Era él

Viernes 19 de diciembre de 2014

El ser humano es un bicho bien complejo; suele tomar con acierto en la mayoría de sus decisiones cotidianas reacciones proporcionadas a las circunstancias, pero a veces le pifia de lado a lado, un poco por azar y otro poco por evaluar mal el escenario que lo rodea. Son las menos de las veces, pero ocurren, como si un diablillo metiese la cola. El asunto es que esas malas evaluaciones se realizan bajo el influjo de miedos y sospechas infundadas, y estigmatizaciones sin otro sustento más que el que provee la imaginación. Lo interesante de esos errores de cálculos es qué hacer después con la culpa de haber juzgado mal a alguien por su sola apariencia. Como en esta historia: Un matrimonio y su hija entraron al consultorio del médico, se anunciaron ante la secretaria y esperaron turno en las butacas. Sentaron a la nena al lado de un muchacho que estaba desde hacía un rato. Enseguida la mujer lo observó con detenimiento y no le gustó la facha del muchacho, así que alzó a la nena y la sentó en la otra punta, al lado de su padre. El marido observó también con sospecha al muchacho y le recomendó por lo bajo a su mujer que no perdiera de vista su cartera. Tenía aquel muchacho, por lo visto, pinta de ladronzuelo. La mujer, como medida de seguridad, se levantó, y también se alejó sentándose en la otra punta, al lado de su hija. El muchacho miraba el suelo y apenas se le veían los ojos achinados debajo de la gorra, las piernas delgadas estiradas montando un pie sobre el otro y en sus extremos unas zapatillas gastadas.
Al rato el médico se asomó por la puerta y al ver que estaban todos los que él esperaba los hizo pasar: al matrimonio, a la nena; y para asombro, al muchacho. Una vez adentro les dijo a la pareja: “Bueno, amigos, quiero presentarles a Damián (señaló al muchacho) él es el donante de la médula que le trasplantamos a la nena”. Los esposos se miraron atónitos, después reaccionaron y lo abrazaron. La madre lloró. No se sabe qué fue de sus culpas por haber sospechado de alguien que justamente les había dado lo que más necesitaron en sus vidas.

Aguará-í