“No soy justiciero, sólo defendí a mi familia de un ataque”

Lunes 13 de febrero de 2012

Si el ferretero Hugo Correa (55) dijera lo que piensa abiertamente acerca de por qué mató a los dos ladrones que pretendieron asaltarlo hace más de una semana sobre una tarima en un acto político, probablemente se convertiría en intendente de Las Heras, o al menos en ministro de Seguridad de cualquier gobierno.
Algunas de sus frases usuales, como: “Hay que cambiar las leyes, son muy blandas”, “los delincuentes entran por una puerta y salen por otra”, “los honestos vivimos enrejados” o “la policía tiene las manos atadas a la hora de actuar”, provocarían una ovación.
Devenido en una suerte de pequeño Blumberg mendocino, este hombre delgado, de temple sereno, amante de las armas, de la caza, de los perros de raza dogo argentino y del tiro al blanco, pasó en menos de diez segundos de ser un ferretero de barrio a un héroe que le puso coto al accionar delictivo. Al menos eso opinan sus vecinos.

Correa es ferretero casi de casualidad. Hasta 1998 trabajaba en el Banco Mendoza y pensaba -como ocurrió con su padre- que él iba a morir antes de que el banco desapareciera. “Pero no, el banco desapareció y con la plata del retiro voluntario compré el terreno donde tengo la ferretería y hace quince años que estamos ahí”.
“A los dos (ladrones) yo los había visto el día anterior, el jueves. Creo que me hacían inteligencia. Estaban en una parada de micros que queda frente a mi negocio, sentados en el cordón de la vereda. Pero no se tomaban ningún colectivo, los dejaban pasar. Uno de mis vecinos me llamó la atención: ‘Cuidado con esos, están mirando mucho para acá’”.
“Yo iba a llamar a la policía, porque la policía me ha dicho que los llame cuando vea algo raro. Pero cuando agarré el teléfono para marcar el 911 se levantaron y se fueron. Al otro día los volví a ver en el negocio, pero cuando entraron a asaltarme”.
El relato del atraco está en el expediente a punto de ser archivado: “Uno de ellos, el más grande, me apuntó y me pidió la plata. Cuando se la iba a dar -porque se la iba a dar, recalca- y me agaché para sacar los billetes, escuché la corredera de la nueve milímetros del ladrón más grande y vi que le apuntaba a la cabeza a mi esposa. Entonces disparé, él me disparó y la bala me pasó al lado de la cabeza. El más chico quiso trepar por el mostrador y en medio de ese lío, que no duró más de diez segundos, volví a disparar. El chico se fue insultándome y por lo que sé, caminó una cuadra hacia el norte, donde lo esperaba un hombre en un Falcon que lo llevó al hospital en la parte trasera del auto”.
El ladrón Olguín quedó en el piso boca arriba -tapaba la puerta de la ferretería con su cuerpo- y con su arma en la mano. Correa comenzó a gatear por detrás del mostrador porque no sabía si sus disparos habían sido mortales.

 

Con custodia
La casa particular de Correa está custodiada por orden judicial. En la puerta se puede ver a un agente de la policía local que cambia cada doce horas.
“Nunca imaginé llevar esta vida vigilada, pero sé que no queda otra; me tocó a mí...”, asegura el ferretero, quien ha dicho que el mote de justiciero no es de su agrado. “Defendí a mi familia de un ataque, para eso no hay que ser justiciero, lo hace cualquiera”, insiste.
“¿Si hablaría con las familias de los ladrones que maté? No, no me parece, ¿para qué?, ¿qué cambiaría? Y eso que entiendo el dolor de una madre que ha perdido a su hijo. No soy un insensible, pero repito, y me pregunto, ¿cómo habrían actuado ellos si alguien les apunta con un arma en la cabeza a un ser querido?”
“Yo tengo hijos. Y siempre estuve encima de ellos. Uno como padre no sabe en qué momento tu hijo se junta con gente inconveniente y toma por el mal camino. Hay que tomarse el trabajo de controlar a los hijos, y sobre todo cuando tienen cierta edad”.
Correa no es garantista pero se cuida de decirlo abiertamente. Cree que las leyes son blandas para los delincuentes y que si roban y vuelven a robar es porque no se les da el escarmiento que necesitan.
Despotrica contra los abogados que los sacan de prisión. Y opina que la policía “tiene las manos atadas: ¿para qué va a disparar un policía si después tiene que dar explicaciones que ni siquiera se las piden a un delincuente?”.