Fin de ciclo

Miércoles 27 de mayo de 2015

Mía, mía". Vuelve a repetirse aquella excusa de Menem con la Lamborghini, por la ruta, a velocidades suicidas. Él fue uno de los paladines en confundir lo público con lo privado, que fue copiado enseguida por militantes, empresarios, sindicatos, trapitos  y constructores de edificios, todos integrantes de la sociedad argentina. Abusos hay por todos lados. Lo público es de quien llega primero y establece sus bases. La Presidenta adoptó siempre el criterio menemista. Y además incumplió ciertas costumbres y vulneró criterios de acción que formaban parte de la historia. Ha dado órdenes de erigir un Centro Cultural en el ex-edificio de Correos, al cual hizo poner el nombre de Kirchner, que costó 3.200 millones de pesos, desbordando las arcas públicas. Un monto con el cual se hubieran podido construir establecimientos esenciales para la comunidad. No importó: allá fue con una obra monumental. ¿Necesaria? ¿Imprescindible? Depende quien lo juzgue, pero ¿semejante erogación en tiempos de presupuestos débiles, de reservas magras, de una inflación que no cesa, con tasas de pobreza que, según la Universidad Católica llega al 26? No hay obra semejante en el mundo aunque el gobierno dice que París tiene un espacio parecido, que es el Centro Pompidou. El resto de las más importantes ciudades no los tiene.
El Centro Cultura tiene, sin duda, una sala imponente que muchos reclamaban para la Argentina, por la cantidad de asientos, porque en gran medida ya se había resuelto con la Usina del Arte, obra de la Ciudad de Buenos Aires. El resto, sin embargo, no es Cultura. Es una exaltación al estilo "culto a la personalidad" de Néstor Kirchner con grabaciones familiares especialmente que procuran enaltecerlo desde que vio la luz por primera vez. El país carga con un abuso del uso del apellido Kirchner en centros de encuentro de todo tipo, de servicios y centros de salud, de calles y avenidas. Falta que lo utilicen para denominar ciudades, antes que se retiren "momentáneamente" dicen algunos de sus seguidores a fin de año. Compite así con figuras sobresalientes de la historia argentina desde que el país es país.
También hizo lo que quiso con los festejos del 25, que incluyen entre otros actos, el Tedeum. El 25 de mayo ha quedado reducido, como fecha, a los actos en las escuelas. Como momento histórico tiene, para la sociedad una recaída, como la tiene todo el pasado argentino. El 25 de mayo de 1810 no es sólo la estampita. Es un inicio decisivo pero no culminante, que prosigue con el 9 de julio, seis años después, donde todos intentaban darle entidad a una región que todavía no era un país sino una suma de ciudades separadas por enormes distancias, con una que oficiaba de principal, Buenos Aires, porque estaba sentada sobre las Rentas del puerto. Esa identidad demoró bastante en llegar porque los habitantes se dividieron en violentas guerras civiles. Una sangre derramada, que todavía prosigue. El país-país llegará con la Constitución de 1853 y los Códigos y los formidables aportes de Alberdi, Sarmiento y muchos otros para construir una nación, para dotarla de un sentido geopolítico.  La élite que dominaba todos los resortes de la vida argentina reclamó la presencia del inmigrante pero lo trató mal, se burló de él, lo subestimó, se sintió invadida por esos millones que poblaron las calles, que ampliaron los centros urbanos y se asentaron en los campos, para lograr excelente agricultura y ganadería. De aquella invasión venimos todos.

Recién podrán acceder al poder y bregar por ideales los hijos de los inmigrantes con Palacios en 1905 y con los radicales en 1916. Ante las organizaciones de izquierda que trajeron o crearon los inmigrantes se enfrentaron primero los niños bien que sentían que les sacaban la patria y luego los nacionalistas extremistas y los fascistas que dominaron el pensamiento, la literatura y las expresiones artísticas en parte de los años veinte, en toda la década del treinta y luego en los cuarenta.
El peronismo también dividió. En especial cuando se acabaron su potencialidad, sus reservas, cuando se vio obligado a cambiar. La grieta siguió vigente en las décadas siguientes, con civiles o con militares, daba lo mismo. Quizás en estos días de mayo sea interesante repensar el país una vez más ( y van...) , sus potencialidades, sus posibilidades, sus límites. Quizás es el tiempo de exigir conducciones políticas sabias, tolerantes, de amplias agendas de trabajo, dispuestas a concretar el cambio, evitar divisiones y traer esperanza.

Por Daniel Muchnik
Periodista, escritor