La nieve fue la protagonista del respiro de mitad de año

Miércoles 24 de agosto de 2016 | 21:11hs.

Por Eugenia Rossano.

Con la cercanía de las playas brasileñas, a veces cuesta creer y disfrutar de tanta belleza argentina. En las últimas vacaciones familiares pude sentir un cosquilleo en la piel mientras miraba los paisajes de Mendoza y se me llenaban los ojos de lágrimas.

Nada más al llegar, la capital nos recibió con la fiesta por el Bicentenario de la Independencia, mientras Baglietto y Vitale daban lo mejor de si en el escenario mayor de la céntrica plaza Independencia, junto a mi familia realizamos el city tour y comenzamos a degustar platos tradicionales del lugar. La trucha y la manzana asada, regada por un buen malbec merecen las cinco estrellas de un Master Chef.

Al día siguiente, nos levantamos bien temprano, más o menos a las 6.30, desayunamos, armamos una viandita con algunas cosas ricas, guardamos la cámara de fotos y esperamos la combi que nos iba a llevar de paseo. Al rato, ya estábamos sentados en los cómodos asientos conversando y compartiendo unos mates con nuestros compañeros de excursión.

La salida tenía varias paradas programadas: el dique-embalse Potrerillos, la ciudad de Uspallata, el centro de esquí Penitentes, el mirador del Aconcagua y el Puente del Inca, sumando en total unos 400 kilómetros.

Encaramos la Ruta 40 para después tomar la Ruta Nacional 7 que es la que une al país de este a oeste. El paisaje que nos acompañaba era el de un cielo despejado y el sol que iluminaba la mejor cara de la Cordillera de los Andes. Junto a mis hijas y mi esposo, no podíamos despegar la cara de la ventanilla.

A unos 60 kilómetros y después de una hermosa curva, nos encontramos con el dique-embalse Potrerillos que está al margen de la ruta. Su principal objetivo es regular el caudal del río Mendoza y proveer de agua potable a la ciudad.

El lugar trasmite una inmensa paz el equilibrio de agua y tierra es perfecto. Mientras que nos resultaba impresionante ver la ruta perderse entre las montañas.

Después de dos puentes empezamos a observar unas vías de tren al lado de la ruta. Allí descansan los recuerdos del Ferrocarril Trasandino que unía la ciudad de Los Andes (Chile) con Mendoza (Argentina). Los grandes creadores de esta obra fueron dos hermanos chilenos de apellido Clark en 1880, a quienes les fue concedida su ejecución, administración y explotación comercial. Fueron los que presentaron los estudios de la línea por el paso de Uspallata y su objetivo era generar una ruta que fomente el intercambio comercial entre ambos países.

Mientras seguimos “ruta arriba”, la guía nos recuerda a las clases de geografía de la escuela, relata que la Cordillera de los Andes en esta zona se puede dividir en tres: la precordillera (que casi no tiene vegetación), la cordillera frontal (que incluye el Cordón del Plata y el Cordón del Tigre) y la cordillera principal o del límite (siendo su punto más alto el Aconcagua). Todo lo recorrido hasta ahora corresponde al Cordón del Plata, pero después de los primeros puentes ya estamos transitando la cordillera frontal. La prueba de esto es que cada vez nos metemos más y más en la montaña.

Si hay algo que nos llamó la atención a medida que subíamos en el mapa fueron los colores: verdes oscuros y claros dados por la vegetación, marrones y alguna que otra sorpresa colorada, amarilla y hasta violeta en los cerros.

Llegamos al departamento de Las Heras, más precisamente a Uspallata. Es la ciudad andina por excelencia y su nombre significa “valle silencioso”. En realidad para escuchar ese silencio hay que salir de la calle principal rodeada de locales comerciales, hoteles y restaurantes listos para recibir al turista de montaña. Acá la gente suele alquilar sus equipos de nieve para esquiar en Los Penitentes, y nosotros obviamente hicimos lo mimo.

Tuvimos sólo media hora para recorrerlo así que en lugar de quedarnos en el ruido, fuimos al silencio. Nos metimos por sus callecitas de tierra y encontramos al verdadero pueblo detrás de lo comercial. La tranquilidad del lugar hace que todavía agradezca la oportunidad de ver “el lado b” de Uspallata.

