Apenas 21 años tenía Amy Lee cuando se la conoció al frente de Evanescence, la banda que le daba una vuelta de tuerca al desfalleciente new metal sumando a la fórmula la imaginería gótica y el componente operístico. Fallen (2003) se llamaba aquel disco debut que -con hits como Bring Me To Life, Going Under y la balada lacrimógena My Immortal- copó el aire de MTV y se hizo carne en millones de adolescentes que vieron en esa música sombría un canal para las angustias que trae crecer. Amy, linda y oscura, se volvió un símbolo.
Con el tiempo la carrera de Evanescence se volvió errática. Se fue el guitarrista Ben Moody, socio creativo de Lee desde la fundación y sólo dos álbumes más siguieron: The Open Door de 2006 y el homónimo de 2011. En 2012 se tomaron un descanso “por tiempo indefinido” que terminó durando tres años. Y entre todo eso, Lee creció, se casó, fue madre y diversificó su creatividad (publicó la banda de sonido de la película Aftermath en 2014, el EP de versiones Recover Vol. 1 dos años después y el inesperado LP infantil Dream Too Much de 2016, grabado en colaboración con sus familiares más cercanos). Hoy el mundo de Amy es muy distinto del de aquella diva de la penumbra, pero Evanescence sigue siendo su criatura: mientras trabaja en un nuevo proyecto que no quiere adelantar, se apresta a tocar en Buenos Aires por tercera vez, el próximo 2 de mayo en Tecnópolis.