Mapuches, en alerta: “Nos quieren echar la culpa”

Domingo 22 de octubre de 2017
El encarcelado activista mapuche Facundo Jones Huala expresó ayer que siente “mucho odio” por la muerte y desaparición durante 79 días de Santiago Maldonado, identificado ayer en la autopsia realizada en la Morgue Judicial, se quejó de que le quieren “echar la culpa” a su comunidad sobre la situación y destacó la “conciencia solidaria humanista” que tenía el joven tatuador.
En declaraciones a radio Rebelde desde el penal en la Patagonia donde se encuentra detenido, el activista afirmó que “ahora nos quieren echar la culpa a nosotros” en referencia a la comunidad mapuche sobre la que la Gendarmería Nacional realizó el desalojo el pasado 1 de agosto en Cushamen, en el marco del cual desapareció Maldonado.
Emocionado, Jones Huala insultó a las autoridades y acusó al gobierno nacional de la muerte del joven artesano, al que calificó como un “anarquista” y remarcó que, en lo personal, le cree a su “gente” que dice “que cruzaron el río y que Santiago no llegó a cruzar y que los gendarmes lo agarraron y se lo llevaron”.
“Nosotros también nos presentamos como querellantes y no nos dejaron”, indicó el dirigente mapuche, mientras que “la Gendarmería tiene las patas en la querella y los que combatimos con Santiago estamos demonizados. La verdad es que tengo mucha rabia y mucha pena, son unos hijos de puta, esa es la palabra, es una porquería y Gendarmería es una mierda. Disculpen que no esté hablando tan políticamente correcto, hablo desde lo personal”, señaló.


La lucha y los sueños de Santiago Santiago tenía 28 años, era el menor de tres hermanos varones en una familia de la localidad bonaerense de 25 de Mayo. De allí tenía su apodo de ‘Lechuga’. Siempre volvía a su pueblo entre viaje y viaje. El 27 de julio había hablado con su mamá y le había comentado que la primer semana de agosto volvía a 25 de Mayo.
“Volvía a ver a su familia, y después venía a Chile otra vez para hacer más plata porque se quería ir a España”, agregó Marcos Ampuero, amigo y dueño de un local de tatuajes en el que el joven argentino trabajó antes de su retorno a Chubut.
El arte era su medio de vida y subsistencia. Dibujaba bien desde chico y a los 18 partió del pueblo para estudiar Bellas Artes en La Plata, aunque pronto dejó la carrera. Con la habilidad intacta se convirtió en tatuador. También pintaba murales, hacía artesanías, escribía ensayos y poemas muy críticos al sistema político y económico y, autodidacta, había aprendido a tocar la batería y el bajo. Otros de los apodos que tuvo fue el El Brujo, pseudónimo con el que firmaba sus obras.