La política del siglo XXI

Domingo 29 de noviembre de 2015

Echarle la culpa al cambio de siglo de las transformaciones sociales es solo un lugar común universal: el almanaque no rige la realidad, solo mide el tiempo en que los hechos ocurren. Los que producen esas transformaciones son los factores tecnológicos o evolutivos que influyen decisivamente en el comportamiento colectivo de los seres humanos. Y esos factores se dan en 2015, en 1968, en 1945 o cuando sea.
Ahora estamos ante un cambio en el paradigma de la política en la Argentina y eso es lo que intentaré explicar.
Durante muchos años el poder necesitó de las manifestaciones. Grandes multitudes que llenaban plazas señaladas de las ciudades donde sucedían. Unas veces eran marchas itinerantes y otras simples reuniones estáticas. Y al golpe de las manifestaciones los presidentes, generales, ministros, obispos, gobernadores, mejoraban o empeoraban su capital político. Por supuesto que no es exclusividad argentina ni latinoamericana, pero en la Argentina desde el 25 de mayo de 1810 venimos usando la Plaza de Mayo de Buenos Aires para estos mitines públicos a favor o en contra del que esté instalado en la casa del poder.

Bueno, parece que eso se acabó hace más o menos tiempo en otros lugares del mundo y que quedan algunos a los que la ola llegará con retraso. También en estos días le ha tocado a la Argentina dejar de ser presa de manifestaciones que ya no mueven la aguja de ningún barómetro. Algo de eso ha sufrido la Presidenta ya saliente con sus arengas en cadena y sus patios de la Casa Rosada, que en alguna medida puede haberla engañado como se engaña uno cuando cree que todo el mundo piensa del mismo modo que su círculo social más cercano.
Pero las manifestaciones no son la única realidad que ya no mueve la aguja de los barómetros de la política. Tampoco la mueven la bronca ni los grandes discursos. Hasta Néstor Kirchner el conflicto dio resultado y desde Cristina Fernández de Kirchner ha dejado de darlo. Pasamos casi sin darnos cuenta del Club de la Pelea a la Era del Consenso. Antes nos dominaban con la furia y hoy nos convencen los mansos. Ya no funciona imponerse, ahora se trata de seducir. Antes se apelaba a las pasiones, ahora a la inteligencia. Antes se seguía a las personas y ahora se buscan ideas, que no es lo mismo que ideales ni que ideologías.
Dicen que es el fin del populismo y quizá sea cierto, pero me parece que lo que seguro se termina es el personalismo de corte autoritario que caracterizó al peronismo antidemocrático, como lo describía Jacobo Timerman: un partido que se servía de la democracia para atentar contra la democracia. Hasta el nombre Frente para la Victoria significa el primordial interés en ganar elecciones por encima de cualquier otro ideal como la Justicia, la Paz o la Concordia (no me meto con el “¡Hasta la victoria, siempre!” que muchos gritan sin saber lo que están diciendo). El kirchenrismo quizá sea la última expresión de ese peronismo que detestaba el padre del todavía hoy canciller de la República.
A partir del próximo 10 de diciembre el justicialismo tiene la oportunidad histórica de refundarse como un partido democrático y republicano, sin dramas cuando hay que alternarse en el poder porque el soberano lo decide y respetuoso de las reglas que rigen para todos, también para ellos. Tiene que dejar de retar o de ningunear a sus contrincantes ocasionales y debe tolerar pacíficamente otros modos de pensar, aunque no les guste. Lo mismo para los que estén en el poder, que además deberán cuidarse de caer en revanchismos y venganzas que no llevan a nada bueno: el que otros cometan o hayan cometido ciertas tropelías no habilita a nadie a cometerlas también.
Entonces habremos entrado en el siglo XXI, aunque sea un lugar común universal.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar