Los bailarines

Lunes 24 de noviembre de 2014
Un ángel arriba ha sido llamado por su nombre, ha oído el saludo de dios anunciándole que es su hora de nacer abajo como persona, y las plumas de sus alas blancas tiemblan de felicidad como las briznas al amanecer cuando ven al sol. El ángel baila a su manera. En su nuevo estado lo delatará – no podrá impedirlo- su sentido refinado de la belleza de la música que acaso sea una débil reminiscencia de aquel saludo ya imposible de retener en su totalidad. Y en adelante buscará su coro.
Ya sin alas, tamborileará los dedos sobre el dorso de sus manos cuando rece o moverá imperceptiblemente los pies cuando escuche el estribillo orquestado de los pájaros del país que le tocó en suerte nacer.
Muchos de nosotros quizá olvidamos aquel saludo: 'Ve al mundo, serás humano. Tendrás hermanos y padres. Es hora. No nos olvides. Volveremos a vernos. Bailaremos otra vez'. Pero en su memoria de ángel venido de lejos, el extranjero de himnos y religiones guarda esas palabras como si las leyera al recordarlas fluyendo desde un pentagrama escrito para ningún instrumento conocido.
Le quedan el estertor, la cadencia, el paso, el salto. Los bailarines mantienen aún esa conciencia de origen angelical que despliegan en frenesí cuando se animan y se lo permiten. Por eso se buscan en ámbitos de libertad. Sin embargo a veces rinden culto al triste silencio del músculo y reprimen la tensión de los tendones por respeto y amor cuando sufren como suyo el dolor ajeno de los amnésicos ante una partida, que no es sino el regreso de otro ángel a la fuente y al prometido baile sin fin, y aunque en sus ojos se mueva inquieta una tierna lágrima, en esa absoluta inmovilidad, aún vemos como sus sombras bailan, y aunque entornen sus ojos en la noche sin sombras, podemos sentir que su corazón late de manera armónica, y sabremos que baila.
Los bailarines son esperanzados semi-duendes en cielos de semi-dioses que ninguna mitología reclama. Ángeles, apenas desnudos de alas.

Aguará-í