¿No tenemos miedo?

Domingo 20 de agosto de 2017
Barcelona es la más argentina de las ciudades europeas (insisto en lo de europeas porque los catalanes se enojan si digo españolas). Pero los atentados del jueves en la rambla de Barcelona y en Cambrils (14 muertos y unos cien heridos) consiguieron juntar al rey, el presidente del gobierno español, el presidente de Cataluña y la alcaldesa de Barcelona, todos juntos para gritar en la Plaza de Cataluña que no tienen miedo. En los diarios de ayer se repite la consigna y no sólo en los catalanes o españoles, también Libération de París y Die Tageszeitung de Berlín titulan en catalán: No tinc por! y El País de Madrid, en catalán pero en plural: No tenim por!” No le digo nada de la prensa catalana y de Barcelona, hasta la deportiva manda que no tienen miedo.
Resulta que los terroristas se llaman terroristas porque siembran el terror, el miedo. Por eso anteayer todos juntos llenaron la barcelonísima plaza de Cataluña para decirles a los terroristas que aunque ellos siembren el terror, nosotros, de este lado, no tenemos miedo. Le recuerdo que Cataluña está llevando a cabo un largo proceso de independencia del reino español, con sus altibajos ya que más bien parece una bandera de la política que una realidad posible, por lo menos a corto plazo. Por eso la dificultad de unir en el mismo palco al rey Felipe VI con el presidente Puigdemont, pero como decía el viejo Borges, no los unió el amor sino el espanto.
Pero ahí quería llegar, porque si tenés que decir mucho que no tenés miedo es porque necesitás convencerte. Pasa cuando nos enfrentamos con un perro, que dicen que huele el miedo –la adrenalina– de sus víctimas. Pasa con un perro o con cualquier peligro que tenemos que superar, hasta con el vértigo de una montaña rusa. También podemos decirlo de compadritos: adelante de un grandulón enojado y con cara de bull-dog es mucho mejor gritar ¡no te tengo miedo, mequetrefe!, que balbucear no tengo miedo, no tengo miedo, no tengo miedo…. Las cosas pueden salir mal de todos modos, pero le aseguro que si hay que disuadir a alguien siempre es mejor la audacia que la pusilanimidad. Dicen que la valentía no es tener miedo sino superarlo y no hay nada como gritar para acompañarse cuando toca atacar, en la guerra o en un partido de rugby.
Pero quería ir un poco más allá con esto del miedo a los yihadistas que están atacando con lo que tienen a mano a ciudadanos que pasean inocentes por las ciudades europeas. Hoy el ataque nos puede tocar en cualquier sitio y los inocentes somos todos, también los turistas argentinos –probablemente usted y yo– que hemos paseado más de una vez por las ramblas de Barcelona entre la Plaza de Cataluña y la estatua de Colón.
Mire si tendremos miedo que desde los ataques a las torres gemelas de Nueva York, para viajar desde Posadas a Buenos Aires tenemos que pasar por un scanner que averigua todo lo que llevamos en la mochila. No contentos con eso, un policía nos palpa el cuerpo para averiguar si no llevamos un arma. No podemos viajar ni con un desodorante en aerosol ni con un sacacorchos que nos acaban de regalar. En algunos aeropuertos hay que meter todo lo que sea líquido o viscoso en bolsitas ziploc. Entrar y salir a los países más amenazados nos convierte en víctimas de las vejaciones más humillantes. Unos officials nos tratan como si fuéramos esclavos partiendo de Sierra Leona en el siglo XVII. Y cada vez hay que llegar más temprano a los aeropuertos para que nos hagan todas estas cabronadas…
Entrar a cualquier oficina de Buenos Aires ya es un suplicio. Imagínese lo que debe ser entrar a una de Londres o de Nueva York. Como resulta que ahora los atentados son con camiones y camionetas, ahora nos pedirán que certifiquemos nuestra inocencia para comparar o alquilar cualquier vehículo capaz de arrollar turistas en una avenida (todos). Eso es lo que está pasando: resulta que cada nuevo atentado nos convierte a todos en culpables y no le digo nada si tiene cara de árabe.
No sirve decir que no tenemos miedo. Deberíamos vivir sin miedo. Y ya se ve que es casi imposible prever dónde y cómo va a ser el próximo atentado, así que propongo tomarlos como si fueran tan inevitables como los terremotos. Prepararnos por las dudas, pero después vivir sin miedo. Volvamos a la presunción universal de inocencia que hizo grande a las democracias occidentales y terminemos con los controles y manoseos inútiles: con eso lo único que conseguimos es tener más miedo.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar