasamos todo el día llenándonos de remiendos y parches la jornada, de tanto monólogo imaginario y suposiciones, le estaríamos quitando esa cuota de espacio que necesitan los objetivos planteados en la vida. Así que habrá que ser más prácticos, habrá que darle menos bola al qué dirán, menos valor a la mentira y a la excusa, como decía una amiga en su séptimo año de terapia: “No me quedó mucho más que este balance: logré encontrar la medida exacta a la importancia de la mirada de los demás sobre mis actos”.
El Hombre Invisble abrió los ojos y me encontró a mí, con los míos cerrados, hipnotizado por la cita de Arquímedes.

Aguará-í