Quiroga Cué

Martes 21 de junio de 2011
El ámbito en el que Horacio Quiroga pasó los últimos años de su vida en Misiones.

La memoria, en el pueblo de San Ignacio, constituye una rara paradoja misionera: siendo una localidad con tanta historia (su municipalidad data de 1877, es el paso al peñón del Teyú Cuaré, mirador del Paraná, donde - aseguran - vivió una temporada oculto el gerifalte nazi Martin Borman, y alberga las monumentales ruinas de las Reducciones Jesuíticas levantadas hace 400 años) no ha sido tan pareja en la recuperación de otro sitio que le dio tanta o más fama a principios del siglo XX, rescatado en los 60,  y actualmente semi-olvidado: la casa del escritor Horacio Quiroga. La valoración de su importantísima obra literaria (se la enseña en los programas de la escuela secundaria) no tiene en su inspirador Iviraromí un correlato siquiera proporcionado, al punto que hoy, aún en el propio pueblo, no son pocos los vecinos que desconocen la ubicación de la vivienda que habitó el escritor hasta poco tiempo antes de morir. El Terrirtorio la visitó recientemente.

 

Todo misterio fue desalojado
Desde Posadas se llega por la ruta 12 (hacia Iguazú) en menos de una hora: el cruce de San Ignacio, poco más allá de la desembocadura del mítico arroyo Yabebiry, está a 60 kilómetros de la capital misionera. Su ondeado acceso principal, que también conduce a las históricas Ruinas, atraviesa el centro del pueblo, y termina en una bifurcación que conduce a la casa.
No existe allí indicación alguna.

Sin embargo, tomando el arduo camino de la izquierda, (asfalto, piedra, tierra), y a poco más de 500 metros, se llega a la famosa “Casa de Horacio Quiroga”.
Una verja de cañas se extiende a la izquierda de una construcción de ladrillos vistos, y a la derecha remata un alambrado una puertita de madera que es acceso al sendero de los altos tacuarales: por él, en menos de cien metros de recorrido, entre cañas verdes y reparos, umbrío caminito, estrecho y silencioso, desemboca el visitante en el conjunto de otras dos viviendas, separadas por un parque con vista al curvón del Paraná. La encargada es Delia Ríos, y en su nombre recibe a El Territorio el encargado de mantenimiento, Fabio Gutiérrez.
“La más antigua, explica Fabio, es la réplica de una casa de madera que en realidad se incendió hace mucho, y que después fue reconstruida especialmente para una filmación (1986). Actualmente está clausurada, vacía (apenas se exhiben afuera un bote y unas ruedas de carro) y pronto se la echará abajo para volver a levantarla. La madera está podrida...” informa el guía.
El parque resulta muy atractivo, por su estado y sus habitantes callados; paltas, apepú, coco, bananos y palmeras (plantadas por Quiroga).
A pocos pasos, la segunda vivienda está en mucho mejor estado que el galpón. Es de material, ladrillos sobre piedras, revocada, ventanas luminosas y vista al río. Consta de una “sala de estar”, comedor, baño, dormitorios, galería, serpentario, aljibe y busto de Quiroga.
En el estar pueden verse un escritorio original, una réplica de su máquina de escribir, su motocicleta, un estante sobre la que reposa una lata de galletas, una plancha de carbón, soplete, caparazones y un Radius sueco, calentador a mecha. A un costado, otra réplica de su cámara fotográfica con fuelle, y sobre el hogar, dos radios antiguas.
Se accede a una segunda sala que pareciera haber sido un dormitorio (donde descansa la mesa de madera tantas veces citada en sus biografías), coronado por el cuero de una boa de cuatro metros, un lote de insectos y mariposas, y un molino de maíz.
Otra pieza, pequeña, tiene piso de madera, ventana, es el más cálido de los ambientes, y su escenografía teatral está compuesta por el catre donde dormía Darío, (el hijo de Quiroga), un ropero y un sillón de mimbre, original, según el cartel indicador, donde se habrá sentado alguna vez don Horacio…
El baño, blanco y vacío, aséptico, poco agrega.
Fuera de la galería, un gran piletón de más de un metro de profundidad es el vestigio del serpentario; más allá, un aljibe, y contra un fondo de tacuaras, gobierna el páramo sobre un pedestal hecho con piedras de la zona, el busto de Quiroga, inaugurado con pompa en septiembre de 1964.

