Rencillas domésticas

Sábado 28 de noviembre de 2015
Diluvia en la ciudad de Juan de Garay y Horacio Larreta; el barrio de San Telmo los emparienta, es una aldea, y es una taberna de puerto el cafetín de la calle Chile donde ya nos conocemos los náufragos solitarios: el parco auditor de la Standard Electric, el aventurero jefe de máquinas de los cargueros de la Esso, hoy no vinieron, la delicada señora de melena canosa como Martha Argerich que sí, y un servidor. En el humedal porteño, a pasos del Fuerte y el metrobus, comparto con ella la mesa de su té de manzanilla y mi café negro.
Dice aplomadamente: “Cuando una pareja con hijos se separa comienza una lenta transición hasta el divorcio. Es un período traumático harto estudiado por psicólogos y abogados mediadores. El marido mudado pero aún aferrado a los bienes gananciales decide regular la pensión y opta por no entregar dinero a su ex mujer sino que le lleva alimentos y se ocupa de pagar él mismo los gastos de la casa. Su mujer no toca un peso. Hasta que se agota solita la contienda ridícula porque es una farsa guiñolesca que el tiempo diluye. No abundan entonces los gestos de confianza que antaño los vinculaba, lo que termina desmereciendo los felices años de las apariencias. El mismo síndrome pareciera tener su correlato en el interregno de la transición del mando presidencial. Una artillería de actitudes antojadizas e infantiles se ventila a los ojos de los ciudadanos, que vendríamos a ser los hijos, y asistimos como en un conventillo a reuniones tajantes, descortesías y rencores sedimentados que ya no pueden disimularse, quizá genuinos, quizá de miedos, pero inadecuados en esas esferas. Como si aún la realidad de un año agobiante de artificios democráticos y el fin del largo proceso resultaran duelo por luto para la servidora pública que cederá el sillón de Rivadavia el 10. Al fin y al cabo, el juramento, la bendita banda presidencial y el bastón de Pollarols serán el 11 un formalismo banal”.