Niños de la calle se refugian en la Biblioteca Popular de Posadas

Viernes 27 de febrero de 2015 | 11:12hs.
Pese a no saber leer ni escribir. | Aprovechan para curiosear.

La vida en la calle se vuelve cada vez más complicada y peligrosa. El peligro se acentúa cuando los que están expuestos son niños. Indefensos, vulnerables.

 

La realidad muestra cada día, -no basta ir muy lejos para percibirlo-, que lo más cerca que estuvieron estos chicos de la escuela fue cuando cruzaron por la esquina. Esa distancia explica el poco o nulo contacto con la lectura y la escritura.

 

Pareciera que para los niños de la calle no hay más alternativa que la resignación. Su niñez pasa a traducirse en trabajos mendigos por los cuales reciben unas pocas monedas.

 

Sin embargo, cuando la realidad desalienta, siempre un rayito de luz enciende la esperanza. La contracara del abandono es el refugio, la contención.

 

Y, justamente, eso significa la Biblioteca Popular Posadas para los niños que deambulan en la calle. Una guarida cálida y amigable. Porque por unas horas estos niños se acuerdan de que son niños y dejan de lado las estampitas, las tarjetas y el cuidado de los autos para sumirse en el mundo de la imaginación.

 

Todo comenzó a fines del año pasado cuando uno de ellos se animó a cruzar las puertas del lugar. Miró de afuera algunos libros, hojeó otros y se fue. La voz se hizo eco y desde la apertura de la biblioteca son cerca de doce los que asisten casi diariamente.

 

“Vamos ratificando el principio de la biblioteca que está abierta para todo público, edades, y condición social. Tenemos la obligación de recibir a todos. Estos chicos son muy especiales, los hemos aceptado como corresponde dándoles orientaciones y aprendizaje de cómo se funciona en una institución de este tipo”, señaló Perla Duvobitzky, presidenta de la comisión directiva en diálogo con El Territorio.

 

Seducidos, en un principio por las computadoras de acceso libre que tiene la biblioteca, estos niños y adolescentes de entre 4 y 15 años, deben convivir en un mismo espacio con los estudiantes y lectores usuales.

 

Se trata de una relación basada en la tolerancia y el respeto hacia el otro ya que no están acostumbrados a sitios en los que se hace silencio y se debe respetar ciertas normas de comportamiento como, por ejemplo, esperar los turnos para ocupar las computadoras.

 

El personal de la institución reaccionó de la mejor manera al verlos llegar y así los recibe cada vez que vuelven. Según comentó Laura Abián, hay momentos en los que los niños, sin darse cuenta, hacen mucho ruido o se pelean entre ellos. Es el trabajo de ella y de sus compañeras y compañeros el pedirles amablemente que se retiren.

 

“A veces les decimos que se vayan porque se portan muy mal y los retamos también porque no cuidan los libros. Pensamos que no van a volver y vuelven”, contó Abián y dijo que uno de ellos, de unos 11 años, le prometió que iba a aprender a leer después de disculparse porque se había portado mal el día anterior.

 

Uno de los mayores inconvenientes es que el personal bibliotecario no tiene la preparación profesional como para contener a estos chicos en situación de calle. No obstante, suman a sus actividades diarias la atención hacia ellos leyéndoles cuentos y dándoles material para que dibujen. Es que la biblioteca ya atesora una gran cantidad de dibujos que los chicos les regalan.

 

“Fueron a un lugar donde hay libros, los hojean y los miran. Indudablemente hay que trabajar con ellos. No está a nuestro alcance. No está en la especialización de nuestro personal. Lo estoy manifestando como una necesidad. Nos llama a reclamar que alguien se ocupe de estas cuestiones. Debe haber estrategias para lograr cosas”, apuntó Duvobitzky.

 

Al mismo tiempo, la presidenta de la comisión manifestó la disposición de un espacio que se encuentra en el primer piso de la biblioteca para ser ocupado en el caso de que algún profesional quiera trabajar con los chicos.

 

“Ellos aprenden poco a poco del trato con el adulto que les da una posibilidad de hablar y también de ser escuchados. Pero necesitan especialistas que los contengan porque no manejan la lectoescritura. Algunos van a los hogares pero no se quedan. Tenemos muchos prejuicios con esos chicos que es de los grandes y ellos se manejaron muy bien. Este es un lugar en el que entran y salen libremente”, reflexionó Duvobitzky.