Los amigos y la amistad

Domingo 23 de julio de 2017

Cuando Roberto Carlos cantó que quería tener un millón de amigos empezó a devaluar la amistad. Eso fue antes de la segunda gran devaluación, la de Facebook. Un millón de amigos es un oxímoron, una contradicción en sí misma, en cambio la de Facebook no es un oxímoron pero sí es una pavada parecida, porque no se puede tener un millón de amigos y tampoco se pueden tener 200.000, ni 100.000, ni 800… Dicen que 100 son las personas que alguien normal puede recordar con su cara, nombre y apellido y poco más, pero una cosa son los conocidos y otra muy distinta los amigos. Y no solemos tener muchos amigos: me refiero a los amigos de verdad, sin adjetivos ni agregados molestos, aunque he tenido que agregar lo de verdad porque ya no hay otro modo de referirse a la que no es de mentira.
Como ocurre con otros conceptos que han perdido su significado original, la devaluación de la amistad ha provocado también la devaluación del significado de la palabra. Ya no basta con decir amigo, hay que agregarle adjetivos para aclarar de qué estamos hablando. Hay amigos de verdad y de mentira, amigos de ocasión, amigazos, amigotes y amiguetes, amigos íntimos, mejores amigos, amigos con derechos y amigovios, grandes amigos, viejos amigos… pasa con amigo lo que pasa con las palabras que sirven para todo y las usamos cuando hablamos vaguedades.
Tan devaluada está la amistad que cuando le pedimos a un conocido que nos ayude a hacer una macana nos contesta “¿Para qué están los amigos?”. Los amigos están precisamente para decirnos que estamos por hacer una macana y no para ser cómplices de las macanas que hacemos. Los amigos saben apretar los botones que activan nuestros talentos y saben también donde están los botones que no hay que apretar. Los amigos sacan lo mejor de nosotros, multiplican nuestras potencias… o no son amigos.

Me planteaba estas cosas el jueves pasado, cuando se celebró una vez más el Día del Amigo porque el 20 de julio de 1969 unos astronautas llegaron a la luna (debería ser el Día del Alunado, o del Astronauta). Antes de seguir le confieso que no me gusta el Día de Ninguna Cosa porque tengo desde chico el prejuicio de nuestra generación: esos son inventos comerciales para vender regalitos. Así hemos ido creando el Día del Niño, el Día de la Madre, el Día del Padre, el del Abuelo, el de los Enamorados, el del Bancario, del Farmacéutico, del Contador, de la Enfermera, de la Secretaria, del Canillita y del Talabartero… hasta que llegamos al Día Internacional de la Mujer Trabajadora, un día de reivindicación de sus derecho y de la igualdad, que en poco tiempo se convirtió el Día de la Mujer y sirve para que los varones les hagan regalitos como si fuera el Día de la Mascota (y lo peor es que hay muchas que los reciben encantadas).
Tal como ocurre con el Día de la Mujer, los Días de Algo han sido instituidos con el fin de que sean una ocasión para recordar ese algo, no para regalar bombones o para que los involucrados se tomen el día. No me parece mal que se recuerde, venere y fomente la amistad, la igualdad entre el hombre y la mujer, la paternidad y la maternidad, el amor a los animales, el aporte de las profesiones… como valores superiores de la humanidad. En cambio me parece una pavada atómica que felicitemos a los amigos por ser nuestros amigos o le llevemos bombones a la secretaria el Día de la Secretaria. Una pavada y un acto de autorreferencia en estado puro, como cuando hacemos hincapié en el pronombre posesivo para referirnos a un amigo: “MI amigo Fulano”, decimos, para mostrar que lo importante no es que es amigo sino que es MIO. También están los que se hacen amigos de los próceres el día de su muerte y mandan avisos fúnebres de lo más sentidos a personas que nunca vieron en su vida, total nadie va a poder averiguar si éramos o no amigos del muerto.
Me parece genial, en cambio, que celebremos la amistad y que lo hagamos todas las veces que nos reunimos con amigos. Para eso no hace falta un día preciso del calendario ni que estén todos presentes; basta con hacer lo que hacemos todos cuando nos juntamos, con uno o con varios amigos, a compartir lo que sea. Y lo que sea no siempre son buenas mesas o alegrías, porque lo que compartimos es la vida misma, que tiene de todo.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar