Al contrario de lo que le pasa a Rodión Raskólnikov, el joven protagonista de la novela de Fiodor Dostoievski, que decide entregarse ante las autoridades para cumplir su pena y después rehacer su vida, la mayoría de los condenados en Misiones sigue con su castigo aún después de pagar su deuda ante la sociedad. Una pena que ya no tiene que ver con las rejas sino con la imposibilidad de recuperar sus afectos o lo que es todavía más definitivo, reinsertarse socialmente. Al punto que muchas veces vuelven a delinquir y a la cárceles reales.
Números. Actualmente en Misiones hay 400 personas beneficiados por la Justicia con libertad condicional, por sus buenas conductas y porque no significan peligro alguno para el resto de la comunidad. De ese total alrededor del 60% no tiene empleo y de este porcentaje, un 80% sobrevive haciendo changas en la construcción y en la venta callejera, según datos oficiales. Son muy pocos los que consiguen empleos estables (págs. 4 a 9).
El obstáculo: el prejuicio social. Es que además de la condena cargan con otro castigo, la pobreza y todas las otras carencias primas hermanas, la falta de escolarización y de algún oficio, por ejemplo.