“La escuela y la familia son los formadores de los buenos ciudadanos”

Domingo 16 de noviembre de 2014
Disciplina. | El director fue sancionado por cumplir con los códigos de convivencia. | Foto: Daniel Villamea

A principios de agosto la Escuela Provincial de Educación Técnica (Epet) N° 3 fue noticia nacional cuando el Consejo General de Educación (CGE) dispuso la instrucción de un sumario administrativo y la separación del director Jorge Romero por sancionar a cuatro alumnos acusados del robo de la moto de un compañero.
Ante la arbitrariedad del hecho, inmediatamente la comunidad educativa se encolumnó en el reclamo por la reincorporación de Romero, quien no había hecho más que cumplir con las normas. Medios de todo el país cubrieron la toma de la Epet N° 3 y la noticia no dejaba de sorprender: “Echaron al director por sancionar a alumnos ladrones”, fue el título recurrente.
Luego de tres días de toma del colegio, el CGE dejó sin efecto la resolución 870/14 y Romero reasumió en el cargo. Tampoco se inició un sumario contra los docentes que habían avalado la suspensión de los implicados en el ilícito, quienes recibieron el pase a otra institución.

Según el director, si la intervención prosperaba se hubiera sentado un precedente grave para la docencia misionera y la autonomía de las escuelas. “Estoy convencido de que el principio de justicia debe prevalecer y los derechos se deben respetar por sobre cualquier otro interés. La función del docente es formar a los chicos, en lo científico-tecnológico, pero también en valores para que el día de mañana sean personas de bien y útiles para la sociedad y para ellos mismos”, reflexionó en diálogo con El Territorio.

¿Qué nos pasó como sociedad para que hoy muchos padres vayan a la escuela a recriminar a los docentes que pretenden corregir a sus hijos?
Cuando uno analiza la historia social de este país se da cuenta de que los padres de los alumnos de esta generación son los hijos de la dictadura que sembró el “no te metás” y el “sálvese quien pueda”. Se perdió el sentido de la responsabilidad y del respeto. Recuerdo que nosotros temblábamos cuando llevábamos una sanción a casa porque nuestros padres nos castigaban. Ningún docente tiene animosidad contra un alumno. Pero hay padres que se molestan y poco más vienen con abogado y escribano para tratar de cambiar la sanción impuesta, sin pensar que en realidad la escuela le está colocando un correctivo a su hijo para que a futuro no se potencien las actitudes que no corresponden en personas responsables y mejores para la sociedad.
Quedan pocas instituciones que transmiten nociones de respeto y solidaridad, y una de ellas es la escuela. La escuela y la familia son los formadores de los buenos ciudadanos. Ahí veo que tenemos fallas como sociedad.  Hoy se piensa yo me tengo que salvar, no importa a costa de quién. Lo vemos en el ámbito judicial, por ejemplo, donde muchos zafan porque tienen poder económico y posibilidades. Entonces muchos piensan que el mundo debe ser así, pero un país sin justicia ni solidaridad no puede salir adelante.

¿El ejemplo de la Epet N° 3 sentó bases para demostrar que se puede resistir a la arbitrariedad? 
Tuvo alcances que al principio no dimensionamos. Pero las convicciones que tenemos como institución nos llevaron a plantear este tema, a pesar de las fuertes presiones que sufrimos. Las autoridades superiores esgrimieron el concepto de inclusión para tratar de mantener a los alumnos sancionados en el colegio, pero consideramos que no es posible la inclusión a toda costa. Si vimos que se cometió un delito e identificamos a los responsables no era posible obviar la denuncia, porque entonces cuál es la función del educador. Eso fue entendido por otros estamentos, pero no por los que debieron habernos apoyado y fue lo más penoso. Los que debieron comprender la situación fueron los que más se opusieron a nosotros.

¿Sintió que las autoridades del CGE querían deshacerse de usted a toda costa?
Esa sensación también me dio a mí. Se estaban tergiversando las cosas para sancionarme. En la administración educativa provincial hay personas a las cuales el solo hecho de pronunciar mi nombre les produce un rechazo visceral porque no toleran que uno les marque los errores que cometen. Quieren aplicar el cargo superior, pero yo no soy obsecuente ni genuflexo para tolerar eso. Mi padre me enseñó que no respete títulos honoríficos, sino que respete a las personas y eso trato de hacer en la vida.

Por Daniel Villamea
danievilla@yahoo.com.ar