El segundo Gutemberg

Martes 7 de julio de 2015
Tome nota, escriba, ¿le presto una birome?
¿Quién si no lleva una en el bolsillo, no la manguea? A Ladislao Biro la pasión por los inventos le vino desde la cuna. Y no es sólo una frase: el médico que lo trajo al mundo en Budapest, en 1899, le dijo a su madre que sus posibilidades de vida no eran muchas dado su escasísimo peso, y ella dio batalla a la adversidad: puso a su hijo bajo una lámpara, pensando que el calor podría completar artificialmente su desarrollo, y eso no sólo resultó eficaz, sino que anticipó la aparición de la incubadora. Por esos misteriosos vínculos entre madre e hijo, la mujer le inculcó desde niño la infatigable voluntad de 'buscar y hallar algo', que es, básicamente, la definición etimológica del verbo inventar. Entre 1928 y 1978, Biro (que fue periodista, pintor, escultor, agente de bolsa e hipnotizador) patentó más de 20 inventos. Entre ellos: el lavarropas, el cambio automático para autos, la boquilla anti tóxica, la cerradura inviolable, el desodorante, y el que lo hizo célebre en todo el mundo: el bolígrafo. El hoy inseparable instrumento de la escritura universal evitaba manchas porque prescindía de la pluma embebida en tinta, y se hizo conocido con el nombre de birome, que es el mix de su apellido y el de Juan Meyne, su socio. Al principio, cada birome costaba casi 100 dólares, resultaba prácticamente inaccesible para los salarios medios de entonces, por lo que Biro se propuso popularizar su invento. Lo hizo el tiempo: ahora vale cinco pesos. "Él no aceptaba los problemas como una fatalidad, -contó su hija- y decía 'si hay un problema, debe haber una solución', y la buscaba desde un punto cero". En 1938, Biro patentó un modelo rudimentario del bolígrafo en Hungría, Francia y Suiza, antes de empezar su fabricación en nuestro país (1941) en el barrio de Palermo, donde pudo financiar una producción a escala mundial. En 1944, vendió la patente a Eversharp-Faber y a Marcel Bich, fabricante de los famosos bolígrafos Bic.