Si Ronald Reagan pudo saltar de actor a primer mandatario, por qué no pensar en nuestro Richard. El darinismo es un movimiento feroz que atrapa. El rebaño va por la selfie. Ahora que juega a Presidente de los argentinos, el efecto social es mayor. Mejor que cualquier encuesta, la imagen presidenciable de Ricardo puede medirse en vivo y en directo: el fotógrafo propone sacar un sillón como el de Rivadavia a la calle y sobreviene la “impunidad”. Todos quieren su souvenir para el Facebook. Darín, temple de monje tibetano, accede a las treinta y tantas fotos caseras.
En el cine, en la proyección privada de La cordillera, de Santiago Mitre, resuenan por lo bajo las opiniones: “Los ojos de Darín son como los de Macri”. “Bombita”, que encarna al presidente argentino Hernán Blanco, se ríe ante la comparación:“No son ni parecidos. Los ojos de él son muy claritos. Los míos, más oscuros. Pero no voy a hablar de él”.
La película que se estrenó ayer y fue filmada entre Buenos Aires, Bariloche y Chile, llega en un momento caliente de la escena política, 90 horas después del cierre de las Paso. Una cumbre de presidentes latinoamericanos, alianzas, estrategias y -cuando uno cree que asistimos a una pintura del entramado de cualquier gobierno-, llega el drama familiar ligado a una hija (Dolores Fonzi). Entre tanto, asesores de imagen que examinan con lupa a los medios, y medios que hablan de debilidad. “Fijamos que no tuviera ningún tipo de connotación con ningún personaje reconocible”, advierte Darín. “Insisto: me empieza a causar gracia aclarar todo el tiempo que es ficción”.