La época dorada de un género

Lunes 1 de noviembre de 2010
El cabaret -con su música, danzas y canciones- que había nacido en Francia y eclosionó en la “Belle Époque”, tuvo su apogeo entr1e las múltiples artes que florecieron en la Alemania de la República de Weimar (1919-1933). Ese clima de democracia y libertad permitió que en estos lugares fueran lícitas cualquier crítica, comentario satírico o conducta que se saliera de la moral convencional. Las canciones de cabaret ponían en tela de juicio las normas establecidas: se burlaban del poder, del machismo, del militarismo y exaltaban una sexualidad abierta y libre. Hoy en día, esta tradición del cabaret ha sido reeditada por cantantes-actores como Ute Lemper o Max Raabe en Alemania y despertado el interés de numerosos artistas en todo el mundo.
El espectáculo Cabaret Berlinés ofrecido en el Centro del Conocimiento el sábado, planteó un rescate de la tradición del género a través de sus autores más representativos y de algún otro de la misma corriente. Por el escenario desfiló una síntesis de los compositores que iluminaron aquellas noches de una Berlín todavía libre, tales como Mischa Spoliansky (1898-1985), Friedrich Hollaender (1896-1976), Kurt Weill (1900-1950) o el sexteto Comedian Harmonist (1934-1941), con el agregado de la inolvidable canción Lili Marleen, de Norbert Schultze (1911-2002) -que marcara la época de la Segunda Guerra Mundial y quedara en el recuerdo la imagen de Marlene Dietrich- y un homenaje a Edith Piaf a través de Non, je ne regrette rien (No, no me arrepiento de nada).
La acción se desarrolló tal como si se estuviera presenciando un espectáculo de cabaret en el período de entreguerras: tres figuras en escena que cantan, bailan, o realizan breves actuaciones. La mezzosoprano rosarina Graciela Mozzoni, de amplia experiencia en música popular, canción de cámara y ópera, demostró que posee además un manejo total de la escena. Tiene una voz agradable y seductora, muy bien timbrada, con la que transmite pasión, humor o dolor en cada frase. Como personaje casi central del espectáculo, estuvo muy bien acompañada por el joven Álvaro Etcheverry (17 años), dúctil en lo actoral y con una voz de barítono colocada en forma muy satisfactoria. En el piano, actuación y voz, Néstor Mozzoni demostró dotes histriónicas que provocaron la risa del público en numerosas ocasiones. Casi todas las canciones fueron interpretadas en su idioma original -alemán, inglés o francés- pero su comprensión se facilitó por un adecuado anticipo actoral del texto.
En síntesis, un espectáculo con el cual el público disfrutó de gran entretenimiento y de un contacto cultural con otra época.