Volvimos a la combi y empezamos a recorrer el Cordón del Tigre. Entramos en la región del Tabolango donde está el cañadón del río Mendoza, cuyas paredes empiezan en los 40 metros de altura y terminan en los 80. Pasamos por Punta de Vacas, el pueblo más energético de la montaña mendocina.

Minutos después nos piden que cerremos los ojos y que a la cuenta de tres los abramos. 1…2…3… ¡Wooooowwwww! Todo está absolutamente nevado, señal de que estamos muy cerca de Penitentes, la pista de esquí más cercana a la capital de Mendoza. A unos pocos kilómetros nos cruzamos con una de las entradas del Parque Provincial Aconcagua, lo que quiere decir que estamos a unos 2500 metros sobre el nivel del mar.

Puente del Inca

La anteúltima parada es en el Puente del Inca. Es una formación rocosa natural sobre el río Las Cuevas dada por el retroceso de los glaciares. Las aguas termales cementaron la zona lo que produjo su forma y los coloridos tonos naranjas, amarillos y ocres.

Su atractivo también está dado porque acá funcionaba hace muchísimos años un hotel de baños termales que se destruyó a causa de un derrumbe del cerro que está detrás del puente. Lo que no se vino abajo fue la capilla que está a unos metros de distancia: sólo se voló su techo, pero la nieve y las rocas que cayeron abrieron su paso quedando en el medio la capilla intacta. Como dicen las abuelas: creer o reventar.

Las ventanas enrejadas que se ven a la derecha eran de las piletas termales del hotel, a las cuales se accedía a través de un túnel. Antes permitían visitarlas, pero desde el 2005 se prohibió el acceso para evitar derrumbes

Los oriundos del lugar creen que el agua tiene propiedades curativas y anti-estrés. Hay una leyenda inca que dice que el heredero del trono del Imperio estaba con una fuerte y grave parálisis. Después de varios intentos de cura sin resultado, los sabios del reino le recomendaron que solamente podía ser sanado en una vertiente ubicada en una lejana comarca del sur. Luego de varios meses de travesía, llegaron a las altas cumbres y vieron que había una profunda quebrada por la que pasaba un río y desde el cual brotaban aguas termales que podrían curar al enfermo. Los guerreros incas entonces se abrazaron unos a otros para formar una especie de puente humano. El padre del heredero caminó por encima de sus espaldas, llevó a su hijo en brazos hasta que lo toque el agua y no solamente se curó sino que cuando miró para atrás, los guerreros se habían petrificado creando el famoso Puente del Inca.

Lo cierto es que cualquier objeto que se exponga durante un tiempo al agua sulfurosa del Puente del Inca termina así, cubierto de azufre.

Los Penitentes

Las montañas están tan cerca que sólo basta extender un brazo para tocarlas. Estuvimos una hora y media recorriendo su villa, caminando sobre la nieve y admirando el paisaje. Además de pasear, se puede subir a una aerosilla que cuesta $180 por persona para llegar a la primera pista de esquí.

Nosotros teníamos otros planes nos quedamos en la base y fuimos derecho a disfrutar del famoso “culipatín”. La alegría de las niñas y la adrenalina de los grandes superó nuestras expectativas.

Unos kilómetros más adelante y asomándose tímidamente entre las nubes, vemos el cerro Aconcagua. Desde el mirador hasta el cerro hay una distancia de sólo 34 kilómetros. Tiene una altura de 6960 msnm y es el pico más elevado del mundo en nuestro continente.

Junto a otros aventureros decidimos repetir el paseo solamente a Penitentes y pasar un día de nieve a full.

Miramos el reloj y ya son las cinco de la tarde. Volvemos todos en silencio, brevemente interrumpidos por algunos chistes. Algunos se muestran cansados y otros pensativos como yo. Lo que no nos quedan son dudas: los paisajes nevados dejaron mella en nuestros corazones y con ello podremos afrontar las actividades que nos esperan para la segunda mitad del año.

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