Cartas de Lectores

Sábado 7 de marzo de 2015

¿Necesidad o negocio?

Señor Director:

Aunque siendo voluntaria se escucha decir no les den monedas a los niños en las calles, y ese pedido se fundamenta en varias consecuencias que traería esa acción a los “beneficiados”, también es cierto que es muy común ver en muchas esquinas o semáforos o dentro de ómnibus urbano por ejemplo a gente, ciudadanos, personas, que no siendo niños, piden alguna moneda bajo pretexto de que son manco, cojo, chueco, pobre, ciego, sordo, mudo, enfermo, que tiene sida, que no tiene sida, que es tal o cual cosa o vaya a saber qué otro problema. No creo que exista una escala para medir la limosna o a quién dársela, pero al paso de los años creo detectar a quien fraudulentamente intenta hacerse de ella y ocupo el término fraudulentamente porque ese “pobre miserable” atenta contra los demás que sí necesitan de esa limosna. Con todos los planes sociales, pensiones, asistencia y asistencialismo existentes se creería no debería haber más gente pidiendo limosna, y para peor que se los vea haciéndolo pero estando el ser humano con condiciones para trabajar, con dos manos y dos piernas. Entonces, ¿a quién darle y a quién no? ¿Pueden trabajar? Y lo hacen al pedir limosna, que ya es un trabajo para ellos, como tragar fuego, vender frutitas o hacer malabarismo con pelotitas o palitos, o solamente estirando la mano entre autos mostrando lo que parece alguna carencia.
Muchos fingen discapacidades para dar lástima. Sabemos que a la mayoría de los niños que piden los explotan sus padres, incluso hay algunos que los alquilan para que otro pida. A algunos, y no solamente a niños, ofrecí comida, abrigo, calzado, pero me pidieron dinero. Están otros que venden chicles, pastillas frutales, limones. Mujeres con hijo en brazos, en panza y colgados de la falda pidiendo le compren alguna manualidad o algo para sentirse útil y dignas, las menos. Muy común entre los aborígenes que deambulan por la ciudad. Trabajo suele haber, en negro lógicamente, porque de lo contrario pierden la asistencia, el plan etcétera, escucho a menudo. La comodidad y el sedentarismo que se consiguieron con muchos casos del asistencialismo sin límites hicieron mella y se radicó en la familia, la célula de la sociedad. A una generación que vio a sus mayores con los dedos cortos de rascarse difícilmente se le pueda exigir algo. Es más fácil pedir o sentarse y esperar que lluevan peces y panes. Y están los más viejitos, los ancianos, los únicos que justifico que a pesar de la asistencia del Estado pidan ayuda porque no les alcanza los pesos, y que también la mayoría de ellos trata de sentirse útil y digno, lo hacen entregando folletos en esquinas o vendiendo algo, aunque sea un yuyito para el tereré. Sé que hay gente que por determinadas circunstancias necesita ayuda urgentemente. Pero, ¿cómo saber cuándo es verdad o mentira? Pero se le da una moneda o un papel billete casi sin valor, como para sacarse una culpa.
Pero también sé que alentar este tipo de conductas, sin deseo de contrariar a San Agustín, es el motivo de que haya tantos limosneros y pordioseros que no lo necesitan y que gracias a ellos nos sea casi imposible distinguir para quién es una cuestión de necesidad y para quién es simplemente negocio. Toda una cuestión.


Jorge Cacho Saldivia
Candelaria