La inversión a partir del narcotráfico

Miércoles 26 de marzo de 2014
A excepción del desarrollismo de Frondizi y Frigerio, ningún Gobierno nacional, sea del signo ideológico que sea, ha puesto a la inversión productiva en el eje de su política económica. La alternancia entre gobiernos más o menos propensos a la política fiscal (populistas) y más o menos propensos a la disciplina fiscal (conservadores), ha determinado cierta variación en los problemas que manifiesta la economía nacional: unas veces producto del “crecimiento” a través de la expansión del gasto público (los subsidios, la inflación, los controles de precios, de cambios, etc.) y otras veces producto de la “estabilidad” a expensas de la recesión económica.
Si bien la tormenta que venimos atravesando no está en vías de extinción, hay un dato que parece alentador: algunos sectores empiezan a hablar de la necesidad de conseguir inversiones que posibiliten ampliar el potencial productivo del país, dormido producto de una estructura económica incapaz si quiera de sacar el petróleo de su propio subsuelo.
Pero como todo en economía, la inversión no aparece por arte de magia, hay que primero atraerla para luego canalizarla hacia sectores estratégicos según las necesidades del país. Y atraerla implica generarle condiciones favorables. El problema del narcotráfico que se está despertando en Argentina, puede servir de ejemplo, poco feliz, pero ejemplo al fin. Veamos.
Si usted es un narcotraficante -pongámosle colombiano- y se siente presionado por las fuerzas armadas locales, Argentina es uno de los mejores destinos posibles para llevar adelante su actividad. Acá encontrará buena infraestructura (fronteras sin radares ni controles, caminos internos liberados y dos grandes puertos de exportación -Buenos Aires y Rosario- para colocar su mercadería en Europa casi sin inconvenientes), mano de obra barata y villas miseria muy populosas donde esconder sus “cocinas” (que le dan valor agregado a su producción) y su ejército.
A su vez contará con bocas de expendio en lugares de lo más variados, que van desde esquinas y bares hasta departamentos y colegios. También gozará de cierta seguridad jurídica, pues podrá “blanquear” las ganancias obtenidas en su actividad ilegal, y contará con protección policial por apenas algunas migajas. Además, si algo sale mal y lo terminan metiendo preso, con sólo pagarle unos pesos a la persona indicada, le será posible “fugarse” de la cárcel sin más complicaciones que quien quiere salir de su casa.
Pero como si esto fuera poco, si usted quisiera dedicarse a la elaboración de drogas más sofisticadas que el clorhidrato de cocaína, el paco o la “alita de mosca” (me refiero a drogas sintéticas como los cristales de metanfetamina o las pastillas de éxtasis), Argentina cuenta con una industria química altamente desarrollada que posibilita conseguir fácilmente la materia prima para su sustentable negocio: efedrina, amoníaco o anhídrido acético.
Con buena infraestructura, seguridad jurídica, fácil comercialización, materia prima, mano de obra barata y muy bajo riesgo, el país es de los mejores destinos posibles para que las inversiones de los narcos. Por eso vienen.
Ahora bien ¿qué necesitaría entonces la inversión productiva de actividades legales para decidir instalarse nuestro país? Lo mismo: condiciones favorables.
Argentina debe recrear un clima amistoso para el capital productivo. Necesita para ello empezar a otorgar créditos blandos a la producción, incentivos fiscales, subsanar su déficit energético, ampliar sus comunicaciones internas (desarrollando el ferrocarril y la navegación de ríos interiores), ofrecer protección (respetando las reglas de la OMC), sincerar las variables económicas y otorgar estabilidad normativa y seguridad jurídica.
Hasta que el país no sea amistoso y atractivo, las inversiones productivas (sean vernáculas o foráneas) que con urgencia necesitamos seguirán siéndonos esquivas. A menos, como dijimos, que usted se dedique al narcotráfico, hoy por hoy uno de los sectores que mejor se viene desenvolviendo, por las condiciones extraordinarias que inconscientemente les venimos ya ofreciendo hace algunos años.

Nicolás Merchensky
Fundación Desarrollo y Política