El juicio de la opinión pública

Domingo 1 de febrero de 2015
Vox pópuli, vox Dei dijo alguien y no se sabe quién hace miles de años, pero sólo hay constancia escrita desde la época de Carlomagno. Quiere decir que la voz del pueblo es la voz de Dios y se refiere a una gran verdad sobre la que se basa la democracia: lo que todos eligen Dios lo firma, o de otro modo: el pueblo –como Dios– no se equivoca. Para la política, este proverbio sabio significa que nunca es bueno oponerse a la opinión pública, la opinión colectiva de la gente común, que no es lo mismo que la opinión de la llamada clase política o de los círculos áulicos del poder, eso que Mauricio Macri llamó una vez el círculo rojo.
El juicio del pueblo no tiene porqué coincidir con el de los jueces, que sí tienen obligación de juzgar y sus fallos deberían cumplirse inexorablemente. Pero cuando la Justicia con mayúscula no funciona, cuando el Poder Judicial –cuyo único fin es restablecer la justicia cuando se la vulnera– no descubre y pena a los culpables de los crímenes o no restituye los derechos inculcados de las víctimas, entonces sólo vale la sentencia de la opinión pública, que se vuelve inexorable y hasta cruel porque no siempre es justa. Y no es justa entre otras cosas porque sus parámetros son sentimientos colectivos de una sociedad a veces dañada, como es el caso actual de la Argentina. Pero eso no es nada.
No es nada porque si bien se puede manipular a los jueces inicuos, que los hay, es mucho más fácil manipular a la opinión pública, que es absolutamente inocente. Hay miles de casos en la historia, desde aquel día en que quienes querían condenar a Jesús porque les resultaba molesta su presencia consiguieron cambiar el indulto de Pilatos a favor de Barrabás.
Todo el mundo sabe que quienes miden la opinión pública tienen varios resultados y que los de verdad sólo los conocen cabalmente quienes pagan la cuenta. El resto sirve para decir vamos ganando, como José Gómez Fuentes, aquel locutor de la televisión pública durante la Guerra de las Malvinas. Dicen que la verdad es la primera baja de cualquier guerra y es así porque nadie gana cuando sale a perder, por eso mantener alta la moral en las tropas y en la retaguardia es fundamental para ganar un partido de fútbol y también una guerra mundial. La voz del pueblo actúa también así, tanto que nunca se sabe cabalmente si gana el que vota la mayoría o la mayoría vota por el que gana.
Se entiende porqué hay interés en manipular la voz del pueblo. Sirve para ganar elecciones pero también para denostar enemigos, para inventar próceres, para hundir famas, para bajar precios y para subir estimas. Solo hay que mirar lo que pasa en la Argentina de hoy, dividida por una ancha avenida que separa los buenos de los malos y los malos de los buenos, depende en qué vereda esté. Todo pareciera indicar que ya no importa la verdad, ni la investigación, ni el fallo de la Justicia en el caso de la muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman. Sólo valdrá la sentencia de la opinión pública, expresada cabalmente por la Presidenta cuando interpretó lo que podemos decir todos: “No tengo pruebas pero tampoco tengo dudas”.
Unos y otros –las dos veredas– usan todos los recursos que tienen para manipular la voz del pueblo. No se salvan ni los diarios, ni la radio y la televisión, ni las redes sociales, que parecen lo más ingenuo y son lo más manipulable. Se usan maniobras de distracción, globos de ensayo, cortinas de humo, preguntas inducidas, coberturas impensadas… Se fuerzan los errores del enemigo como en los partidos de tenis y se los machaca hasta el hartazgo. Para eso sirven zancadillas, palos en las ruedas, acción psicológica, mentiras desvergonzadas, memes, videitos, photoshop, sarcasmo… alimentan juicios apresurados y sofismas flagrantes que ocultan la verdad, que debería ser lo que realmente importa.
Si no hay normas, o si las leyes sólo valen para el que no puede escapar a su cumplimiento porque la Justicia no consigue defendernos de esos abusos, sólo queda el juicio de la opinión pública… manipulada. Y entonces la voz del pueblo deja de ser la de Dios y se vuelve la voz de los poderosos, tengan las intenciones que tengan. En sus manos estamos todos, también la verdad.

Por Gonzalo Peltzer
Director El Territorio