El bicentenario de las Invasiones Inglesas

Domingo 25 de junio de 2006

La Revolución Industrial había catapultado a Inglaterra hacia el capitalismo industrial y financiero que dominaría el escenario económico mundial en el siglo XIX. En 1805, la batalla naval de Trafalgar entre las fuerzas inglesas y franco-españolas, y el triunfo de los británicos al mando del Almirante Nelson, coronaron el ya inminente poderío inglés en los mares.
A principios del 1800, Gran Bretaña era el dueño de las aguas, y el imperio francés, hasta la caída de Napoleón, tenía potestad sobre el continente europeo occidental.
En 1804, el Emperador de Francia impuso el bloqueo continental prohibiendo el comercio con Inglaterra, para defender la producción continental de los artículos británicos, más baratos debido a los bajos costos que imponía la nueva industria de las fábricas.
El desarrollo industrial de la isla no podía detenerse, y debía encontrar mercados para volcar sus excedentes. ¿Dónde focalizar la mirada, los intereses y la diplomacia inglesa para apoderarse de potenciales mercados?
La naciente Estados Unidos, ex colonia suya, y que ahora le vendía productos como algodón, también le cerró sus puertos; Portugal y Brasil podrían ser una opción, pero Napoleón estaba cerca; la América española se erguía como alternativa concreta.
Los británicos tenían bajo la manga sus irresistibles y ultrabaratos tejidos a máquina, confeccionados en las tejedoras modernas con la máquina a vapor de las fábricas de Manchester, además de su ambigua diplomacia y su poderío naval.
Todos estos factores y necesidades llevaron a Gran Bretaña a conquistar a las colonias españolas de América.
En junio de 1806, tropas inglesas se apoderaron de Buenos Aires y tras un corto triunfo inicial fueron derrotados por las milicias locales que reconquistaron la ciudad.
Era el primer triunfo del pueblo platense sobre los ingleses invasores, en una experiencia que demostró la débil y desinteresada protección de la región por parte de las autoridades españolas.
La gloria se la llevaron las milicias urbanas, el pueblo y un desconocido Liniers, cuya valentía lo llevaría a reemplazar al desacreditado virrey Sobremonte.

El escenario está armado
Han existido claros indicios históricos que dan cuenta de que Inglaterra, hacia 1804, había elaborado planes concretos para apoderarse de las colonias americanas, y que contaba incluso con el apoyo y el beneplácito de algunos hispanoamericanos como el venezolano Miranda.
El año de 1805 definiría las cosas. Ingleses y franceses estaban en guerra. Los primeros arrastraban a Austria, Prusia y Rusia de su lado, los segundos contaban con el respaldo de los españoles. Pero el triunfo en Trafalgar dejó los mares en manos de los británicos, que comenzaron a apoderarse de los principales puntos marítimos estratégicos. Entre ellos, en 1806 se adueñan del Cabo de Buena Esperanza, actual Ciudad del Cabo, el punto más austral de África. Este enclave fue crucial en la posterior invasión a Buenos Aires, ya que desde allí se embarcaron los navíos ingleses.
Por su parte, Napoleón derrotaba a los austríacos y rusos y se quedaba con el continente.

Intereses y espionaje
El gobierno británico tenía conocimiento de la existencia en el Río de la Plata de una creciente desafección hacia las autoridades españoles y de una débil protección militar de sus puertos. Pero como suele sucederle a las potencias imperiales que se creen invencibles, no tienen en cuenta el poder popular de sus enemigos.
También se habían enterado de la existencia de los “caudales reales”, las recaudaciones impositivas de gran parte del virreynato, un botín nada despreciable.
Es sabido, además, del trabajo de inteligencia de los ingleses en los territorios coloniales, mediante espías y agentes. Un ejemplo de ello fue la figura de Francisco González, residente de Buenos Aires que entre otras cosas proporcionó refugio a oficiales ingleses y ayuda para que se fugasen.
Al mando de las tropas británicas estaba el recién ascendido William Beresford, quien tenía estrictas órdenes del gobierno inglés de que, una vez tomada Buenos Aires, debía autoproclamarse como Teniente Gobernador a nombre del rey Jorge III.
En el Río de la Plata, el virrey Marqués de Sobremonte estaba al tanto de posibles planes invasores británicos y predispone débiles fuerzas españolas para defender el puerto, ya que las más experimentadas tropas militares se encontraban en Montevideo.
El 25 de junio los invasores desembarcaron en territorio colonial a la altura de la localidad de Quilmes. Al saber de la noticia, enviada por el capitán de navío Santiago de Liniers, la actitud del virrey fue bondadosa con los enemigos, más preocupado por proteger su persona, su familia y las arcas reales, que ordenó enviarlas hacia el interior.
Pese a que tropas españolas estaban acantonadas en las inmediaciones, dejaron libremente que los británicos desembarcaran y acamparan.
Luego de un combate en Quilmes, sólo le tomó algunas horas a los ingleses hacerse de Buenos Aires, y el 27 de junio capituló la ciudad.

