El estallido del almidón

Sábado 2 de agosto de 2014
Literalmente el club Tokio quedó pequeño para Divididos. Más de un centenar de personas quedaron afuera luego de que una avalancha de gente ingresara por la única puerta habilitada, dejando al descubierto las falencias de la organización para un recital imperdible y multitudinario.
En el interior del Templo Japonés todo fue diferente con las luces, el sonido y el buen ánimo. Más de dos mil personas se llevaron de recuerdo una explosión de rock. A las 22 arrancó el show, con imágenes de los 25 años que celebra la banda de Ricardo Mollo y Diego Arnedo, ambas leyendas vivas de la música popular argentina.
Desde ese momento las canciones fueron un cimbronazo desde los parlantes. La detonación arrancó con Hombres en U. Siguieron clásicos  para encender la pólvora: Qué tal y Sábado.
El recital de La Aplanadora estuvo fragmentado en tres partes. La primera con un set poderoso. En la mitad, un momento para baladas; y la tercera, con mayor fuerza y velocidad, cuando auténticamente nadie pudo quedarse quieto. Hubo dos homenajes en canciones. Primero a Sandro, con la versión de Tengo. Y al promediar el final, cuando la banda sacó de la galera Sucio y desprolijo para evocar a Pappo.
En distintos momentos, dejaron que se luciera Catriel Ciavarella, un impresionante baterista treinteañero que esperó varios años para que Mollo y Arnedo lo convocaran. A la media hora de iniciado el show,  la muchedumbre cargaba energías coreando Qué tal, mientras el pulgar  endemoniado de Arnedo martillaba el bajo.
Luego vendría uno de los episodios inolvidables. Fue cuando alcanzaron a Mollo una bandera Wiphala y una mandioca. “Es un gran alimento de verdad y ustedes lo tienen acá. Lo voy a guardar para toca un tema”, prometió el guitarrista. Eso sucedería luego de Buscando un ángel, cuando Mantecoso rumbeaba por el set list. Entonces Mollo tomó la mandioca para hacer unos punteos increíbles, mientras la raíz se consumía al rasgar las cuerdas, quedando reducida a un trozo, extinguida también en un dentellazo de Mollo. Sus dientes se deslizarían de nuevo sobre las cuerdas tensadas para el solo de Vodoo Child.
Con Spaguetti del Rock y Par Mil, la gente coreó a viva voz, aprovechando que los decibeles desde el escenario ofrecían una breve tregua ante el tenor de las baladas. Cuando llegó Amapola del 66, Mollo admitió que esa canción “resume nuestro amor por la música que escuchamos de chicos, como Moris y Luis Alberto Spinetta”.
Con la bandera Whipala colgada, Senderos fue dedicado “a los pueblos originarios, que eran dueños de la tierra hasta que llegaron los buitres de calavera”, dijo Mollo.
La poesía y voz de Germán Walter “Churqui” Choquevilca se escuchó en off, antecediendo a Jujuy y luego despuntó la vibración del Tokio. Es que la serie de Ala Delta, El 38 y Rasputín terminaron por sacudir los cuerpos calientes.
“Espero que no pase tanto tiempo. Que podamos volver pronto y nos volvamos a encontrar”, deseó en voz alta el cantante.
El cierre vino con Paraguay. “Olvidemos todo esto de una vez”, cantaba Mollo. Luego bajó a la fosa para besar y estrechar la mano de quienes se apretaban contra el vallado. Era gente que hizo cola desde la tarde del jueves o se abrió camino para verlos de cerca durante el show.  El Tokio ya era un infierno con sus altas temperaturas, entre pogo y remeras revoleando de pieles sudorosas que vinieron del interior, otras provincias y Paraguay. A Mollo se lo vio conmovido por la demostración de cariño.
“Gracias por este recibimiento alucinante”, había dicho. Fueron dos horas y media galopantes, de puros elogios, aplausos y emociones encontradas.


Un escándalo en puerta
El concierto de Divididos tuvo dos caras el jueves. Por las veredas de las calles Belgrano y Félix de Azara quedó un triste y amargo retrato de personas que intentaron ingresar y no pudieron a pesar de tener sus entradas. Quedaron relegados cuando Control Comunal de la Municipalidad decidió cerrar las puertas. Indicaron que la capacidad del Tokio estaba al límite. Alrededor de las 22 un centenar de personas ingresaron a los empujones. Hubo pánico y miedo. Ingresaron mayores con niños en el tumulto y por lo tanto sin cacheo. Se mezclaron quienes aguardaban con entradas y los colados sin ellas. La Policía entonces se acordonó en la entrada y nadie más pudo ingresar, todo un escándalo. Según la productora 24 y Media, que organizó el recital, eran dos mil personas dentro del club y todavía había espacio para los espectadores. Afuera, al promediar la hora de recital, los técnicos de Divididos salieron a devolver el dinero de las entradas a los frustrados espectadores. Hubo gritos y un par de vallas que se tumbaron por la bronca. Afortunadamente no hubo desmanes. “La cantidad de tickets que se imprimieron era la permitida en el Tokio y sobraba lugar. Después se decidió el no ingreso que generó la bronca”, argumentó Javier Acosta, de la productora 24 y Media. “Devolvimos (el dinero), eran 120 personas que se quedaron afuera”, detalló. Pese a las críticas, consideró que “el desarrollo fue normal” y que la organización estuvo “diez puntos”. “Pedimos disculpas. Pero se imprimieron la cantidad de tickets que se permite en el club Tokio”, insistió. Por su parte, desde el sitio web de Divididos se emitió un comunicado acusando a la productora y a la Municipalidad. “Oficialmente pedimos disculpas por lo sucedido”, dice el texto,  “sabiendo que fue por razones totalmente ajenas a Divididos y debido al mal obrar y la prepotencia del municipio y la producción local. Lamentamos quienes no pudieron ingresar teniendo su entrada correspondiente y adquirida en muchos casos con considerada anticipación”, añade parte del comunicado. Sobre las veredas hubo llantos. Micalea Zacarías se tomó un colectivo a las 17 desde Iguazú y llegó a las 21. No pudo ingresar. Lloraba mientras escuchaba la letra de “Par Mil”. “Hace un mes me había comprado la entrada”, lamentó. “Dejé de comer algunos días para poder comprarme la entrada”, criticó por su parte la estudiante universitaria Aylén Saucedo. Raúl Maciuk vino con seis amigos desde Encarnación, Paraguay. “Nos comimos tres horas en el puente y ahora no podemos entrar”, se quejó. La familia Kunkel, integrada por ocho personas, devolvieron con pena las entradas y se llevaron el dinero. Lorena Tatarchuk (Posadas), Marcos Paiva (Oberá), Hernán Romero y Karina Sanbrozino fueron algunos de los que quedaron con la ilusión de poder ver a Divididos.