Medina, el misionero que patrulló y sufrió en una Kosovo inmisericorde

Domingo 15 de marzo de 2015

Con los cordones de sus botas desatados, el uniforme desgastado y los colores de la bandera Argentina en su pecho, Luis Medina, ahora con 59 años, por entonces sargento ayudante del Ejército Argentino, ayudaba a un niño del territorio de Kosovo, en la península de los Balcanes, en el sureste de Europa.
“Me decía ‘bicotio, soldato argentino’, algo así como decir ‘bizcocho, soldado argentino’... Pobrecito, tenía hambre ese niño y eso lo veíamos de seguido, era terrible lo que estaban viviendo”, recordó el soldado, quien en 2005 viajó a Europa para ser misionero de paz en esa ciudad.
 La muerte del jefe de estado de Yugoslavia, Josip Broz, conocido como el Mariscal Tito, desató desde la década del 80 (y sobre todo  en los 90) una serie de enfrentamientos políticos entre etnias y religiones que llevaron al desmembramiento del país y requirieron la intervención de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan), que constituye un sistema de defensa colectiva, donde los estados acuerdan defender a sus miembros en caso de ataques externos.

 Por entonces, las agitaciones internas de Kosovo llevaron al ex soldado Medina a esa “tierra de grandes montañas y bosques”, como él mismo la describió. Un lugar donde vio de cerca el sufrimiento, el dolor, la pobreza, el hambre y la muerte.
“Pasaban muchas cosas feas, era una guerra fría y cruel, sin misericordia”, se lamentó el argentino, integrante de las tropas del Ejército que eran dirigidas por el bloque italiano, uno de los más consolidados de la Otan.
En su viaje, el combatiente estuvo acompañado por 70 soldados más, con quienes hacía patrullajes nocturnos y guardias preventivas, que tenían como misión evitar los enfrentamientos entre Serbia y Montenegro. “Es un lugar donde hay graves problemas de religión y etnias, es una ciudad conservadora donde las mujeres no tienen participación y los ancianos son los más respetados. Ellos se rigen por un sistema de patriarcado, viven todos juntos en las cuevas de las montañas”, detalló Medina, quien para esta misión se preparó en el Batallón de Ingenieros Anfibios 121, en la localidad de Santo Tomé, en la provincia de Santa Fe.
Lejos de su familia y afectos, Luis se encargó de vigilar “la casa del patriarcado, un templo ortodoxo, que tenía monjas y sacerdotes. Nosotros debíamos controlar que no ataquen el templo. Ellos tenían liturgias que duraban ocho horas y nosotros esperábamos parados a que terminaran. A la noche quedábamos en vigilia a la espera de una alarma. El sonido de la sirena nos avisaba que teníamos que salir, que algo no anda bien”, detalló pensativo sobre lo que todavía está fresco en sus retinas.
Y cuando el sonido era la señal, cuando se presentaba, ineludiblemente en menos de cinco minutos los soldados estaban en las calles acompañados con sus equipos especiales. La sirena alertaba sobre la posibilidad de un enfrentamiento, que con mayor frecuencia ocurría por la madrugada en las montañas o en los bosques de Kosovo. “Vimos de cerca los estragos de sus luchas, muertos, desnutrición, dolor y miedo. Era un pueblo devastado que lo perdía todo, todo el tiempo, era terrible”, graficó Medina mientras en su sillón afinaba su relato.
“Escuchábamos la sirena y cada uno de nosotros teníamos que estar en nuestros puestos. Quedábamos todos atentos y cuidábamos que no pase nada, porque si había una emergencia se mataban entre ellos... ¡Se mataban!, no les importaba nada”, aseguró quien todavía no había visto todo lo que le esperaba en el corazón de una guerra cruda y despiadada.
Después de las batallas, afloraba en las calles de la ciudad “un cementerio a cielo abierto; veíamos los cuerpos tirados que eran de familias enteras. Muchas de esas personas no sabíamos ni quiénes eran. Fue terrible, peor que lo qué paso en Argentina, realmente fue de terror”, sentenció.

La subsistencia
Medina estaba en tierras lejanas, extrañas  y violentas. Reconoció que no fue fácil subsistir a la tensión de los enfrentamientos, pero aseguró que nunca tuvo miedo.
“El soldado de guerra debe estar preparado psicológicamente para cualquier cosa. Uno sabe cuál es la situación y tiene que afrontarla. Tuve la suerte de estar bien cuidado por mis superiores y el equipo de logística; pudimos cumplir con nuestra misión y siento que Dios me bendijo y ayudó mucho. Hoy puedo estar con mi familia y tener un hogar”, dijo sin esconder la emoción, aunque de pronto a su mirada volvió la  tristeza de aquel duro escenario.
Y con un tono bajo, recordó: “Desapareció muchísima gente… En algunas zonas,  pueblos enteros dejaron de existir. Nosotros, en las recorridas, siempre teníamos la esperanza de encontrar sobrevivientes, pero no quedaba ni uno vivo, son esas situaciones difíciles de explicar”.
 En Kosovo, durante los pocos tiempos de recreación, los soldados recorrían las bases de otros países, como las de España, Italia y Estados Unidos. “Veías un descampado grande y ahí estaban las carpas de los ejércitos de la Otan. Una verdadera ciudad. No tenían luz eléctrica ni agua potable, sino que contaban con las máquinas generadoras de energía. Esos elementos se usaban por hora o minuto”, explicó en referencia a la logística de la guerra.
Buscando las palabras exactas para definir a Kosovo,  Medina la comparó con Tucumán. “Es una ciudad chiquita, por día caminábamos 30 kilómetros con mochilas de diez kilos. Hacía mucho frío y algunas noches la temperatura llegaba a 19 grados bajo cero. Era un clima muy distinto al de Posadas”.
A diferencia de lo que ocurre en otros conflictos bélicos, la comida no fue un problema para los uniformados. Pero sí el tener que alejarse de sus familiares. “Mis hijos se deprimieron mucho, en casa quedaron todos mal y cuando volví era todo alegría... Es que traje unos regalos”, bromeó.
Y no olvida que la mayor sensación de lejanía la tuvo en Navidad, porque “en Argentina eran las 20 cuando nosotros en Kosovo estábamos festejando. Ese día quería estar con mi gente; sin dudas los extrañé mucho”, dijo agarrando con sus manos la fotografía de su familia que se había llevado para su protección. Y que le sirvió.

Por Carolina Ozuna
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