Tupac y el caballo

Sábado 10 de octubre de 2015
Aguara-í
Soy un caballo viejo, un matungo bichoco, vencido, olvidado en los establos destartalados a orilla de la historia. Soy una barca huérfana en el muelle abandonado, última región de la memoria del Pacífico y toda mi angustia cabe en un islote en el delta de mis cicatrices. La gusanera dejó de ser una condena de tan acostumbrada, y es compañía en simbiosis, sin queja sin llaga. Pero una vez fui músculo: en la tarde en que me encincharon el arnés maldito. Ataron en él las guascas blanqueadas de tensos arreos, y en el otro extremo, el amarre de 'algo' al mundo. En cuanto al jinete diré poco. Mestizo y poco diestro. El desalmado montó como víbora y clavó en mis ijares la astilla envenenada de la espuela de oro, una vez, y otra y otra. Uno siente entonces como fuga la sangre diluyéndose entre el sudor, uno siente el mordisco del fuego. Enceguecido de ardorosos latigazos, púas y griterío, jalé la soga sin saber qué cargaba, bufando desesperado. Resbalé, me encabrité. Los molares se partían al brusco sacudón del freno, tironeos y cinchada, hasta que se alivianaron tras un patético grito de dolor infinito, y la aflojada fue alivio y también cruz. Huí al galope desbocado para olvidar la tortura que había causado".
Nadie montó por un tiempo al corcel demente que arrastraba por la tierra, atado de guascas enrojecidas, el brazo izquierdo de Tupac Amaru, desgajado en 1781. "Marcha, el pueblo por la Historia, dicen allá, como marcha una procesión indolente".
La historia de América fue historia de cegueras, y de esa cierta vieja incapacidad de razonamiento y previsión se nutrió el opresor, allí se embosca otra realidad: no la vemos en tanto ocurra en nuestras narices. Golpes, plazas bélicas, escrutinios aguachentos, no todos entendieron en tiempo real qué pasaba, después el olvido echó terrones en la tumba, y el pasado quedó debidamente sepultado.