20 de junio de 1973: La masacre de Ezeiza y el regreso de Perón

Domingo 26 de junio de 2005
El 20 de junio de 1973, un día que debía ser una fiesta con la llegada definitiva de Juan Domingo Perón a la Argentina, luego de 18 años de exilio, se convirtió en una matanza indiscriminada de la gente que había ido a recibir y escuchar al líder y ex presidente justicialista.
Los sangrientos choques armados que se registraron ese día, entre las facciones internas del peronismo, la derecha y la izquierda del movimiento, materializaron ese antagonismo y definieron los enfrentamientos políticos venideros, con una derecha dispuesta a todo para eliminar a los grupos juveniles revolucionarios, arraigados sobre consignas populares y reinvindicadoras.
El objetivo final fue el que se esperaba desde un comienzo: desplazar definitivamente a los grupos de izquierda del escenario peronista, y que el propio Perón lo pudiera ver y avalar. La derecha peronista logró apoderarse del poder y posicionarse definitivamente como dueña del movimiento.
Ezeiza contiene los gérmenes del gobierno de Isabel y López Rega, de la triple A y de lo que a partir de 1976 se convertiría en la peor dictadura de la Argentina.
Cámpora al gobierno, Perón al poder
En 1972, la denominada Revolución Argentina de la dictadura de Onganía llegaba a su fin, y el general Lanusse decidió llamar a elecciones. Ese año, en un efímero regreso de Perón al país, organizó junto con otras fuerzas políticas el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) y definió la fórmula presidencial Cámpora-Solano Lima, la única alternativa que el peronismo tenía, ya que su líder estaba proscripto e impedido de ejercer la política.
El 25 de mayo de 1973, Cámpora asumió la presidencia y la muchedumbre esperanzada gritaba en la Plaza de Mayo a los militares salientes: "¡Se van, se van, y nunca volverán!"
El nuevo gobierno, con tendencia de centro-izquierda conformó un equipo con dirigentes de la derecha y de la izquierda peronista, como una maniobra para lograr consensos dentro del heterogéneo partido.
Sin embargo, esto no lograría aplacar los ánimos y los enfrentamientos seguirían sucediéndose. Las tomas de fábricas, las constantes movilizaciones y los sangrientos enfrentamientos entre la izquierda y la derecha generaron un clima de inestabilidad.
Después de los hechos de Ezeiza, en julio Cámpora y su vicepresidente deciden renunciar y asume la presidencia el titular de la Cámara de Diputados y yerno de López Rega, Raúl Lastiri. Luego se llamaría a elecciones nuevamente, y en 1974 sería electo por tercera vez, Juan D. Perón.

Los grupos
Las dos facciones opuestas del peronismo estaban bien definidas, estrictamente organizadas y en muchas ocasiones, armadas.
El grupo denominado de izquierda estaba representado por el peronismo revolucionario, en abierta oposición a los que manejaban la estructura partidaria y sindical. Sector que, por esa época, se insertaba decididamente en las masas populares y contaba con un apoyo masivo en universidades, barrios, villas y fábricas. Eran aquellos grupos que idealizaban el proyecto de un país nuevo, más justo, más libre y decididamente más soberano.
Los grupos de derecha, como la Juventud Sindical, asociados al peronismo histórico, burocrático y verticalista, perseguían objetivos estatistas y nacionalistas.
Para la izquierda más radicalizada, la vuelta de Perón al poder era la llave para una "revolución socialista".

