La democracia y nuestra inteligencia colectiva

Domingo 15 de enero de 2017

Habrá comprobado infinidad de veces el modo de sentarnos los argentinos en cualquier salón en el que hay filas de asientos, desde un aula de clase a una iglesia, pasando por el cine y el teatro. Los primeros que llegan eligen los lugares más cercanos a los pasillos. Los que llegan después se sientan en los siguientes, hasta que al final quedan vacíos los del medio, así que los que llegan por último tienen que molestar a toda la fila desde el pasillo hasta el centro. Además y por la misma razón, a la mayoría nos cuesta ocupar los primeros asientos. Preferimos los últimos, desde donde no hay que darse vuelta para tener el panorama completo. Para no pasar vergüenza o también para poder rajarse o para dominar el panorama, los que llegan al final prefieren no sentarse. Así resulta que la foto de esos actos se vuelve patética: las filas de adelante están vacías y también el los lugares centrales. Los bordes de los pasillos están llenos y en el fondo hay un montón de gente parada…
No me diga que esa foto no es la radiografía de nuestra inteligencia colectiva. Pero no es la única.
El otro día conspiramos tres amigos en un restaurante nada malo de Buenos Aires. Como llegamos temprano y teníamos que concentrarnos en el tema que nos convocaba, elegimos una mesa alejada y tranquila. Bueno, los siguientes comensales que llegaron se sentaron en la mesa pegada a la nuestra, y los siguientes en la del otro lado y los que los siguieron nos arrinconaron contra la pared. El resto del local estaba casi vacío, por lo menos hasta que nosotros nos fuimos.

Siga probando: tarde una micronésima de segundo en arrancar cuando el semáforo se pone verde y comprobará que lo castigan a bocinazos, acelerará con un gesto de hartazgo y además por las dudas soltará una puteada para los de atrás. Pero esta prueba es mucho mejor en el siguiente semáforo, cuando a usted le toca ser el segundo de la fila y el que tarda la micronésima es el que está adelante: le arruinará el tímpano para siempre con su bocina y lo puteará como si fuera la mala suerte.
¿Por qué Messi mete goles de tiro libre en el Barcelona y ni uno con la selección argentina?
¿Por qué un argentino cumple las leyes en Miami y no las cumple en Posadas?
¿Por qué cuando un funcionario es acusado de corrupción, en lugar de alegar su inocencia se defiende acusando de igual de corruptos a los que lo antecedieron o sucedieron? ¿y por qué el que lo acusa se queda lo más satisfecho con esta respuesta de sofista?
Puedo seguir, pero no alcanzaría el diario para comprobar que algo le pasa a nuestra inteligencia colectiva y por tanto a nuestra convivencia como nación y lo podemos probar en cada semáforo o en cada conferencia de prensa.
Los argentinos somos bastante buenos individualmente y bastante malos como colectivo que piensa. Y un país democrático es un formidable proyecto de inteligencia colectiva, que puede funcionar o no funcionar.
No hay modo de arreglar la Argentina si no nos empeñamos durante años –muchos años– en educar a las nuevas generaciones en la convivencia pacífica de los que piensan distinto. Domingo Faustino Sarmiento sabía que había que enseñar esa convivencia si queríamos ser un gran país. Años después el autoritarismo hizo fracasar su proyecto y es la causa hasta de la falta de goles de Messi en la selección.
Hay que volver a empezar de una vez por todas.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar