El pasado no tiene remedio

Domingo 4 de diciembre de 2016
Misiones y la Argentina llegaban hasta el río Chapecó en 1895, muy cerca de donde en 1917 se fundó la ciudad con el antiguo nombre tupí del río. Eso fue antes del laudo arbitral del presidente Grover Cleveland, cuando quedaron fijados los límites actuales que nos dividen de Brasil en los ríos San Antonio y Pepirí Guazú. Pero antes la Argentina pretendía llegar hasta el río Chapecó que desemboca en el Uruguay unos 100 kilómetros más al oriente que el Pepirí Guazú. La ciudad de Chapecó está más cerca de El Soberbio que de Florianópolis, la capital del estado de Santa Catarina. Enclavada a 670 metros del nivel del mar, en la misma sierra que Oberá y Aristóbulo del Valle, que se extiende hacia el Este entre los ríos Iguazú al norte y Uruguay al sur. Las ciudades de la frontera, Bernardo de Irigoyen y Dionisio Cerqueira, recuerdan a los cancilleres argentino y brasileño que firmaron el laudo arbitral de Cleveland que dejó los límites donde hoy están.
Hoy Chapecó tiene algo más de 200.000 habitantes, la mitad de Posadas. Lo curioso es que la mitad de Posadas tiene –tenía– un equipo de fútbol que estuvo a punto de jugar la final de una copa continental. Lo que quiere decir que no hay ningún motivo para que no lo pueda hacer un equipo de Posadas, que para hacer más proporcionada la comparación debería llamarse Posadeño… bueno… Guaraní… Crucero… no sé… no me metan en líos.
Estremece pensar que si Marcos Angeleri metía el gol en el último segundo del partido entre San Lorenzo y Chapecoense, salvaba de la muerte a 71 personas y de una vida complicada a los sobrevivientes del avión de Lamia que se estrelló el lunes a la noche en las montañas de Rionegro, en Colombia. Le faltaban apenas ocho millas para llegar al aeropuerto de Medellín y todo parece indicar que se quedó sin nafta. Estremece por lo cercano, en el tiempo y en el espacio y porque todo accidente de aviones afecta a los que vuelan más o menos seguido. Y eso de quedarse sin nafta es tan común… en los autos. Unos días antes los vimos empatar contra San Lorenzo y clasificar a la final gracias a la estirada salvadora del arquero Danilo, que una semana después iba a morir por las consecuencias del accidente.
Si hubiera dejado pasar esa pelota… o si Angeleri la hubiera levantando un poquito… “y si mi abuelita no se hubiera muerto, viviría” dice mi padre… Es que esos futuribles son pensamientos tan pavos como decir que si al fundador de Chapecoense no se le hubiera ocurrido empezar un club de fútbol… ¿y si entraba la pelota de Angeleri se morían los de San Lorenzo…? otro pensamiento tanto o más pavo que el anterior. Si conociéramos el futuro y pudiéramos decidir entre atajar una pelota o la vida de toda esa gente, no hay opción. Pero la realidad no es así a pesar de lo que digan todas las películas que juegan con el pasado y el futuro.
Se lo voy a decir de una y en crudo: el pasado no tiene remedio.
Es así aunque nos cueste admitirlo. Pero los culpables del accidente el avión de Lamia no son Angeleri ni Danilo, que en paz descanse. El culpable principal es el piloto comandante del vuelo charter de Lamia contratado para viajar de San Pablo a Medellín vía Santa Cruz de la Sierra. Y secundaria, solidaria, es culpable la empresa de aviación. El avión debía repostar combustible para no llegar con lo justo a Medellín, porque lo justo, ya se sabe, nunca es lo justo; surgen imprevistos y por eso hay que andar con margen suficiente. Y para confirmarlo están las normas de la aviación civil de todos nuestros países, que para el caso son iguales que las de Noruega, lo que pasa es que los noruegos cumplen las leyes. Y también hay que pensar que si hubiera aterrizado felizmente, aunque sea con el olor de la nafta, no estaríamos hablando de esto.
Pero déjeme que me quede con la idea que titula esta columna:
El pasado no tiene remedio.
Lo que tiene remedio es el futuro, pero para remediar el futuro no queda otra que aprender del pasado, para la próxima vez. Piénselo cada vez que quiera volver las cosas atrás. No hay modo: lo hecho, hecho está y no queda otra que hacerse cargo de las consecuencias.

Por Gonzalo Peltzer
gpeltzer@elterritorio.com.ar