“El argentino tiene un paladar genéticamente heredado para el vino”

Sábado 22 de diciembre de 2012
Miguel Brascó. | Escritor, humorista, dibujante, sommelier.
(por Víctor Piris). Miguel Brascó es difícil de encasillar en alguna actividad. Tiene 86 años y se muestra muy motivado a contar nuevas experiencias. Su actual y tal vez más conocida profesión es de periodista especializado en vinos y gastronomía. Por ello escribe columnas en el diario La Nación, además de diversas participaciones en programas televisivos.
Pero además de escribir, fue dibujante en varias revistas y algunos diarios. Amigo personal de Quino, facilitó la llegada de Mafalda como tira cómica. Publicó un libro de cuentos, cuatro de poesía, uno de vinos y dos novelas, meses atrás la última (El prisionero) desarrollada en la Francia de la post revolución. Fue editor de revistas y participó en otras varias. Su primera profesión fue la de abogado, en la que también se destaca con un posgrado en la Universidad Central de Madrid. Vivió en Perú, Suecia, Holanda y España. Fue amigo de Julio Cortázar, Astor Piazzolla y el Gato Dumas.
Días atrás llegó a Posadas invitado por la Distribuidora Jota-Be y la Bodega López para hablar sobre los vinos y su combinación con la gastronomía local. Así, almuerzo mediante con comerciantes locales y periodistas, recordó y defendió el sabor de los pescados de río. En particular del pacú.
“De vez en cuando me encuentro con alguna gente que me dice que el pacú tiene sabor a barro, y ahí yo rápidamente le preguntó “¿usted comió alguna vez barro?”. Y la cosa se queda ahí, hay que ejercer una férrea defensa de los pescados de río”, comentó ante la sonrisa de los comensales.
En diálogo con El Territorio, desde un hotel local y algunas horas después del almuerzo, se refirió a su relación con sus mayores pasiones: la escritura, la gastronomía y los vinos. Distinguió que los argentinos tienen una gran perspicacia para reconocer buenos vinos. Destacó a Misiones, además de los pescados de río, por ser un “paraíso para lo gourmet”.

¿Qué nota usted que a la gente le interesa saber cuando lee sus artículos sobre vinos argentinos?
Mis artículos algunos son buenos y otros son bastante malos. (Silencio y mirada profunda al cronista). Los buenos son cuando estoy inspirado y tengo bastante tiempo y los malos son cuando no estoy inspirado ni tengo tiempo. Lo que me pasa con el destinatario yo lo tengo muy presente, en la computadora tengo un cristal delante de mí y a través de ese cristal veo todo el tiempo a una persona que está leyendo lo que yo escribo, entonces lo que nunca hago es prender la luz del lado donde yo estoy, porque ahí me veo a mi mismo en el cristal y ahí entro en esoterismo.
Pero sí no, la gente lo que me pide es que amplie un tema y alguna veces que aclare otros. Escribir corto, es endiabladamente difícil y sin embargo en los diarios uno aprende eso y poner lo que realmente es significativo, que trasmite la línea del pensamiento del texto y lo demás lo cortan. Yo tengo que ir con los textos para La Nación con 3.500 caracteres y lo demás lo cortan. Ni uno más, ni uno menos.

En cuanto a vinos particularmente ¿le piden algo en especial, alguna anécdota, una característica de algún tipo de uva?
Quieren entender a través de esa cosa neblinosa y poco atractiva que es el “macaneo glorioso”, que inventan los sommeliers para explicar lo que no saben, por ejemplo si hay una cosa difícil es explicar cómo es el aroma de un vino. Uno toma un vino lo respira como corresponde y quiere trasmitirle a otro el aroma que tiene este tinto y ¿cómo lo explica? Hay un lenguaje convencional insignificante, es un vino profundo ¿qué quiere decir profundo? Es un vino perfumado. Hay un idioma del macaneo glorioso que diría “tiene aroma a zootobosques en una tarde donde las libres corren hacia la derecha”. Eso está escrito en libros de vinos y el 90 por ciento de las descripciones son macaneos. Y después está descubrir una forma de describir un vino de la manera más directa posible.
Cuando me toca opinar sobre un aspecto del vino, siempre me imagino que estoy con alguien y le digo “probá este vino porque…” y ahí me sale. Y sí no me sale, por lo menos me acerco. Pero la imaginación está complicada en este caso, el desarrollo de la imaginación que sería salvación, está complicado por el hecho de tener un “macaneo glorioso” disponible. Entonces es más fácil ir al macaneo glorioso y por eso es más fácil recurrir a la “memoria de flores blancas” para algún vino blanco. Cómo se puede decir que un vino tiene “aroma a flores blancas”, sí hay setenta tipos de flores blancas y cada una tiene un aroma distinto.

¿Coincide en que al consumidor actual le importa cada vez más el “macaneo glorioso” para comprar un vino?
No, el consumidor actual está movido por dos fuerzas. Una tiene la sensación de que hay algo que él no sabe y que no se lo explican, es una constante. Y la otra es que le gusta el vino, el argentino es un auténtico, genuino gran bebedor de vino sofisticado porque tiene un paladar genético heredado. Aún cuando no tome vino puede distinguir entre un vino de buena calidad y un vino inventado, por ejemplo toda la moda que hubo en la Argentina con los vinos concentrados, que termina con la caída de Robert Parker, el gurú americano (de vinos), que vendió todos sus intereses a los chinos.
El argentino rechazó los vinos parkerianos, fue uno de los únicos casos. Argentina es uno de los pocos países con alta producción y consumo de vinos. Es el quinto consumidor, a  pesar de que tiene nada más que unos 30 litros por año, habiendo teniendo 90 litros en la década de los 70, pero eran de los vinos comunes de mesa y ahora son 30 litros de vinos finos. El argentino tiene una perspicacia para juzgar los vinos, que lo que necesita es tener información genuina y clara.
Todos los vinos de la corriente, empujada por las mass media americana, que inclusive influyeron en alguna región de Francia, llegaron acá pero el argentino lo rechazó. Los vinos concentrados sólo lo tomaban los snobs y los chicos jóvenes, por falta de educación y de tiempo de aprendizaje.

Se puede observar que varios de sus artículos están referidos, además de los vinos a la gastronomía y algunos alimentos.

No se puede hablar de vinos sin hablar de gastronomía, el vino es una expresión de la cultura mediterránea y la cultura mediterránea es una expresión del bienestar apoyado básicamente en los sentidos  y en los sensorismos de la gastronomía. Un vino es bueno, porque es versátil porque se combina con muchos platos.

¿Qué piensa de la gastronomía de la región de Misiones?
Misiones es un paraíso para lo gourmet. Acá hay que defenderse contra la extinción de las especies, hoy hablamos con un amigo (Hugo Díaz) que se ve que no solamente es dueño de un restaurante, sino que lo ha pensado. Y entonces me cuenta que los palmitos frescos son una exquisitez, deben estar entre los diez bocados más exquisitos que existen en la cultura actual del mundo, pero no se pueden consumir porque están agotando la especie. Es así.