El club de la calidad y los socios de la cantidad

Domingo 21 de mayo de 2017

No sé si habrá aprovechado la semana para probar si es verdad lo que decía el domingo pasado sobre la première gorgée de bière, el primer trago de cerveza que Philippe Delerm pone entre los placeres minúsculos de la vida, que nos confirman que las cosas que valen la pena son mucho más sencillas de lo que nos imaginamos. Ahora le confieso que, enterado de que había por lo menos un par de ediciones en castellano del libro de Delerm, lo busqué y encontré en una librería de Buenos Aires. Figuraba un ejemplar en el inventario pero el libro no aparecía. Hasta que se le ocurrió al librero buscarlo en la sección de libros de cocina, entre recetas y chefs que la tele ha vuelto famosos. Ahí apareció y cuando le expliqué al librero que estaba mal catalogado, solo conseguí un gesto que decía “¿me vas a dar lecciones a mí de dónde poner los libros?” (seguramente tenía La ruta del dinero K en la sección viajes). Hace años sólo había un libro de cocina, el de doña Petrona, y compartía estante junto a la Biblia y el Quijote de la Mancha.
La cerveza vale lo que vale el primer trago. Los siguientes apenas pueden hacer algo para recordar el primero, quizá porque no sabemos beberla. Ojalá la onda de la cerveza artesanal nos enseñe a encontrarle el gusto y a saborear cada trago. Ya sabe que ahora hay que elegir colores y amargores además de la graduación alcohólica.
Junto al primer trago de cerveza Delerm menciona las sobras del domingo a la noche, cuando nadie quiere cocinar y la depre del fin de semana se instala en las casas. ¿Hay algo más sublime que terminarse los restos del asado, cortados en lonjas bien finas y acompañado con un poco de vino que quedó en el fondo de una botella?, ¿hay algo más rico que una noble ensalada de papas y huevos que sobrevive en la heladera? Y si no tiene vino, no le haga asco al whisky: queda genial. Y de postre le recomiendo la raspa del fondo del tarro de dulce de leche…

Entre les plaisirs minuscules Delerm describe 34, uno mejor que otro y ninguno puramente animal. No se trata de sexo ni de la satisfacción de necesidades básicas como saciar el hambre o la sed: esos no tienen nada de minúsculos… Andar por una ruta desierta de noche; caminar con un paquete de facturas un domingo a la mañana y descubrimientos inesperados como encontrar algo que ya dábamos por perdido.
Hace años vivía en Posadas un inglés que trabajaba para la Shell y jugaba al golf en el Tacurú: en el hoyo 19 pedía la cerveza que le diera mayor cantidad por menos precio y sostenía que no había otro criterio. Todos pensábamos –probablemente sin razón– que lo que buscaba no era cantidad de cerveza sino la mayor cantidad de alcohol por menos dinero. Es que en esto de beber cerveza, o vino o lo que sea, el mundo también se divide en dos clases de personas: los que buscan cantidad sin importar la calidad y los que prefieren disfrutar de la calidad aunque sea en menor cantidad (entre otras cosas porque es más caro).
No hay ningún problema entre los partidarios de la cantidad y los de la calidad… hasta que se juntan. Entonces se abre la caja de las tempestades, así que le recomiendo alejarse despacito y haciéndose el ñembo si le toca andar por ahí. Pasa que cuando se cuela un partidario de la calidad en el club de la cantidad, la reunión termina mal porque tarde o temprano la conversación cae en la cuneta y empieza a tratarlos de amarretes, roñosos, tacaños, mugrientos y borrachines de cuarta… y resulta que eso no le gusta a nadie. Y cuando es al revés arde Troya porque el partidario de la cantidad se toma hasta el agua de los floreros sin importarle el gusto, el paladar, las redondeces, los taninos y sobre todo el precio de cada botella.
No sé si es por la billetera, por la edad o por la cultura que a medida que crecemos preferimos menor cantidad de cosas mejores que más cantidad de cosas peores. Debe ser una consecuencia de la madurez –cuando vamos cayendo en la cuenta de que el tiempo es escaso– que nos hace pensar que sólo vale la pena leer libros buenos, visitar lo que ya conocemos y tomar whisky importado. Y ya se ve que no hay mal que por bien no venga.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar