Einstein en Suiza

Sábado 13 de febrero de 2016

La noticia revoluciona el cielo y la tierra: acaba de comprobarse otra de las centenarias teorías de Einstein, que en verdad pocos paisanos entienden del todo. En el ancho mundo moderno apenas existe un puñado de mentes capaces de entender su vieja teoría de la relatividad, las singulares consecuencias de moverse a la velocidad de la luz, y ahora, estas novedosas ondas gravitacionales, cuyas causas parecen provenir de las más osadas  musas de la ciencia ficción: campos y tiempos de estrellas y agujeros negros tan fabulosos que cuestan reducirlos al formuleo matemático por no quitarle su cierta poesía de enunciación fantástica.
Todo comenzó, aseguran los biógrafos y críticos de Einstein, en una oscura oficina de patentes en la Berna suiza. Allí vivió nuestro genio (entre 1902 y 1905) que como un ganapán simplón anunciaba en los diarios: "Clases privadas de Matemáticas y Física. Una hora de prueba gratis".
Tiene apenas 23 años y está de novio con Mileva, que será su primera esposa; viven ajustadamente en una casa de dos habitaciones sobre el callejón de la Gerechtigkeitsgasse y allí recibe la noticia de haber sido elegido provisionalmente para el puesto de experto técnico de la Oficina de la Propiedad Intelectual. Su salario será de 3.500 francos anuales. Se muda más allá del puente Kirchenfeld sobre el río Aare. Su tarea será examinar los últimos inventos en ese recogido ámbito tan propicio a las visiones de Tiempo y Espacio: hay quienes sospechan que de otra loca cabecita provienen esas ideas, acaso chispas que encendieron su imaginación.

En mayo de 1905 publica un artículo sobre el efecto fotoeléctrico; seguirán: El movimiento browniano, la Teoría de la Relatividad (junio), y la Equivalencia entre masa y energía (setiembre), que en tres meses y medio revolucionarán el mundo científico.
Einstein nació en Alemania en 1879. Renunció a esa nacionalidad, se hizo suizo, austriaco, de nuevo alemán, y más tarde estadounidense. Murió en el 55.