Bajo el cielo más limpio del mundo

Viernes 3 de junio de 2016 | 20:45hs.

Por Marina Barreyro

 

San Pedro de Atacama es una pequeña comuna ubicada en la Región de Antofagasta, al norte de Chile. El pueblo emplazado a 160 kilómetros del paso de Jama, que conecta Argentina y el país trasandino, es la puerta de entrada a uno de los desiertos más grandes y áridos del mundo: el Desierto de Atacama, popularmente conocido por ser escenario del Rally Dakar.

 

Sin embargo, cuando los motores se apagan, en San Pedro sólo circulan las bicicletas.

 

La comuna cuya edificación total está construida por ley en adobe (barro mezclado con paja), alberga a turistas de todo el mundo que se sienten seducidos por sus múltiples atractivos.

 

Por un lado, se trata del único atisbo de civilización en kilómetros, y un oasis donde confluye la vida ancestral con las últimas tendencias en tecnología. Es así que mientras los visitantes ostentan celulares, tablets y laptops, las cenas ofrecidas en los restaurantes ocurren bajo la iluminación de una fogata, por falta de electricidad.

 

Calles terradas, casas de un solo piso y un único mercado similar a La Placita, forman parte del paisaje en donde semáforos, shoppings, supermercados y transportes públicos son parte de un espejismo, y la escasez de lluvias, que a veces se extiende por años, permite construir viviendas que se “derriten” en caso de un sorpresivo aguacero.

 

Como si se tratara de una máquina del tiempo, San Pedro de Atacama otorga la experiencia de viajar al pasado, a un pasado donde el hombre debe sortear los siete grados del frio desértico sin estufas, dormir en el suelo, o consumir agua embotellada a falta de agua potable.

 

En sus alrededores se encuentran importantes atractivos como los géiseres del Tatio, el Valle de la Luna y la Reserva nacional Los Flamencos, además de ruinas arqueológicas y otros monumentos históricos como el pucará de Quitor, pero su mayor tesoro se encuentra en el firmamento.

 

San Pedro ostenta el título del “Cielo más limpio del mundo”. Es por eso que allí confluyen astrónomos de todos los países, que al igual que los turistas, se inscriben en el Observatorio Ahlarkapin, poseedor de uno de los telescopios más grandes del planeta, para apreciar los tesoros del cosmos. Las listas son tan extensas que se recomienda anotarse con seis meses de anticipación.

 

Por las noches, además de la bóveda celeste, los encuentros en la vía pública seducen a los visitantes que llegados de todos los continentes se reúnen para disfrutar de un trago y compartir historias a la luz de los faroles que iluminan las dos únicas cuadras que conforman “el centro”.

 

Un Pisco Sour, una cerveza, o un vaso de vino sirven de excusa para una charla en la que la falta de comprensión de un idioma extranjero se sortea con un brindis y una sonrisa.

 

A las 10 de la noche, el movimiento cesa y San Pedro se sume en la oscuridad y el silencio. La razón principal es que se trata de un sitio de paso en el que recalan turistas ávidos de excursiones que inician a las 5 de la mañana y finalizan pasadas las 18.

 

Destino del turismo internacional, la monocromática comuna enamora por tratarse de un pueblo perdido en tiempo y espacio. Esa rareza lo distingue convirtiéndolo en el destino más caro de Chile y haciendo que ningún coterráneo de Neruda lo visite por considerarlo “harto caro”.