Una hermandad que nació en la guerra y se extendió medio siglo

Domingo 15 de marzo de 2015
Gran recuerdo. | Los veteranos se reunían en la casa de Marcial Goiris.

El retrato del general José Félix Estigarribia y la bandera del Paraguay coronaron durante casi medio siglo las reuniones de la Asociación de Veteranos de la Guerra del Chaco, filial Oberá, que se realizaban en el domicilio de don Caledonio Marcial Goiris.
En tiempos donde no había terapia para purgar los dolores del pasado, los ex combatientes paraguayos se reunían una vez por mes para tenderse la mano, darse un abrazo y exorcizar entre todos a los fantasmas de la guerra.
El conflicto bélico enfrentó a Paraguay y Bolivia por el control del Chaco Boreal y se extendió por casi tres años, desde septiembre de 1932 hasta junio de 1935. Según estimaciones, fallecieron alrededor de 60 mil soldados bolivianos y 30 mil paraguayos.

El triunfo guaraní no alcanzó para curar las heridas de la guerra. El país quedó devastado económicamente y muchos combatientes emigraron a Argentina en busca de un futuro mejor para sus familias.
Así, una treintena de ex soldados arribaron a Oberá en 1936, entre ellos don Goiris y su esposa María Fidencia Flores, ambos nacidos en la localidad de Yataity.
Se casaron cuando él tenía catorce años y tuvieron catorce hijos, de los cuales sólo el mayor nació en Paraguay. Los demás son argentinos, pero sus padres siempre les inculcaron amor y respeto por la tierra de sus mayores.
“Papá fue a la guerra con 19 años y siempre estuvo las trincheras, en el frente de batalla. Combatió en Cerro Corá y Boquerón machete en mano, como él contaba con orgullo, mientras que el enemigo tenía modernas ametralladoras”, comentó su hijo Carlos Antonio Goiris (50).
La charla con El Territorio transcurrió en la casa familiar de calle Moreno, espacio que durante tantos años albergó a la Asociación de Veteranos de la Guerra del Chaco en esta localidad.

Ecos de la guerra
En las paredes de la casa aún resuenan los ecos de tantas historias relatadas en guaraní por los protagonistas de la que fuera considerada como la guerra más importante en Sudamérica durante el siglo XX.
“Eran muy unidos, la mayoría se conoció durante la guerra y después mantuvieron una amistad toda la vida. Una vez por mes se reunían para tratar los temas de la asociación, como ser la gestión de alguna pensión o algún trámite para un compañero, y después comían un asado. Se quedaban hasta tarde charlando y recordando anécdotas”, señaló su hijo.
Muchos recordaban los pesares de la guerra, como el hambre y la falta de agua, al punto que se las ingeniaban para beber de cactus y plantas del desierto. 
Don Goiris regresó de la guerra con una bala incrustada en el muslo izquierdo que lo acompañó por siempre, ya que los médicos le recomendaron no tocar porque el plomo quedó alojado muy cerca de una arteria. “Lo curioso es que la bala se movía unos centímetros y él lo tomaba en broma. ‘Camina mi bala’, decía”, rememoró Carlos Antonio.
A mediados de los años 70 los veteranos de la guerra del Chaco comenzaron a cobrar una pensión del Gobierno paraguayo. Primero tenían que viajar hasta Asunción para percibir el beneficio y después pasaron a cobrar en el Banco de Fomento de Encarnación.
Pero los ex combatientes nunca le escaparon al trabajo y desempeñaron los más diversos oficios. Don Goiris fue machetero en la marcación de las rutas, y luego carpintero. Construyó el techo de Iglesia San Antonio, como también los bancos, la cruz mayor y el primer altar de madera. “Era un gran artesano, y eso que tenía sólo segundo grado”, subrayó orgulloso su hijo.  
A casi 80 años de la finalización del conflicto ya no quedan veteranos del Chaco en Oberá. El último en partir fue don Fermín Prette Lugo, ya centenario. Los gladiadores se fueron, pero siguen presentes en el corazón de sus seres queridos.

Por Daniel Villamea
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