“El hombre blanco no va a comprender, no va a saber si el niño tiene el mal del viento. Solo el líder espiritual guaraní puede saber”, se escucha proferir en lengua aborígen para el trailer de la ópera prima de Ximena González. La historia aborda un hecho verídico e intrínsecamente conmovedor: el de Julián Acuña, un niño a quien le extrajeron dos tumores del corazón y que falleció meses después de un histórico debate.
El de Julián Acuña fue un caso testigo ante las leyes de “medicina blanca”, como definen las comunidades guaraníes. Pero también fue todo un paradigma para reflexionar sobre la “cosmovisión de los pueblos originarios”, según Ximena, directora del documental Mal del viento.
Es “la película de Julián”, acota en diálogo con El Territorio la directora de este largometraje que se estrenará mañana en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) y que compite en la sección “Imágenes paganas”.
Para votar
Hoy se estrena en el Bafici “Mis sucios 3 tonos”, del misionero Juanma Brignole. Trata sobre una historia de jóvenes en la ciudad de Posadas, camino a un recital de punk rock. El trailer de la película concursa junto a otras. Puede participar y votar el público a través de Internet, ingresando a facebook.com/fibertelbafic
“Todos querían salvarle la vida”
El caso de Julián Acuña y la muerte de su hermanito de dos meses y con pocas horas de diferencia, desnudó los elevados índices de mortalidad infantil en las comunidades guaraníes. También se evidenciaron cuestiones básicas, “como tener un Documento Nacional de Identidad”, recuerda Mariano Antón, que ofició de abogado en la Dirección de Asuntos Guaraníes de la Provincia cuando ocurrió el caso Julián. Antón opinó que “es digno que exista un documental contando esta historia. Porque de hecho fue un caso internacional. Se discutió en la Universidad de La Plata y de Canadá, principalmente en cuestiones legales”. Al recordar el caso de Julián, Antón señaló que “significó fortalecer un acercamiento entre la apreciación médica y de la comunidad. Era complejo para el conflicto. Ambas partes actuaron por Julián. Todos querían salvarle la vida”.
Luis Ortega y José Luis García, en la apertura de la competencia
BUENOS AIRES. Ayer comenzó el Festival de Cine de Buenos Aires (Bafici), con 48 estrenos mundiales, 60 películas y 52 cortos argentinos y 449 películas de 52 países.
Luis Ortega, con Dromómanos, una rara avis en la que bordea los límites de la locura y la marginalidad, y José Luis García, con La chica del sur, un atractivo documental sobre una joven militante pacifista de Corea del Sur, abrieron ayer con niveles dispares la Competencia del 14to Bafici.
En un registro crudo e irreverente donde ficción y realidad se combinan de modo potente e indiscernible, la nueva película de Ortega lo devuelve al estilo descarnado de su ópera prima, Caja negra, especialmente por el amor y el alto nivel de involucramiento que demuestra hacia los seres marginales que retrata.
Con Alejandro Tobares, Luis María Speroni, la actriz Ailín Salas, Brian Buley y Camila Maidana, Dromómanos registra vívidamente -casi tocándolos con la cámara- las desventuras de cinco personajes que deambulan por la ciudad y por una villa en las afueras de una Buenos Aires casi irreconocible.
Estos seres vulnerables y golpeados por una realidad que los supera bordean todo el tiempo el límite de la locura y la ruina humana, pero al mismo tiempo demuestran que -en su vida extrema y marginal, donde el sufrimiento y la soledad son una constante- también tienen espacio para soñar, estudiar, cantar y enamorarse.
Ortega se aleja del refinamiento visual de filmes como Monoblock o Los santos sucios para convertirse en un cronista áspero de la desesperación, la poesía desenfrenada, la locura, la deformidad y la violencia de una vida signada por el salvajismo, la pobreza y el fanatismo religioso.
Por su parte, José Luis García -quien había brillado en el Bafici 2005 con Cándido López, los campos de batalla- vuelve al terreno cinematográfico que mejor maneja, el de la observación y el registro minucioso, para contar la historia de Lim Sukyung, una activista pacifista coreana a la que conoció por casualidad hace 23 años, cuando se encontraba visitando Corea del Norte.
El azar hizo que este fotógrafo y cineasta argentino viajara a ese país asiático en julio de 1989, poco después de la masacre de Tiananmen, al Festival Internacional de Jóvenes y Estudiantes celebrado en Pyongyang.
Pero lo que parecía sólo un encuentro de delegaciones socialistas de todo el mundo, cruzando una de las fronteras más inexpugnables del viejo mundo comunista, se vuelve una obsesión de García al descubrir que la militante pacifista Im Su-kyong, de Corea del Sur, aparece y revoluciona el evento anunciando que atravesará a pie ese límite para volver a su país.
Veinte años después de haber registrado ese período fascinante con su cámara Super VHS, García decide volver tras los pasos de esa mujer enigmática.