Laureano Maradona, el olvidado médico de los quebrachales

Lunes 6 de julio de 2015
Altruista y, decía: "Sólo cumplí con mi deber".
El apellido Maradona tiene alta raigambre en Argentina; aparece en el acta de la Junta Grande (1811), un gobernador de San Luis y un jesuita se llamaban así; como el Diego Armando, ícono de la sociedad moderna.
Y como este otro, que homenajea Letras, algo relegado de la fama, pero ni menos campeón del mundo en lo suyo, ni menos Mano de Dios que el 10. Como este, el doctor Laureano Maradona, brindó otro tipo de felicidad intensa a su pueblo, aunque con distinto renombre.

El tren detenido
“Si algún asomo de mérito me asiste en el desempeño de mi profesión, este es bien limitado, yo no he hecho más que cumplir con el juramento hipocrático de hacer el bien a mis semejantes”.
Verdadero semi dios de carne y hueso, Laureano Maradona había nacido en Esperanza (Santa Fe) el 4 de julio de 1895, hijo de Waldino Maradona y Encarnación Villalba. Su infancia transcurrió en las barrancas del río Coronda y en Buenos Aires, donde vivió su adolescencia y se recibió de médico en 1928.
Vivió el golpe de Estado del 30 y, al calor de aquel quiebre institucional, se involucró opuestamente dando encendidas conferencias en plazas públicas, abogando por la democracia y el gobierno constitucional. Fue perseguido y debió exiliarse en el Paraguay.
Durante la Guerra del Chaco Boreal, prestó servicio en Asunción, y señaló que “su único fin era el humano y cristiano de restañar las heridas de los pobres soldados que caen en el campo de batalla por desinteligencias de los que gobiernan”. Esta declaración le costó nueva cárcel. Cuando lo liberaron, fue camillero en el Hospital Naval y, al cabo de tres años, asumió como su director, atendiendo a centenares de soldados de ambos bandos.
Allá conoció a su prometida, Aurora Ebaly, el amor de su vida, quien falleció en 1934, lo que marcó la vida del joven médico (por esa pérdida, Maradona regresaría al país). Donó sus sueldos a los soldados paraguayos y a la Cruz Roja, evitó honores y agasajos que se hicieron en su nombre y se vino.
De regreso, imprevistamente, se quedó en el monte formoseño, lugar donde encontraría su destino de médico rural: tantos habitantes del lugar y de los campos aledaños acudían por sus remedios al rancho en que decidió quedarse: “Había que tomar una decisión y la tomé, quedarme donde me necesitaban. Y me quedé 53 años”. En esta etapa, Maradona llevó a cabo una gran obra humanitaria: “Perdí mi pasaje en el tren a Buenos Aires, y no volví nunca a las comodidades de mi consultorio porteño. La bienvenida en Formosa me la dieron indios, criollos y algún que otro inmigrante, todos enfermos, barbudos, harapientos. Yo mismo me dí la bienvenida a ese mundo nuevo, aún a riesgo de mi salud y mi vida”.

Ciencia entre indios
Se estableció en el Paraje Guaycurri, villorrio formoseño (en medio de la provincia, al sureste de Asunción, cerca del Chaco, hoy Estanislao del Campo), sin agua corriente ni luz. Se contactó con tobas y pilagás, desnutridos y periódicamente enfermos por la inclemencia de los trabajos de las fronteras.
No fue fácil, primero acercarse, después ganar su confianza demasiado herida, atenderlos y curarlos, oírlos y aprender sus lenguas y costumbres hasta ser finalmente aceptado en las tribus. Maradona logró erradicar de ese olvidado rincón del país los flagelos de la lepra, el mal de Chagas, la tuberculosis, el cólera, el paludismo y hasta la sífilis. Gestionó ante el Gobierno del Territorio Nacional de Formosa hasta que logró que se les adjudicara una fracción de tierras fiscales y allí, reuniendo a cuatrocientos naturales, fundó en 1948 la colonia aborigen Alberdi.
Enseñó tareas agrícolas, a cultivar algodón, a cocer ladrillos, a construir edificios rudimentarios y les brindó atención médica primaria, gratuita, invirtiendo su propio dinero para comprar herramientas y semillas.
Realizó, además, una tarea pedagógica (fue el primer maestro de la Escuela de la colonia) y en aquel monte formoseño se dedicó a escribir una veintena de libros, la mayoría inéditos, revelando su espíritu antropológico, sobre etnografía, lingüística, mitología indígena, zoología, botánica, leprología. No sólo, entonces, se dedicó a curar a estos aborígenes sino que realizó una tarea científica minuciosa.

Becas y premios
Cuando en 1981 un jurado de entidades médicas y de laboratorios medicinales lo distinguió con una suma de dinero, otorgándole el premio al Médico Rural Iberoamericano, Maradona la rechazó y en el mismo acto la transformó en becas para estudiantes que aspiraban a seguir su misma profesión. Fue postulado tres veces para el Premio Nobel y recibió premios nacionales e internacionales, entre ellos el Estrella de la Medicina para la Paz, que le entregó la ONU en 1987.
Alguien lo llamó un día “el Albert Schweitzer de los tobas y matacos”.
Ante semejante título, dijo: “Yo odio el exhibicionismo en cualquiera de sus manifestaciones, soy sólo un médico de monte que es menos aún que un médico de barrio. Schweitzer sí era un hombre ilustre, con una gigantesca obra en África. Y a mí, sólo por haber cumplido con mi deber, me quieren hacer fama, justamente a mí, que siempre me creí el más inútil de los catorce hermanos. Estoy satisfecho de haber hecho el bien en lo posible a nuestro prójimo, sobre todo al más necesitado y lo continuaré haciendo hasta que Dios diga basta”.


La despedida A los 91 años, enfermo, el doctor Laureano Maradona aceptó trasladarse a Rosario. Dijo entonces: “Así viví 53 años en la selva, hasta que el cuerpo me dijo basta. Un día me sentí morir y me empecé a despedir de los indios, con una mezcla de orgullo y felicidad, porque ya se vestían, se ponían zapatos, eran instruidos. Creo que no hice ninguna otra cosa más que cumplir con mi deber”.
De esta forma, en enero de 1995, con casi cien años, el doctor Maradona dejó en este mundo su larga vida cargada de enseñanzas y principios.
El 4 de julio, día de su nacimiento, ha sido declarado por ley Día Nacional del Médico Rural.

Por Javier Arguindegui
sociedad@elterritorio.com.ar