María Silvia Chapay, digna heredera de la esencia jesuítico-guaraní

Domingo 9 de marzo de 2014

Fue trabajadora rural, cocinera, doméstica, crió a sus hermanos y fue madre de sus sobrinos; maestra de rezo a falta de sacerdotes, catequista y hasta partera. Si María Silvia Chapay pudo ser todo eso (y aún más) y con 94 años atesora los recuerdos heredados de su bisabuelo, uno de los caciques fundadores de este pueblo correntino, que la nombren Tesoro Humano Vivo luce totalmente acertado.
La mujer fue homenajeada en noviembre último por la Legislatura de Corrientes, siguiendo las directrices de la Unesco, y es la única persona en todo el país que ostenta esa calificación. Sin embargo, humilde y bondadosa, como ha sido toda su vida, vive en su casita de la calle Mario Bofill como cualquier vecino, lúcida pese a su avanzada edad y con mucha fe para seguir adelante.
Testimonio vivo del transcurrir del siglo pasado, es descendiente de Blas Chapay, quien tuvo activa participación en el éxodo de los pueblos aborígenes de las reducciones jesuíticas de Misiones hacia la Loma Yatebú portando gran cantidad de imágenes sagradas a las que dieron su impronta y no quisieron dejar abandonadas a manos de los invasores, tal vez con la certeza de que podrían encontrar tierra de labranza, animales y la bondad de la naturaleza en otros lares, pero para ello debían conservar su identidad.

