Así se cambia el mundo

Domingo 21 de diciembre de 2014
A los periodistas nos asalta la ansiedad cuando empieza a terminarse el año. Y como toda ansiedad, cada año llega antes que el anterior. Así, la Navidad empieza en cuanto termina el Día de los Muertos y el Carnaval se lanza el 7 de enero y no para hasta Semana Santa. Quizá por eso nos apuramos para publicar los resúmenes del año, las mejores fotos, la noticia que conmovió al mundo o la pelea del siglo cuando todavía falta el diez por ciento del año o unos cuantos años para que termine el siglo. Y no aprendemos, porque cuando no es el terremoto de Managua de 1972 es la caída del gobierno de De la Rúa de 2001 o el tsunami de 2004 en el sudeste de Asia. Catástrofes, calamidades, revoluciones, motines, saqueos… ocurren al filo del almanaque, cuando ya habíamos cerrado el año.
El fin del aislamiento de Cuba -que igual seguirá siendo una isla- no era una noticia tan loca como para que no se nos ocurra: baja el petróleo, Venezuela casi en la quiebra, Cuba se queda sola y se están perdiendo grandes negocios, pero sobre todo había una oportunidad que ningún político deja escapar. Para colmo ninguno de los periodistas superinformados de todo el mundo tenía ni una puntita de las febriles negociaciones que apuraban estos cambios, así que ni por la lógica ni por las filtraciones se coló una versión parecida de una de las noticias más trascendentes desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. El fin del embargo de Estados Unidos a Cuba va a cambiar el mapa geopolítico de nuestra América y nos va a afectar más que la caída del telón de acero, cuando se desmoronaron los regímenes comunistas del Este de Europa.
Todavía es temprano para saber si subirá el precio de los habanos, si los cubanos navegarán por internet, si podrán comprarse blue jeans o viajarán a donde se les dé la gana sin pedir permiso al comisario político de su barrio. Ni siquiera sabemos si Obama conseguirá que el Congreso norteamericano le apruebe el fin del bloqueo porque algunos integristas quedan en esa casa, pero suponemos que la gran mayoría de los congresistas no van a ser tan estúpidos como para impedirlo. Ahora se tiene que democratizar el régimen cubano para que en la isla se pueda pensar distinto y convivir en paz: para incorporarse al mundo Cuba tiene que lograrlo, con o sin los Castro en el poder.
En los discursos en que Castro y Obama anunciaron al mismo tiempo la reanudación de sus relaciones diplomáticas, interrumpidas hace más de medio siglo, agradecieron a Francisco su mediación. Fue entonces cuando me imaginé la conversación privada de Jorge Bergoglio con Barack Obama. El papa sonríe, bendice y pide oraciones, pero también va al grano, directo a lo que busca, sin vueltas. Y tiene más sentido de la oportunidad política que Obama y Castro sumados y multiplicados por tres.
La Iglesia trabaja con una paciencia infinita y Bergoglio sabe que el tiempo es superior al espacio. Juan Pablo II y Benedicto XVI allanaron el camino con viajes a La Habana y pusieron al servicio del arreglo la eficacísima diplomacia vaticana, interesada más en salvar a la gente que en conservar el poder. El Gobierno de Canadá aportó también su cercanía y neutralidad.
Se lo resumo todo en un párrafo: el mundo se cambia con ideas, pero las ideas no sirven para nada sin trabajo, con impaciencias y a los gritos. También la Argentina. El cambio de nuestro país va a ser así de inesperado, así de sencillo y así de genial. Como la Navidad, que ocurrió en una cueva, lejos de todo y pasó inadvertida, pero cambió para siempre la historia del mundo. ¡Felicidades!

Por Gonzalo Peltzer
Director El Territorio