Colonia británica por 46 días
Ya en el poder, Beresford ofrecía su famosa proclama en la que comunicaba a la población que se encontraba ahora cobijada bajo el “honor, la generosidad y la humanidad del carácter británico”.
Entre sus inmediatas disposiciones proclamó el libre comercio, libre sobre todo para los productos ingleses, 10% tributarán sus compatriotas comerciantes, 20% los “extranjeros”.
Otra de las preocupaciones de las “bondades británicas” era el paradero de los caudales públicos del virreynato, que incluían los ingresos de Chile y Perú.
Sobremonte se había fugado con el dinero de la población para “su resguardo”, pero rápidamente fue capturado por las tropas invasoras junto al dinero público.
Como botín de guerra, digno de los piratas de alta mar, de la suma de 1.291.323 pesos, una ínfima parte fue repartida entre la tropa y los jefes militares, y más de un millón fue enviado a Londres y depositado para su “protección” en el Banco de Inglaterra.
Al mismo tiempo, la obsecuencia se hacía presente. El clero juró obediencia y las principales familias porteñas, beneficiadas por el “libre comercio”, compartían con ingleses fiestas y banquetes.
Sólo algunos pocos, entre los que se encontraban futuros revolucionarios de Mayo, firmes en sus convicciones, rechazaron tal atropello, como el secretario del Consulado, Manuel Belgrano, que se negó a jurar por el nuevo rey, ausentándose del acto de reconocimiento a Jorge III, al que las autoridades locales debían obedecer, y se recluyó en su estancia de la Banda Oriental.
Hechos como estos demostraban que no todo era resignación, y así lo reveló un levantamiento de esclavos platenses que manifestaron su rechazo pero fueron rápidamente acallados por los británicos.
También gran parte de la población estaba en contra de los invasores y reprobaba enérgicamente la actitud pasiva y entreguista de los españoles. De los 35.000 habitantes de la ciudad, sólo 58 juraron lealtad a Jorge III.
Un movimiento de resistencia comenzó a gestarse. Entre los enemigos del nuevo rey se encontraban algunos españoles y comerciantes monopolistas que veían perjudicados sus intereses.
Al mismo tiempo, Liniers reorganizaba las tropas de Montevideo para la reconquista de Buenos Aires, y vecinos de la ciudad, criollos y españoles por igual, comenzaron a armarse para defenderse por sus propias manos.
De manera que los frentes estaban organizados. Luego de un fallido intento por parte de una guerrilla en las afueras del casco urbano, el 12 de agosto de 1806, Liniers avanzó sobre Buenos Aires, desatando una batalla campal en las calles, hasta que logró acorralar a los británicos en el Fuerte de la ciudad.
El 20 de agosto, y luego de 46 días de gobierno, Beresford fue obligado a rendirse y él y sus tropas fueron enviados prisioneros. El gobierno quedó provisionalmente en manos del Cabildo, bajo la autoridad y protección de Liniers.
Entre las primeras medidas, y frente a la posibilidad de una nueva amenaza invasora, emitió un comunicado que incitaba a la población a armarse y a agruparse en milicias urbanas.
Los vecinos se movilizaron para la defensa formando tropas populares, ante el fracaso del ejército regular español. En ese contexto se crea el cuerpo de elite Regimiento de Patricios.
Algunos historiadores concuerdan que esta realidad provocó una militarización de la sociedad rioplatense, y su consecuente y posterior institucionalización como cuerpo social y como sector predominante, y que tanta importancia tendría en la vida política posterior.
Por ejemplo, fue un mecanismo de escala social para muchos criollos, y muchos de ellos se convirtieron en jefes militares. Allí estaban Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Martín Rodríguez, Hipólito Vieytes, Domingo French, Juan Martín de Pueyrredón y Antonio Luis Beruti.
La suerte de Sobremonte quedó echada en el momento de abandonar su posición como gobernador del virreynato. Debió aceptar la nueva realidad tras el triunfo sobre los invasores y delegó el mando político en el regente de la audiencia, y el militar, en Liniers. Un Consejo de Guerra le inició un proceso judicial por su accionar durante la invasión británica, pero fue absuelto.
Un año después, la ciudad viviría un nuevo intento de invasión, que nuevamente y con más éxito, organización y participación popular logró expulsar militarmente a los británicos.
Pero, fiel a su estilo,  la presencia británica en el Río de la Plata cobraría nuevas formas.

Diego Schroeder