Deber misionero: preservar nuestras raíces culturales

Lunes 12 de junio de 2006
Otra imagen de Posadas. | Ayer, dotada de campo, piedras, monte, árboles gigantes, arroyos, flora y fauna.

Retrotrayéndonos hacia años remotos, muchas veces no habíamos valorado lo que teníamos a nuestro alrededor. Sólo nos quejábamos del bichito que pica fuerte, el molesto mbariguí. Los cascarudos debajo de la tenue luz de los faroles, en medio de las esquinas de las calles, cubiertas a su alrededor por la vegetación. O de los taca taca y los bichitos de luz. La polvareda roja, el barro resbaladizo y pegadizo y otras características.
Tiempos de los imprescindibles mosquiteros, catres, cántaros, pozos para extraer el agua con  piolas, cadenas  o roldanas. De los modismos regionales. De cuando a los los foráneos se les decía “cuidado que la tierra roja es pegadiza: quien pisa en ella, no se despega. Es más, quedan atrapados”.
Aunque teníamos copiosas lluvias, había hermosos días para disfrutar año tras año. Si había sol, las damas usaban sombrilla para resguardarse . Y el éxtasis que provocaba el mirar las plantas por las mañanas cuando caían las gotas de rocío de sus hojas. Las escarchas en invierno, el canto de los pájaros o el correr del agua de los arroyos cristalinos, que se teñían de rojo al deslizarse por las profundas zanjas o cunetas callejeras. En fin, esos tiempos ya pasaron para no volver jamás.
Los nacidos en Misiones deberíamos culparnos un poco por no haber sabido defender los vestigios que forman parte de nuestra identidad. Por aquel patrimonio histórico y cultural que ya casi no existe a diferencia de otros lugares donde sí se le dio la importancia que se merece.
El aire puro se esfumó, construyéndose en su reemplazo grandes edificios, en una pequeña provincia, con argumentos de diverso tipo, como el de economizar espacios.

Los porteños
Nos sentíamos diferentes de quienes vivían en la gran urbe. Ellos eran  como sapos de otro pozo. Cuando llegaban de la Capital Federal a conocer o vivir en Posadas, cuántas veces  se los rechazaba.  Venían de Buenos Aires con orgullo o creíamos que se sentían  superiores a los provincianos. Para colmo, nos sacaban el espacio  en todos los aspectos. Hasta el empleo, quitando del medio  a los misioneros. Y porque en la capital de la Argentina nos tildaban de “bólidos”, “cabecitas negras”, “pajueranos”. Ellos se daban de más inteligentes y a nosotros nos veían  como “cucos”. Nosotros, a la vez, los metíamos a todos en la misma bolsa, tildándolos de “porteños”, “foráneos”, “paracaidistas”. O como ilustró en sus historietas, Antonio Latreccino, un defensor de la ecología y de nuestra lengua del guarání:los porteños eran unos “argeles”, “santoró” , “mandados de parte” En cierto modo así era. Llegaban con la viveza ciudadana, con aire superior, facilidad de palabras y convencían con un tono arrogante de sabelotodos. Para colmo, se conquistaban las chicas misioneras, con el consabido “argelamiento” de los muchachos locales. La gente comúnmente  decía “porteños mandados de parte”, “engrupidos”, “chuscos”, “sobradores”, “copetudos”, “pitucones”, entre otras yerbas. Y ellos nos imitaban nuestra manera de hablar con acento extraño, pausado, cierto cantito, aspirando la S y decir  calle, allá y otros modismos desconocidos para “el porteñito”. Nos diferenciábamos, claro está, por nuestro hablar pausado, arrastrando las palabras. También por el andar sin prisa y utilizando términos en guaraní o refranes españoles. Comúnmente decíamos “somo. e. Posáa. Misione”, “sí, pue...”, “eso mismo”, “tolongo”, “yaguá”, “peina”, “se trancó la bombilla”, “recular”. También se hacían bromas sobre las personas que iban a vivir en Buenos Aires por unos meses. Comentaban que cuando éstos volvían, desde que bajaban del tren “ya no conocían ni la mandioca”. Si se los invitaba a comer preguntaban, ¿y esto qué es? ¿Vela? O bien, “pujaré (ayer) yegué de Bueno Aire”. Sentían vergüenza de ser misioneros y decir, calle, gallina, allá, llevar . Querían ser “catés” nomás, a la “reinte” (mentira). Hoy lamentamos que la nueva generación pareciera que se avergüenza de la nativa habla regional, porque se expresan con “caye”,” ayá”, “cabeyo”.

Horacio Quiroga
Enamorado de Misiones, el uruguayo vivió y escribió sus mejores producciones, en esta tierra, inspirado por el paisaje agreste. En su casa construida por él, en Teyú Cuaré, San Ignacio. Hace varios años atrás, en el transcurso del acto conmemorativo en homenaje al escritor, Salvador Lentini Fraga, en su exposición pronunció estas palabras.  " el escritor que vivió en esta casa, la construyó, concibió el clima adecuado a su aposentarse como escritor y realizar su vida a través de esa faena, ese construir, ese manifestarse y darse que es la labor del escritor.
Quiroga ha sido así, y desde aquí, orgullo para los misioneros, ha transcendido, ha hecho trascender, esta tierra a los ámbitos, ya nacionales, y americanos o mundiales. Lo que para nosotros pudo y puede ser rutina, desde el maravilloso y extraordinario ángulo anímico y visual del escritor, se trasforma en cuento de hadas o cuadros de sueños animados. En otro orden de cosas, Lentini se explayó así; " El simple vuelo del pájaro, el farfullar del viento, el somormujo del dorado en el río, la caliente onda de la resolana  en el quemante verano, el crepitar de la lluvia en la selva ahíta  y en fin, todo esto, que forma ese mundo de un semi sueño tropical, han tenido para el escritor, una vigencia tangible, palpable, casi material, como la pulpa de una naranja o el corazón rojo de una sandía."

Mercedes “Mecha” Villalba