El asombroso tren de Larraburu

Lunes 27 de marzo de 2017
Un libro con cuarenta y cinco relatos no es misión fácil. Pero lo hizo otra vez este experto, con la misma fresca intensidad de párrafos que alcanza desde hace años con su estilo y temática. Como él dice, con la naturalidad de una sonrisa pícara, habrá que creerle: “se divierte el lector y me divierto yo”. Es una perinola: con el Tren Fantasma (E.M. 2016) todos ganan.
Al cabo de tantos libros y reconocimientos populares, Larraburu se metamorfosea, se convierte de esta manera en cualquiera de los personajes que crea con tanta puntería, se mete bajo sus pieles y pinta, curiosamente sin nostalgias, la atmósfera del paisaje misionero con el plumín de Mandové y con el ingenio del Perurimá, de Juan Enrique Acuña.
Con la misma letra pareja de toda su obra, respetuoso de la concisión, de tono sensible y con el acento de la picardía propia de esta región, el escritor se lanzó en su viaje sin boleto con su libro cuyo título lo define: Tren Fantasma. Un tren que si aborda situaciones asombrosas entre escenas de sainetes, está lejos de la oscuridad; más bien resplandece la página abierta. Lo publicó Ediciones Misioneras, de Posadas, con coloridas ilustraciones de Juan Carlos Nuñes, y seguramente estará en la Feria Internacional del Libro.
Van, por su gentileza, fragmentos sueltos de algunos de esos relatos.
“Dos bizcos se chocan entre sí mientras caminan por la vereda. - Oiga, ¿por qué no mira por dónde camina? -le dice uno al otro-. - Y usted, ¿por qué no camina por donde mira? -fue la respuesta-. A esta historia me la contó un ciego y me pidió que la publique. He cumplido con él y aún recuerdo que, en una charla informal, me dijo: - “Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y eso no es cierto, don Larra. El peor ciego es aquel que no puede o no quiere reír, aunque tenga el don de la visión”.
"Doña Perfumita Flores, vecina mía recién regresada de sus vacaciones en las playas de Brasil, me decía: - Mire don Larra. Lo que tiene de malo el mar es cuando viene una ola de golpe y se lleva a mi marido. Y lo "más pior" es cuando viene otra ola y me lo devuelve…”
"Para deleite de todos los amantes de la caballería, circuló por las redes de comunicación social una fotografía con la imagen del que se considera, en la actualidad, el caballo más hermoso del mundo. Eso dicen porque no vieron a la yegüita de mi vecina, la Ofidia Valenzuela. “Pororó” le habían puesto de nombre al animal porque cuando caminaba no caminaba, sino que volaba como una palomita...”
"Una historia popular relata que una esposa muy romántica, le dijo a su marido: - Viejo, viejo, mirá qué desfachatez... Hay un tal Gustavo Adolfo Bécquer que se copió todas las poesías que vos me escribías cuando éramos novios y editó un libro como si fuesen de él. El marido, muy suelto de cuerpo y casi como al descuido, tratando de calmar el desconcierto de su esposa, con voz temblorosa y acaramelada susurró a su oído: Tu pupila es azul y, cuando ríes, su claridad suave me recuerda el trémulo fulgor de la mañana que en el mar se refleja… (y la mujer, derretida por la espontánea inspiración de su esposo, ni siquiera se percató de que sus pupilas no eran azules sino de un profundo negro azabache”.
“Sobaquealo, Evaristo, sobaquealo, es el último recurso que te queda, si no, sos hombre muerto”. La frase fue dicha en un rincón del ring por don Ceteto Miranda e iba dirigida a su pupilo, Evaristo Comettuti, boxeador amateur que, haciendo honor a su apellido, se estaba comiendo todos los golpes que generosamente le brindaba su rival, el Negro Ponsoñatti, reconocido triturador de boxeadores, quien en su larga carrera boxística ganó todas sus peleas, que no eran pocas, por knock-out absoluto, siendo que a uno de sus rivales, caído y listo para la cuenta de diez (y más), llegó a propinarle una furibunda patada en el culo".
Una vieja historia de nuestro folclore ciudadano es repetida muy a menudo en ruedas de amigos y fogones nocturnos y cuenta que tres grandes amigos, Tranquilino Fernández, Gumersindo Acosta y Trepidiano Verón, murieron juntos en un accidente en la ruta. Una vez que fueron admitidos en el cielo, San Pedro les explicó que por la calles del lugar deberían transitar en vehículos que se les daría sin costo alguno y que la calidad y modelo de los mismos estaba relacionada con el grado de fidelidad que cada uno hubiese tenido en vida. A Tranquilino Fernández se le proveyó un lujoso coche deportivo, de gran potencia y de colores llamativos. Una unidad 0 KM, preparada especialmente para él, como premio a su absoluta fidelidad para con quien fuera su esposa. A Gumersindo Acosta le tocó un modesto Renault Gordini, usado, en buen estado de conservación. Alguna que otra infidelidad en vida lo privaban ahora de un cero kilómetro. Trepidiano Verón debió conformarse con una bicicleta vieja, con un sólo pedal en funcionamiento...”
“El día 4 de febrero de 2015 los medios de comunicación sorprendieron a la opinión pública con una noticia publicada en letras de tamaño “catástrofe” que decía: “Un ladrón entró a robar a una peluquería y la dueña lo violó durante dos días”. A continuación, se informaba que “no todo salió como esperaba. Cuando ya había cometido el atraco y estaba por escapar del lugar, apareció la dueña, una mujer de 28 años que logró derribarlo al piso con un duro golpe…”. Cuando el ladrón estuvo reducido: “la peluquera decidió atarlo con el cable de un secador, obligarlo a tomar viagra y utilizarlo como esclavo sexual por las siguientes 48 horas”. Apolinario Carquejo, hombre de vasta experiencia en el submundo del hampa de nuestra ciudad, leyó esta noticia y, ni lerdo ni perezoso, decidió asaltar la boutique de la joven Carlota Ayala, mujer de belleza provocadora, por si se le daba la cosa de la misma manera en que se anunciaba la noticia”.
“Hay un fantasma que habita en mi atelier, o tal vez habite en mi mente. No lo sé. Es el responsable de todo lo que escribo. Es un compañero constante y placentero. Su compañía nunca es molesta. Siempre es grato recibirlo. A él, y no a mí, se le ocurren las ideas que luego plasmo en el papel siguiendo sus dictados. Y me pregunto si yo, alguna vez, podría escribir sin su compañía. Y la respuesta es “no”. Porque es él quien alienta las palabras. Quien susurra las historias, buenas o malas, tristes o felices, no importa. Son las historias que yo nunca podría haber escrito sin su sutil presencia. La presencia del fantasma. De mi fantasma. Eso sí. Porque es mío, y de nadie más”.

Por Javier Arguindegui
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