Los hechos
El puente 12 de la autopista de Ezeiza fue el escenario de las disputas faccionarias. A partir del día 19 las caravanas empezaron a arribar en micros y a pie. Muchas de ellas solamente iban allí a presenciar un acto y a escuchar al líder peronista, ajenos a las confrontaciones intrapartidarias.
Los grupos se fueron perfilando, demostrado por las inmersas pancartas que se levantaban sobre la muchedumbre. Montoneros y la Juventud Peronista (JP) movilizaron a gran parte de la gente para impresionar al general exiliado, y demostrar quiánes dentro del movimiento llevaban la delantera y enarbolaban los verdaderos designios del peronismo.
La organización había estado a cargo de gente allegada al gobierno y sobre todo a López Rega y su entorno más intransigente.
Ya desde el día 19, civiles armados ocuparon posiciones cercanas al palco, con el firme propósito de impedir que se acercaran las columnas de la JP, Juventud Trabajadora Peronista (JTP), Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros. Estos grupos de choque estaban integrados por la vieja guardia sindical más radicalizada y el Comando de Organización (C de O).
El palco era el objetivo último de ambos bandos. Ganarlo para sí, representaba quien mandaba, y por ello se convirtió en el foco de los enfrentamientos. Para las facciones de derecha e izquierda, era la oportunidad que tanto habían esperado, era su oportunidad de impresionar a Perón y lograr que éste se volcara definitivamente a un lado o al otro.
Grupos armados organizados por el coronel Osinde, un militar cercano a López Rega y al peronismo tradicional, reprimieron a las columnas de la JP.
El arribo de Perón estaba previsto para las 16.30. Alrededor de la 14.30, el nerviosismo comenzó a crecer cuando los grupos de izquierda se aproximaron al palco y los enfrentamientos empezaron a suceder. Los primeros disparos se dieron desde el balcón y las columnas se desbandaron en varias direcciones. Rápidamente hombres armados se tiraron al suelo y contestaron el fuego. Del palco continuaban los tiroteos, con armas largas y ametralladoras, mientras Leonardo Favio, el encargado de presidir la ceremonia, desde los altavoces instaba a la gente a que se calmara.
Cerca de las 17, cuando se supo que el avión de Perón había aterrizado en la base naval de Morón, se reanudaron los disparos más intensamente, y ambos sectores incluso usaron los altavoces para demostrar cuántos hombres habían matado del bando contrario y para cantarse insultos mutuamente.
A partir de las 18, el tiroteo cesó definitivamente en la zona del palco y sus proximidades, y una hora después la gente fue retirándose del lugar totalmente desconcertada y asustada por todo lo que había vivido en esa tarde negra.
La cifras dieron un saldo de trece personas muertas y nunca se pudo saber el número exacto, ya que no existieron boletines oficiales sobre las  víctimas. Pero se sabe que hubo muchos más muertos, además de un gran número de desaparecidos, de torturados y de heridos que sobrepasaron las 350 personas.


La fiesta que no fue
La mañana del martes 19 de junio de 1973, la gente se agolpaba en el andén principal de la estación Posadas del entonces Ferrocarril General Urquiza. Venían de todos los barrios de la capital provincial y de localidades cercanas.
El contingente, aunque en su mayoría jóvenes, estaba conformado por personas de distintas edades y ocupaciones. Decenas de obreros, estudiantes, docentes y profesionales, alegres y presurosos, ascendían a los vagones del tren "El Gran Capitán", unidos por el objetivo de estar presentes en el acto.
El viaje era sin escalas, pero a pedido de los organizadores, el convoy paró en algunas estaciones para que las personas pudieran reabastecerse de comestibles. Práctica que debió cancelarse por el vándalo accionar de algunos inadaptados que arrasaron con los stocks de los negocios en las estaciones.
Alrededor de las 5 de la mañana del 20 de junio, el tren llegó a la estación Federico Lacroze de la ciudad de Buenos Aires, donde numerosos ómnibus aguardaban para transportar a la gente hasta cerca del lugar previsto para la concentración.
Pronto, la delegación misionera comenzó a caminar por la autopista Richieri en dirección al palco ubicado sobre el puente 12.
Tras varias horas en el lugar, se pudo vivir el intenso tiroteo que duró casi una hora. Cuatro jóvenes que se habían apartado involuntariamente de la columna de la gente de Misiones, cuerpo a tierra, veían atónitos cómo caían desde los árboles al suelo los cuerpos alcanzados por disparos de armas con silenciadores. Algunos heridos, otros inertes. Los cuatro misioneros, espantados, atemorizados y sin poder entender bien lo que pasaba a su alrededor, quedaron paralizados en el suelo, hasta que, el instinto de supervivencia les indicó que debían alejarse del lugar.
Uno tras otro, unidos por una manta, comenzaron a correr dejando atrás, como podían, la autopista. Evitando caerse para no terminar aplastados por la muchedumbre que huía despavorida del escenario de la tragedia.
También era importante no encontrarse con las ambulancias de Bienestar Social, que más que vehículos sanitarios, eran transporte de grupos armados que respondían a la derecha peronista y que disparaban a mansalva a cuantas personas consideraban enemigas.  Una vez que ganaron el campo aledaño, los cuatro jóvenes corrieron desesperadamente hacia cualquier lugar, hasta que la tarde se hizo noche.
Al final de su alocada carrera apareció una pequeña estación donde se subieron a un tren que los dejó en Once, y desde allí a Chacarita. Cansados y con el corazón en la boca, en los sanitarios de la estación Lacroze pudieron higienizarse a medias.
Recién horas después, en un bodegón cercano y hambrientos, tomaron real conciencia de la trágica jornada que les tocó vivir.