Al estilo gaucho

Domingo 14 de junio de 2015 | 21:00hs.
La cultura o la tradición gauchesca perdura no sólo porque fue plasmada en la literatura, el teatro, la música, las danzas o en las pinturas costumbristas. Se abre camino y permanece porque hay quienes mantienen viva la llama de los gauchos y sus costumbres. El legado trasciende generaciones.
Dos de los valores notables de estos trabajadores y habitantes del campo son la solidaridad y la hospitalidad. Con ellas, reciben a cada invitado, propio o ajeno, que llega de visita a su ya más moderna casa de material. El mate de las madrugadas es, por supuesto, otro de los compañeros fieles de obreros a caballo, en bombacha de campo y alpargata.
La lealtad es otra de las virtudes inculcadas en las familias gauchescas. Un ejemplo de ello es Cristian, que a sus diez años le profesa gran admiración a su abuelo Rufino con el que, cuando no tiene que ir a la escuela, sale a buscar vacas y a montar a caballo (Páginas 4 y 5). En esta familia de once hijos y otros tantos nietos, todos los miembros conservan la vestimenta típica para los días de fiesta: bombacha de campo, alpargatas o botas, polainas, cinturones, facones, pañuelo y sombrero.
La valentía, otra de las cualidades de estos defensores de la cultura, la sacan a relucir Camila Pfeifer (19) y Bruno Cantero (19), jóvenes audaces que no le temen a los brincos de los caballos y cuyo deporte preferido, según ellos mismos definen, es la doma.
Camila, es la única mujer de Misiones que ganó terreno en una práctica que fue por mucho tiempo dominada por los hombres. El segundo, ya andaba sobre el lomo de un caballo a los cinco años. El año pasado representó a Misiones en el Festival de Doma y Folclore de Jesús María. (Página 7).
“Este ropaje forma parte de mi vida; nací y me hice en el mundo de campo y caballos”, expresó Pedro Weber (76), que vive sobre la ruta provincial 8, entre Campo Grande y 25 de Mayo. En su casa, el hombre logró construir un museo gauchesco donde exhibe sus pertenencias. (Página 8). En esta edición del diario, también se repasa la historia de los quince años de Costumbres Argentinas, el grupo de abuelos de Ajupaprom que practica danzas folclóricas. Así como la de Escuela de Danzas Nativas Ecos de Tradición que hace 33 años "defiende la identidad y las raíces nacionales a través del baile" (Página 6).


Nieto y abuelo, unidos por el amor al campo Fachinal (Enviados especiales). La bombacha de campo, las alpargatas, las polainas y el sombrero constituyen su atuendo diario. Don Rufino Cáceres (64) trabaja en el campo desde que tiene uso de razón. “Me crié ahí”, dijo orgulloso mientras ensillaba su caballo.
Hace ya muchos años abandonó La Cruz (Corrientes), donde se desempeñaba como capataz de una estancia para asentarse definitivamente en Fachinal junto a doña Eusebia Godoy (61) con la que crió once hijos. Todos ellos crecieron bajo el ala de Rufino entre caballos, vacas y las labores propias del campo. Algunos hasta participaban de las domas de la zona.
Con el pasar de los años, los hijos volaron del nido. Todos ellos, además de compartir la pasión de su padre, siguieron sus estudios luego de terminar la secundaria. Sin embargo, Rufino no se quedó sin compañero de andanzas; ahora lo acompaña su pequeño nieto Cristian (10). “Enlazamos, curamos a los animales, vacunamos y capamos. Me gusta mucho salir al campo”, confesó el niño que sigue atento las enseñanzas de su abuelo.
La relación entre Rufino y Cristian es muy estrecha y su amistad se vuelve cada vez más grande. El niño vive desde pequeño en la casa de sus abuelos y mamó el entusiasmo de la familia en los quehaceres rurales. Tanto así que asistir a la escuela es un dolor de cabeza, así lo afirmó él mismo. Prefiere pasar el rato junto a los caballos y las vacas o corriendo en compañía de los perros.
“Una vez salieron los dos para el campo y Rufino se enfermó. Era chiquito y vino sólo corriendo a avisarnos que el abuelo se había enfermado”, recordó Eusebia con risas.
“Yo me siento orgulloso, porque así no se termina la tradición de la familia. Pero siempre le digo que primero tiene que estudiar, porque él quiere salir todos los días al campo”, afirmó por su parte el hombre para el que la educación juega un papel primordial en la vida.

“Chamamesero a full”
Las fiestas familiares son multitudinarias en el hogar de los Cáceres. En ellas casi nunca falta un integrante y con el mismo esmero tampoco se da la ausencia de la música: chamamé de preferencia porque “soy chamamesero a full”, lanzó don Rufino para no dar lugar a la duda. Además, es abanderado de la bandera de Misiones en la tropilla que lleva el nombre La Cruceñita.
La vestimenta gauchesca es el mejor ropaje cuando de celebraciones se trata y el clan completo lo tiene y lo usa con honra.
Con respecto a la indumentaria tradicional, Eusebia es la encargada de confeccionarlas para los gauchos que se lo encarguen. El oficio lo heredó de su madre cuando era una niña, con doce años ya cocía.
En tanto, Nilda, una de las hijas del matrimonio hace artesanías en lana. Uno de los trabajos más requeridos es la jerga, una especie de manta tejida que se coloca en el lomo del caballo para evitar el roce de las prendas de cuero que podrían lastimar al animal.
La lana de Nilda es teñida con las plantas de la zona: cebolla, lapacho, hojas urunday.

Tesoro familiar
Rufino guarda con recelo dos elementos que tienen un alto nivel afectivo e histórico: un cinturón de cuero de carpincho con la hebilla y arreglos de plata, y un facón (cuchillo) con el mango hecho de ese mismo metal.
Ambas reliquias forman parte del tesoro familiar desde hace más de 100 años. Según comentó Rufino, perteneció a su bisabuelo y, seguramente, en algunos años quedará en las manos de alguno de sus nietos.
“El trabajo en el campo es una cosa sana. La gente del campo no jode con las drogas. Les gusta mucho el ‘chupi’ nomás”, agregó sin poder evitar las risas que contagiaron a su esposa.
El matrimonio lleva 43 años de casados. Habitualmente, la rutina se repite. Se despiertan a las 6 de la mañana o antes, toman unos mates y al rato Rufino agarra su caballo y sale al campo a juntar el ganado. Es la rutina que el hombre vio repetir a sus padres desde que era un niño y la que eligió para su propia vida.

Por María Elena Hipólito
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