María Silvia (llamada “Silvia”, “María” o “abuela”) recuerda, por ejemplo, las procesiones con la imagen de Nuestra Señora de la Candelaria, traída desde el pueblo homónimo misionero y que reposa en un pequeño templo que todavía se conserva.
“Mi papá me contaba historias de su abuelo, con los indios trajeron a la Virgen. Era nuestra madre, nuestra patrona, hermosa, era una imagen grandota, ahora es más chiquita porque le robaron, una vez vino uno que decía que quería ser cura y era para robar, y robó las prendas de la patrona, por eso se quedó chiquitita nuestra Madre”, señala la mujer.
Hace unos días cayó enferma y se está recuperando, por lo que no muestra la misma vitalidad de aquella jornada en la capital correntina, cuando recibió una medalla y un diploma y respondió hablando casi dos horas.
No obstante ello, todavía tiene fuerzas y cuenta que “entre sueños me llevaron al cielo, llegué con el Padre celestial, me senté al lado, me miró y me dijo ‘vos no te vas a morir todavía’”.
Hija de Efigenio Chapay y Mercedes Giménez, Silvia comparte: “Yo escuchaba cuando mi papá le contaba a mi mamá la historia de cuando los parientes de él le trajeron a la Virgen. Y le pusieron enfrente del cementerio (lugar fundacional), ahí había plantas de naranjas centenarias. Dicen que la Virgen se hizo la pesada, no se quería mover y los que le trajeron dijeron ‘este es el pueblo para ella’”.
El histórico huerto de naranjas donde se instalaron los guaraníes y el cementerio ya no existen como tales, aunque un monumento y sus placas dominan la esquina y recuerdan la gesta.
El reconocimiento provincial (se la nombró también ciudadana ilustre) no sólo la rescata por su origen, sino también por su ejemplo de tesón y solidaridad.
La abuelita Chapay recuerda que su mamá “era sirvienta de una estancia y mi papá trabajaba en la colonia”, pero a corta edad la vida se le hizo más difícil.
“Yo era una muchachita pobre y pronto me quedé huérfana de madre, les crié a mis hermanitas, una no caminaba y la otra era bebé, yo tenía 10 años, mi papá era un hombre trabajador, me decía ‘cuidale a tus hermanas, no salgan de la casa, no vayan a la casa ajena, yo voy a procurar trabajar, somos pobres’. Él se levantaba a la madrugada, me decía ‘bueno, Silvia, calentá agua para el mate mientras yo me voy a bañar a la laguna’”, rememora.
Nacida en 1919, María afirma: “cuando yo era chiquita recién empezaba el pueblito de Loreto. Cuando tenía 8 ó 9 años entré a la escuelita, íbamos todas las criaturas a la escuelita. Con mi hermano nos cuidábamos solos, la gente era buenita, no como ahora. Nos conocíamos todos, éramos como parientes todos”.
De aquellos años cuenta: “Todos hablábamos en guaraní. Después en la escuela aprendimos el castellano”.
Hoy en día, aunque habla en español, si el paso del tiempo la traiciona y no capta alguna idea, entiende mejor si se lo explican en el idioma de sus ancestros.
La remembranza prosigue: “Era un pueblito muy pobre, había una sola carnicería, y los almacenes eran dos: Piñeiro y Portela. Me fui a Corrientes a trabajar como sirvienta cuando tenía 15 ó 16 años, trabajaba mucho, entré como cocinera. Mi patrón era de apellido Ojeda, me decía ‘María, ¿vos sabés cocinar la comida del campo? Yo quiero comer locro, cociná mañana’, le cociné y las hijas no quería comer, tomaban la sopita, la carne, pero el maíz no querían comer. Yo le decía al señor ‘esta es nuestra comida, porque nos ayuda mucho para trabajar, nos alimenta mucho el maíz, la carne, la mandioca’.
En la capital provincial “me quedé un año y mi papá me fue a buscar porque una de mis hermanas me extrañaba mucho. Y entonces volví, y trabajábamos, sembrábamos algodón, de todo hacíamos. La colonia era del banco, le sacaron a un señor que era Reyes, le sacaron porque no pagaba. Entonces les dieron a los pobres que se animaban a trabajar, entonces con mi papá fui. Yo era carpidora, sembradora, hacía de todo. Si tenía que ir a la casa del vecino a ordeñar la vaca traía un litro o dos para mi familia”.
En este tiempo sigue prefiriendo la leche recién ordeñada por sobre la de sachet y agradece a quienes se la hacen llegar.
“Después salimos porque el banco vendió el campo. Entonces vinimos para acá, hacíamos trabajos, lo que se encontraba. Me casé pronto, después murió mi marido y me quedé sola otra vez”, agrega.
Pero no se quedaría sola del todo, porque crió como propio a Narciso Valentín Aguirre Chapay, hijo de su hermana, quien falleció en el parto. “Si salgo un sábado a la noche con mis amigos, ella no duerme hasta que llego”, cuenta el muchacho.
Ella también fue joven y, según cuenta, era famosa por sus dotes como bailarina.
María Silvia tiene una fe profunda, “a veces me dicen que rezo mucho”. Supo ser catequista por pedido del cura del pueblo, pero antes, cuando no había sacerdote, era la encargada de encabezar las oraciones en los velorios y en los nacimientos, y tiene “un montón de ahijados”, (aunque lamenta que no la visiten a menudo). Incluso algunas veces tuvo que asistir partos.
Llegó a los 94 años porque “era una muchachita muy sana, nunca me enfermaba, porque no había doctor ni nada, sólo había curanderos. Nos mandaban a tomar plantas, yuyos”, resalta la historia viva de un pueblo que no puede permitirse olvidar sus raíces.


Reconocimiento correntino

En noviembre pasado en la Legislatura correntina, María Silvia Chapay fue distinguida como ciudadana ilustre y tesoro humano vivo por Ley 6221. La iniciativa de la diputada Sonia López, quien en su momento señaló con la acción desplegada “se está reconociendo a la señora Chapay como abuela nuestra, que nos habla de quiénes somos y de dónde venimos”.
Al instruir la designación de tesoros humanos vivos, la Unesco busca la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial y también garantizar que sus conocimientos, su historia y sus técnicas se puedan transmitir a las nuevas generaciones.
Chapay recibió una medalla y un diploma, aunque hasta el momento la distinción no pasó de estos elementos.