La culpa del gliptodonte

Domingo 12 de noviembre de 2017

Debe ser un instinto ancestral de los argentinos. Quizá quedó en los genes de los tehuelches el miedo a los gliptodontes que campaban en la pampa hace 200.000 años. O el mareo hereditario de los que se bajaron de los barcos para mestizarse con las hijas de los guaraníes y charrúas...
Está probado que no podemos vivir sin vías de escape. Padecemos una ansiedad por huir de la gente que nos pone locos. Lo curioso es que sea de la gente y no de los fantasmas o de la peste y a pesar de los anuncios de Coca Cola que dicen que estamos todo el día a los besos y abrazos.
En cualquier pueblo más o menos civilizado, los que llegan primero a una reunión eligen los lugares y quienes llegan después se quedan con lo que hay. Si es un cine, un aula de clases, un teatro o una iglesia, el lugar que primero debería ocuparse es adelante y al medio, desde donde también se ve mejor o se aprende más... porque los que llegan antes lo hacen para conseguir como premio los mejores lugares y no para quedarse con los peores. Y como es lógico cuando van a una reunión a la que asiste mucha gente, los educados del planeta llegan puntuales, usan el baño antes de entrar en la sala y se van tranquilos después de que termina la función. Como fueron a eso y quizá pagaron para asistir, ocupan su tiempo asistiendo y no zangoloteando todo el tiempo y de acá para allá como bola sin manija.

Si en la Argentina mira con un drone un teatro, una iglesia, un cine, un aula de clases… va a ver que las cabecitas dibujan el contorno de una campana vacía, más ancha en la fila uno y más estrecha en la zona central. Debe ser el complejo del gliptodonte que provoca que la gente que llega primero se quede cerca de las vías de escape, los que vienen después pasan por encima de ellos, y los siguientes por encima de dos filas hasta que es imposible pasar por encima de cuatro o cinco, así que quedan vacíos los lugares de adelante y el centro, aunque sean los mejores. Los que llegan más tarde se van agolpando en el fondo, parados porque prefieren eso a la pirueta por encima de sus congéneres, que tampoco se quejan mucho porque todos padecen la misma tara.
Los grupos humanos como la multitud, el público, la manifestación, la procesión, el piquete... son focus groups gratuitos de nuestra inteligencia colectiva, que es algo así como la suma del coeficiente intelectual de todos los presentes dividida por la suma de su nivel de educación. Y en la Argentina da fatal.
Esta semana se realizaron en 31.300 colegios públicos y privados de toda la Argentina las Pruebas Aprender para evaluar el nivel de aprendizaje de primaria y secundaria. Participaron más de 1.200.000 alumnos de 4º y 6º grados de primaria y de 5º y 6º años de secundaria, que corresponde al 94% de los previstos porque el 6% de los colegios se negaron por cuestiones sindicales: dicen que es “una evaluación externa que vulnera la autonomía de las instituciones educativas, que está sujeta a lineamientos de organismos de crédito internacional que plantean el uso discrecional de sus resultados para imponer reformas educativas de tipo neoliberal.” Y sostiene el secretario general de la UTE que la prueba estigmatiza a los docentes; pero puede verlo así: no quieren que se sepa que los vagos son los maestros y profesores.
Es que el resultado de las Pruebas Aprender es de terror y nos deja muy mal en el ránking de países parecidos a nosotros que hace años estaban mucho más abajo en la tabla de niveles de educación. Hace lustros que en la Argentina igualamos para abajo: para no discriminar a los más vagos nos volvemos todos vagos y para no ningunear al menos inteligente enseñamos materias para tontos. Y el resultado es evidente en nuestro comportamiento colectivo.
Igualar para abajo es casi como un símbolo patrio, como el escudo o la bandera. Y parece que la culpa es del gliptodonte.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar