El Sendero Carayá, una opción para el senderismo y el avistaje de monos de Colonia Pellegrini

Domingo 9 de abril de 2017 | 02:00hs.

Emplazado en una pequeña porción de selva, en la entrada de Colonia Carlos Pellegrini con un fresco entorno del gran humedal que sirve como hogar de una familia de monos aulladores.

El Sendero Carayá, emplazado en una pequeña porción de selva ubicada a la entrada de Colonia Carlos Pellegrini -poblado correntino pionero de los Esteros del Iberá-, invita al visitante a adentrarse en un fresco entorno del gran humedal que sirve como hogar de una familia de monos aulladores.

El sendero, de dificultad baja y apto para niños pequeños, recorre unos 450 metros señalizados dentro de las 3,5 hectáreas que posee la porción de selva en galería que lo contiene, puede transitarse en una hora promedio, ya sea en forma independiente o con las excursiones incluidas en los paquetes turísticos ofrecidos por las posadas del pueblo.

A metros de iniciado el recorrido, un cartel de los tantos disperdigados por el sendero anuncia que "hay monos cerca" y advierte que ellos "ya te vieron", generando la lógica expectativa del visitante.

Esta selva en galería, de copas abundantes y espacios abiertos en la base, es común a la orilla de los innumerables arroyos, ríos y lagunas de la zona, y es el hogar de una familia de monos carayá, únicos primates silvestres que habitan el Iberá.

Este grupo está compuesto hoy por un macho dominante, cuatro hembras y varias crías, según explicó el guía, Adolfo Segovia, que acompañó a Télam durante la recorrida.

De marcada actividad por la mañana y a últimas horas de la tarde, el macho dominante suele emitir sonidos potentes que se escuchan a considerable distancia, por lo que también se lo conoce como mono aullador.

El carayá macho es negro, mientras que las hembras y los ejemplares jóvenes son de un tono ocre amarillento, por lo que a primera vista pareciera que se tratara de dos especies diferentes.

Según Segovia, más conocido como Rolo, los primeros ejemplares que hoy recorren la zona fueron insertados por la Fundación Vida Silvestre en la década del 90, que "cuando inundaron las islas por la represa de Yaciretá sacaron una pareja de monos y los trajeron para acá", explicó.

La construcción de la represa significó un impacto ambiental de proporciones que afectó a los muchos animales que habitaban la zona y que tuvieron que ser movilizados hacia puntos aledaños, una tarea de conservación de especies en la que aún hoy sigue colaborando el Ente Binacional Yaciretá.

Al decir de Rolo, los primeros ejemplares liberados en Pellegrini provinieron de terrenos que quedaron sumergidas en proximidades de la Isla Apipé.

"Antes de esta familia habían traído otros monos provenientes del zoológico de Corrientes, que acostumbrados a que le den de comer, se fueron acercando a la Estación de Guardaparques, pero se empezaron a poner malos y se los llevaron otra vez", contó el guía.

Durante el trayecto se pueden ver cuevas de armadillos dispersas entre ejemplares arbóreos de catiguá, alecrín y palmeras pindó, cuyo fruto es uno de los pocos con los que puede deleitarse el carayá, por ser una selva que no le ofrece amplia variedad frutal.

El menú principal del carayá son las hojas tiernas de árboles, con preferencia en las recién brotadas, lo que los hace vulnerables a la vista del caminante ya que el movimiento de las delgadas ramas de las copas delatan su presencia.

Otro de los numerosos carteles a lo largo del recorrido anuncia la presencia de orquídeas, una preciada flor que abunda en ese tipo de selva, pero que en la ocasión sólo sirve a título informativo, ya que, debido a la mano de quienes se empecinan en llevarse "un recuerdo", no se pudo divisar ningún ejemplar de las cinco especies que allí florecen.

Cáctus aéreos de singular sutileza se entremezclan, entre los troncos y las ramas, con bromelias de hojas brillantes que sirven a los carayás como un bebedero natural del agua de lluvia y rocío que se acumula en ellas.

Una singular formación colgante llama la atención del grupo de visitantes: semejando una bolsa alargada, un nido de boyero de alas amarillas sorprende al grupo al promedio del sendero, pendiente de una rama, compartiendo el espacio con claveles del aire, cactus lumbricoides y barba de viejo.

A esta serie de plantas epifitas, se suma el caraguatá, una especie de cardo de la familia de las bromeliácias que los zorros que merodean el lugar, además de los monos, utilizan como alimento.

La selva es rica en vegetación de uso cosmético, como la pitanga, también llamado ñangapirí, que es un pequeño árbol de frutos rojos dulces similares a una cereza.

La quietud del lugar, acompañada por el canto de aves y ocasionales bullicios de pequeños loros, es quebrada por un ronroneo que el guía se apresura a describir como el sonido proviene del puente metálico sobre la Laguna Iberá que comunica al pueblo con la ruta de acceso, cada vez que un vehículo lo transita.

"Es algo que queda medio desacomodado. Si se están haciendo avistajes, el ruido puede espantar a las aves", reconoció Segovia.
Se trata de una estructura metálica erigida en la década del 80 por el Ejército Argentino que reemplazó a un servicio de balsa, y que se convirtió con los años en una postal característica de Carlos Pellegrini.

Este paseo, junto a la Pasarela y el Sendero del Cerrito, son parte de los atractivos ofrecidos por las 26 posadas de Carlos Pellegrini agrupados en la Cámara de Turismo del Iberá, una asociación que trabaja día a día en la mejora de los servicios al turista que busca un contacto estrecho con la naturaleza.