La recreación y pormenores de los preparativos para la gran contienda

Domingo 23 de julio de 2017
El cerro Mbororé fue centro de defensa y contraataque. | Foto: Natalia Guerrero

El doctor Rubén Emilio García, en su reciente publicación denominada Batalla de Mbororé, escribió sobre lo que representaron aquellos momentos previos y el desarrollo de la contienda. Fragmentos de la citada publicación permiten entender aquel escenario bélico. La campana comenzó a sonar exactamente a las 6 de la mañana, anunciando, como todos los días, el inicio de las tareas cotidianas en la reducción de San Javier.
La rutina de lunes a sábado consistía en que los niños y jóvenes concurrieran a las aulas a estudiar. Los hombres, a realizar las correspondientes tareas según la división de trabajo programada, sea en talleres o en el medio rural, y las mujeres, divididas entre las que recogían productos de la granja y aquellas que elaboraban piezas de alfarería o confeccionaban los preciosos tejidos. En cambio, el domingo, día de guardar, todos iban a la santa misa y después a disfrutar el feriado de la manera que cada uno quisiera.
Pero aquel lunes 11 de marzo de 1641, según el escritor, se mostraba distinto a otros, aunque no sorprendieron los estruendos de los cañones ni los disparos de los mosquetes pasado el mediodía, frecuentes desde la llegada de los curas guerreros con sus carretas cargadas de pertrechos bélicos.

El ruido de las balaceras había cesado un mes atrás y ahora, al parecer, reanudaba con nuevas prácticas de tiro. Es que inmediatamente al arribo conjunto de instructores y armamentos comenzaron el adiestramiento militar de los indígenas y los preparativos de guerra contra el invasor paulista, que pudiera ocurrir en cualquier momento. Los informes recibidos, según recopiló García, decían que los bandeirantes se aprestaban a atacar con gran y extraordinaria fuerza.
Pasaron meses desde que los curas guerreros iniciaran la instrucción militar a la tropa indígena dividida en batallones, cuyo número total sobrepasaba los 4.000 soldados. Les fueron enseñando en fatigosas jornadas las tácticas de combate que serían implementadas en la lucha terrestre y en el agua, convencidos de que el vencedor de la batalla en el río tendría asegurada la victoria total. Con ese fin fueron fabricadas canoas livianas para dar velocidad a la acción, balsas con escudos protectores y otras más pesadas armadas con cañones hechos de tacuaruzú, una tacuara rolliza revestida con cuero vacuno. Finalmente, en el cerro, estratégicamente ubicado colocaron el poderoso cañón enviado por el Virrey.

Prácticas de tiro
Las prácticas de tiro fueron de rigor. No se ahorraron pólvora, municiones ni flechas, con el preciso objetivo de alcanzar la mayor puntería y eficacia en los disparos. Por otra parte, disponían de la cantidad suficiente de lanzas, macanas, alfanjes, hondas con piedras y de varias catapultas con la avispada intención de arrojar troncos ardientes. Finalmente, el comando mayor recibió la noticia de que los invasores se hallaban a mitad de camino y dieron la orden de suspender las prácticas para no advertir la fortaleza defensiva, con la intención de hacerles creer que seguían débiles.
La plana mayor del ejército guaraní se había reunido diez días antes del comienzo de la gran batalla con la intención de finiquitar los detalles más ínfimos de la estrategia pergeñada. Presididos por el supervisor general del operativo, el padre Pedro Romero, y sus asistentes, los sacerdotes Claudio Ruyer, Cristóbal Altamirano, Pedro Mola, José Domenech y José Oregio, se dio así inicio al cónclave. También se hallaban presente los curas guerreros cuya cabeza visible era el avezado ex militar padre Domingo Torres, designado director técnico de guerra, flanqueado por los estrategas Juan Cárdenas y Antonio Bernal. Asimismo, por el lado guaraní, asistieron los mburuvichá Nicolás Ñeenguirú, Ignacio Aviarú, Arasay y Ñarõ-i, todos ellos al frente de batallones como capitanes.

La estrategia
García añade en el libro que se eligió el cerro Mbororé como centro de la defensa y contraataque, porque en esta zona el río hace un recodo y termina frontalmente en el cerro, obligándolos a pelear de frente.
En ambas orillas, recordó que hay vegetación espesa como si fueran murallas donde los guaraníes podían ocultarse y, de esa forma, los bandeirantes quedarían entre dos fuegos. Además de haber cubierto el cerro con empalizadas, asegurándose una mejor defensa por si los enemigos lograban desembarcar. A su vez, las plantaciones de la aldea de Akaraguá fueron arrasadas.
Los guaraníes contaban con doscientas canoas y balsas armadas con arcabuces, hondas y flechas ocultas en el arroyo Mbororé. Además de doscientos mosquetes y flechas de largo alcance.
Otros cien mosquetes fueron entregados al capitán Aviarú. El cañón fue ubicado en lo alto del cerro.