 

Valoraciones olvidadas
Fue en esa circunstancia (1964) que visitó la casa su antigua propietaria,  viuda del escritor, María Elena Bravo de Quiroga. En ese año, una iniciativa del Club de Leones propició su remozamiento, se decretó la Semana de Homenajes al escritor y su obra, se brindaron conferencias en Posadas y se inauguró el museo en San Ignacio. Lamentablemente, de la descripción de elementos que se exhibían entonces, y fotografías del lugar, se aprecia un importante faltante de cueros de animales en el inventario. El Museo es otra edificación separada del conjunto precitado. Es justamente por donde se accede: mide 25 metros cuadrados, y se exhiben en él algunos libros de Quiroga (“las ediciones no son las primeras, creo que se las han llevado al museo del centro”, explica el guía), un bastón, “que no es de él” y un violín, “recuperado por un peón”. En un rincón cuelgan sus famosas herramientas de carpintería, y en los muros pueden verse varias copias de fotografías. Los enormes y coloridos cuadros de Mónica Millán simbólicos, selváticos, con los ojos desorbitados de Quiroga, son, en definitiva, los únicos elementos que transmiten algo “distinto” al visitante, un vestigio de aquella arquetípica fuerza misteriosa que sobrevuela cada uno de sus relatos.

 

“Como en la Edad Media”
Helena Corbellini escribió La vida brava (Ed. Sudamericana, Uruguay, 2007) que constituye una biografía novelada de la segunda esposa de Quiroga, María Elena Bravo. Se describen en él aspectos conyugales de primera mano    que muestran al escritor, huraño, déspota y tacaño, sobre todo en el final de sus días. El capítulo 22 cuenta como la familia Quiroga (Horacio, la esposa, y los tres hijos) toma posesión de la casa de San Ignacio y del origen de algunos elementos que pueden reconocerse:
“Llegamos a Posadas como auténticos colonos, pesados de valijas, muebles y objetos de los más diversos porque yo pensaba que ya nunca volvería a tener contacto con la civilización. El vapor amarró y de a uno nos desembarcaron en el muelle. Era el 10 de enero de 1932... Bebimos leche y comimos unos sandwiches mientras esperábamos la salida de la lancha hacia el Puerto Nuevo de San Ignacio”(...)
“... la casa de piedra, que se comenzara a construir en 1915, era demasido pequeña y estaba inhabitable. Las cañerías obstruidas, la bomba herrumbrada, el pozo apenas daba agua. La humedad ponía el tono grisáceo de los hongos en las paredes y los insectos tenían allí su morada. Nuestra primera tarea fue fumigar las habitaciones para liquidar arañas, hormigas y alacranes de una vez. La segunda fue lavar con desinfectante pisos y paredes, quitar el polvo de las estanterías, tirar cosas y organizar lo que habíamos traído de la casa de Vicente López”(...)
“... El trabajo febril producía un clima de fiesta en la meseta. Horacio amplió nuestro hogar añadiendo otra pieza y construyendo un gran ventanal con vistas al Paraná. Modernizó las instalaciones sanitarias hasta obtener agua caliente en la canilla de la bañera. Trazó senderos de piedra del bambusal a la casa y de la casa al taller” (...)
“... Ante los primeros fríos construyó una estufa a leña en la sala que caldeábamos con grandes troncos de lapacho y ramas de espinillo. Los interiores se fueron cubriendo con pieles de carpincho, oso hormiguero y hasta de un puma con el que cubrió la cama. Los animales los cazaba él mismo, pero también gustaba comprar pieles a la gente del lugar”(...)
“... En los estantes de pino dispuso sus libros más queridos; Poe en francés, Kipling, Dostoievski, ciertos títulos de autores uruguayos y argentinos que merecían su aprecio personal y también las ediciones de su propia obra. Todos los ejemplares estaban encuadernados en arpillera o con pieles de animales cazados por él... para mi alegría, después de varios intentos, la radio traída de Buenos Aires captaba varias emisoras incluyendo la música clásica que se transmitía desde Uruguay” (...)
“... éramos colonos a la conquista del Paraíso... encendíamos las velas y el farol a nafta y nos contábamos las novedades mientras cenábamos una sopa de verduras, puré de zapallo o mandioca y carne de oveja... Me imagino que así era la vida en la Edad Media.”