La guerra en primera persona

Domingo 15 de marzo de 2015 | 00:00hs.

Con el pasar de los años se van perdiendo las historias sobre guerras. Pero esos recuerdos siguen vivos en los hombres que pasaron por algún conflicto bélico.
El informe de hoy trata sobre   veteranos de guerra, que convivieron con el dolor y la muerte en distintos enfrentamientos en diversas partes del mundo. ¿Por qué contarlos si son experiencias traumáticas? Porque también resaltan el valor que tuvieron en ese momento esos hombres para enfrentarse con el enemigo y superar el momento más crítico de sus vidas, que los marcó para siempre.
Así, en Montecarlo todavía vive un camboyano que estuvo 6 años en la guerra de Camboya (ver página 8). En Ituzaingó -Corrientes-  vive uno de los comando anfibios que integró el primer grupo de soldados en tomar las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982 (ver página 7). También están las historias de Luis Durán y Juan Bruskevich sobre los días que pasaron en el frente de batalla en el conflicto bélico de 1982 (páginas 4 y 5).

Otra historia es la de Luis Medina, un posadeño que fue a Kosovo en misión de paz y terminó conviviendo con una ciudad sin misericordia (ver página 6).
Son relatos crudos, en primera persona, y para conocer desde adentro sobre lo que es una guerra.
Cada historia es única e irrepetible. “Si vos charlás con los 400 veteranos de Malvinas que hay todavía en Misiones, son 400 historias diferentes porque nosotros con Juan (Bruskevich) estuvimos separados por 10 o 20 metros y él tiene una visión y yo tengo otra visión de la guerra”, explicó Durán.

