Centralia, la ciudad fantasma que lleva 54 años ardiendo

Lunes 30 de mayo de 2016 | 08:18hs.
Centralia, la ciudad que arde por dentro.

A principios de 1962 Centralia no era más que un pueblo minero de la Pennsylvania rural, la imagen misma de la década que Estados Unidos acababa de dejar atrás: pacífico, próspero e indiscutiblemente blanco. Pero el 27 de mayo de ese año, como si el dios de las metáforas estuviera particularmente ocurrente, el suelo bajo Centralia comenzó a arder. Una serie de catastróficas decisiones, ora motivadas por la avaricia, ora por la más supina de las incompetencias, condujeron a que las vetas de carbon que jalonaban el subsuelo de la ciudad y que eran su sustento y su razón de ser se prendieran fuego. Y el suelo bajo Centralia se convirtió en un símil de un país cuyos cimientos se sacudían por los embates de negros, mujeres, latinos y hippies que querían su parte del sueño americano.

 

Todo empezó por una de esas corruptelas de baja intensidad tan propias de los pueblos pequeños. Centralia había estado almacenando sus basuras en una antigua mina a cielo abierto junto a un cementerio a las afueras del pueblo. Había llegado el momento de deshacerse de esas basuras, y eso significaba quemarlas. Por supuesto que en 1960 incluso los legisladores de Pennsylvania sabían que el carbón arde, y por eso exigían que, antes de reutilizar minas a cielo abierto como vertederos -que se conoce debía ser un uso popular- primero debían ser selladas con algún material ignífugo que permitiera quemar la basura sin prenderle fuego al subsuelo. Adivine el sagaz lector en qué ciudad de Pennsylvania decidieron prescindir de la capa no inflamable porque total seguro que no pasaba nada.

 

Lo que sucedió luego es lo que habría sucedido antes o después. Quemaron la basura y, según se consumía, dejó al descubierto un portentoso agujero que conducía al laberinto de galerías de carbón que horadaba todo el pueblo. Debió ser portentoso el momento en el que las cenizas fueron dejando paso al agujero, y la sonrisa de satisfacción en la cara de los encargados de quemar la basura fue mudando en ese gesto inefable que se nos pone a todos cuando descubrimos que nos hemos equivocado.

 

No fue sin embargo hasta finales de los setenta que los residentes empezaron a comprender cómo de importante es vivir sobre un incendio perpetuo. Intuitivamente uno diría que es algo bastante importante, pero al parecer los vecinos de Centralia simplemente siguieron con sus vidas convencidos de que el fuego se iría un día del mismo modo en que había aparecido. Pero igual que los movimientos sociales, el fuego estaba allí para quedarse: en 1979 el entonces alcalde –y propietario de gasolinera, así de polifacéticos eran en Centralia– descubrió mientras limpiaba uno de sus tanques que el interior estaba muy caliente, a 77º. Algo que incluso el más lego en materias relacionadas con gasolineras puede comprender es que la gasolina y las altas temperaturas son dos cosas que no es buena idea combinar.

 

Pronto la investigación aclaró que el subsuelo entero de Centralia ardía. El fuego se había extendido por las galerías abandonadas, royendo durante décadas los propios fundamentos de Centralia, y ahora, como villano en el tercer acto de una película de aventuras, iba a hacerse notar. Magníficas plumas de gases ponzoñosos y socavones repentinos que devoraban niñitos inocentes: el día de San Valentín de 1981 un niño llamado Todd Domboski fue literalmente devorado por un agujero humeante que se abrió bajo sus pies, una experiencia a la que sobrevivió de milagro. Como en Poltergeist, el suelo mismo rechazaba a sus habitantes, la tierra maltratada se cobraba su venganza. Para los habitantes de Centralia solo quedaba una opción: marcharse.

 

Centralia nos fascina por un millón de motivos. Con su pequeño y aparentemente inocente pueblo rural de Nueva Inglaterra invadido por un mal invisible pero embebido en la propia naturaleza del lugar, Centralia tiene algo de la narrativa de Stephen King engranada en su ADN. Centralia es Derry y Castle Rock, pero sobre todo es Salem's Lot. Uno puede dejar correr su imaginación y pensar que el inicio del fuego fue algún ritual arcano, destinado quizá a resucitar o a desterrar para siempre a algún mal primigenio de horror indecible. Es fácil imaginarse a una de esas sectas secretas que tanto gustaban a Lovecraft cantando invocaciones perversas en las galerías, y el fuego propagándose bien para culminar sus designios, bien para truncarlos. El fuego bajo el suelo mientras la gente decente sigue con su vida en la superficie funciona como analogía a tantos niveles que es imposible contarlos todos. Centralia nos fascina porque es, ante todo, literatura.

 

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