Carita de ángel

Lunes 27 de marzo de 2017
Va por la vida con un barquito fileteado en la muñeca. La metáfora de irse: se fue a los 18 de su casa de Ramos Mejía, se fue de la UBA y de carrera de Bioquímica a los 20, de la Argentina rumbo a Italia a los 26 y de España, a los 28. A los 33 años suele irse de los lugares donde llama demasiado la atención. “Por ahora prefiero estar de este lado del océano”, dice Sabrina Garciarena, con una barriga inquieta de siete meses de embarazo que parece un barco avanzando en el agua.
Su biografía más detallada indica que en su casa natal, cada hermano era llamado por número (por orden de llegada al mundo) y tenía asignado un color. Sabrina, la tercera de cinco, hija de bioquímico y odontóloga, respondía al apodo de “tres” y recibía obsequios en amarillo. Entre los datos de carrera artística, se contabilizan 30 programas de TV, diez películas y un Cóndor de Plata por haber reencarnado con soltura en el personaje de Felicitas Guerrero.
¿Hasta dónde quiere llegar esta chica adicta al chocolate, que lleva repelente en la cartera como objeto indispensable para vivir de buen humor? “Mi convicción es ser honesta y buena persona. Aprendí mucho de la vida gracias al camino que me tocó transitar con mi trabajo. Soy muy feliz”, dice suave. A centímetros de la nuca, se tatuó un angelito, copia de un dije de protección que le regalaron y quiso grabarse para siempre. “¿Si yo me hago cargo de esa belleza angelical de la que hablan? Puede que haya algo en los rasgos”, dice con voz como de adolescente, sin ánimo de subrayar lo que es obvio, esa delicadeza de facciones de la que muchas presumirían. “Sin ánimo religioso, me gusta creer que hay un guardián que me protege cuando lo necesito”.
Mamá de León, lleva a su primogénito de tres años a todos lados. Hasta al recital de Stu Cook y Doug Clifford, ex Creedence. “Sé que quemé etapas por ir a vivir sola tan pronto en una familia muy tradicional con todos sus pollitos en la cueva, pero las vocaciones fuertes son así. Por ahí quisiera que mis hijos pudieran ir más lento, no saltearse nada”.
La relación con Paoloski, que cumplió una década, había tenido un comienzo “al revés”. Eran amigos, se contaban los romances, hasta que un beso en un auto cambió la forma en que se miraban. Van por su segundo hijo.
Pese a su panza creciente, Sabrina no deja de moverse. Perfecciona su italiano en clases particulares y no descarta retomar la segunda carrera que abandonó, Licenciatura en Comunicación.
Siempre sonriente, cuesta creer que sostiene el humor y la estampa angelical las 24 horas. “Soy muy paciente, no me enojo, trato siempre de entender al otro y no ser egoísta en mis deseos, sino en pensar en el otro. Eso sí, no soy el ángel que parezco”.