Dos en el frente
Luis Durán y Juan Bruskevich estuvieron combatiendo en el frente de batalla en las Islas Malvinas por catorce días.
Los dos fueron parte del Regimiento 4 Monte Caseros, batallón que participó de todos los conflictos bélicos que tuvo la Argentina.
En aquellos años Durán integraba el Ejército, era sargento primero y su especialidad era mecánico armero. Estaba por pedir licencia porque su mujer estaba embarazada, cuando estalló el conflicto en el sur argentino.
Bruskevich tenía 19 años y ni bien escuchó del desembarco a la isla se presentó con su documento de identidad para ir a defender el territorio argentino. Se subió a un tren y se fue a Monte  Caseros, donde hacía unos meses había terminado de hacer el servicio militar obligatorio. En Malvinas fue designado enfermero del escuadrón.
Ni bien pisaron la isla emprendieron una de las más crudas marchas que recuerden los soldados argentinos. La marcha hasta el monte Wall, su primera posición para replegar los ataques ingleses.
“Fue muy cruel, nosotros veníamos de un clima cálido y nos mandaron a caminar 40 kilómetros con un frío bajo cero, lluvia y un viento que si te agarraba de espalda te hacía subir el cerro y si daba vuelta y te pegaba en el pecho te tiraba al suelo”, recordó Durán.
“Nos llevó el general Parada, que en el cuartel era un león y en la isla fue un 'cagón'”, dijo con bronca Durán y agregó: “Era un día de lluvia, viento y frío, nosotros apenas teníamos un piloto de plástico. Fue terrible esa marcha”.
Luego de unos días y ante el avance de los ingleses debieron dejar el monte Wall y replegarse hasta el monte Harriet o Enriqueta.
“La última vez que comimos una ración caliente fue el 11 de mayo (la rendición fue el 12 de junio), porque los bombardeos no nos dieron descanso, fueron catorce días de bombardeos las 24 horas. Fue desgastante”, agregó Bruskevich, a quien se le llenan los ojos de lágrimas ni bien empieza a relatar lo vivido en Malvinas.
“Mientras los ingleses cambiaban de batallón para atacarnos,  nosotros resistíamos con los mismos hombres, sin descanso, mal alimentados y muchos quedamos con lo puesto. Un día yo me doy vuelta y mi carpa desapareció con una bomba y desde ahí quedé como diez días con lo puesto”, comentó Durán.
El relato no se detiene y lo recuerdan con dolor y a la vez con orgullo; “todos los días había muertos y cuando podías dormir, te despertabas y un compañero no tenía un brazo, una pierna o estaba herido”, recordó Durán,
“Un día me tocó atender un soldado santiagueño y tenía todas las tripas afuera, pedía agua, tenía mucha sed, le dimos con una pava que teníamos y tomaba por la boca y le salía por las tripas. Lo curamos, lo vendamos y se salvó, fue un milagro”, confesó Bruskevich, quien tuvo que vivir esa crítica situación con tan solo 19 años.
“En la guerra no hay un día bueno, todos los días vos te abrazás y ves cara a cara con la muerte. Y cada día que pasa y seguís vivo lo tenés que agradecer”, agregó Durán.
Ya pasaron 33 años de la Guerra de las Malvinas, pero cuando los veteranos empiezan a relatar sus historias, es como si estuvieran en el mismo lugar en ese mismo momento.
“Cuando se acerca la fecha yo me pongo tenso, es inevitable no recordar, una guerra te marca para toda la vida y te hace ver quiénes tienen valor de verdad. Yo vi coroneles y generales que en el cuartel eran los más guapos y cuando se tuvieron que embarcar encontraron todas las excusas. Uno se olvidó el arma, la fue a buscar y nunca volvió. El otro directamente dijo que ‘yo prefiero ser una cagón vivo, que un corajudo muerto’. Hubo de todo en esa guerra”, reflexionó Durán.
“Las tropas más preparadas eran los infantes de marina y fueron los que menos fueron. Nos mandaron a nosotros, que la mayoría tenía escasa y muy poca preparación para enfrentar un clima tan duro. Por eso nos duele cuando se dicen veteranos y no pisaron la isla nunca”,  sostuvo Durán, quien luego de la guerra siguió en el Ejército hasta su retiro.
Y casi sin pausa en el relato rápidamente vuelven al frente de batalla de Malvinas.
“Esos catorce días fueron terribles, hubo compañeros que no aguantaron y en un momento dejaban todo y en pleno bombardeo salían a caminar y se iban hasta que caían muertos por los balazos”, contó Bruskevich, quien en la charla con El Territorio hizo un gran esfuerzo por no quebrarse.
 El 12 de junio llegó la rendición. “La rendición de los hombres, porque las banderas no se rindieron”, aclaró Durán.
Y relató la historia de la bandera del batallón que se salvó de caer en manos enemigas. “La bandera del Regimiento 4 era muy preciada por los ingleses porque estuvo en todas las guerras que tuvo Argentina, desde las primera invasiones inglesas y nunca se la pudieron llevar”.
“Cuando caímos presos, pensamos ponerla en la espalda de un soldado que estaba enyesado, pero era muy difícil de meterla y  se la dimos a un cura que estaba con nosotros. Él la escondió entre sus pertenencias y como era de la iglesia mucho no lo revisaron. Y cuando nos suben al avión para traernos de vuelta el cura la tenía guardada bajo el brazo y el soldado inglés lo ayuda, y el cura le pasa sus cosas, entre ellas la bandera, ese fue el único momento que ese soldado inglés la tuvo y no supo que era esa bandera. Cuando llegamos a Río Gallegos el cura la sacó y nos formamos todos para saber que se había salvado la bandera. Fue un gran honor”, recordó Durán. Cada año esa bandera encabeza la formación de los veteranos que se reúnen en Monte Caseros para recordar la Guerra de las Malvinas.

Por Pablo Lizarraga
interior@elterritorio.com.ar


Informes del domingo

  Medina, el misionero que patrulló y sufrió en una Kosovo inmisericorde
  Núñez, el hombre que estuvo en el desembarco en Malvinas
  “Debíamos sacar fotografías de las personas que matábamos”
  Una hermandad que nació en la guerra y se extendió medio siglo