Mercosur

Martes 21 de febrero de 2017

El 15 de diciembre de 1995, en la solemne sala de las columnas del Palacio de Oriente de Madrid, bajo la mirada escrutadora del emperador Carlos V, en un bronce guerrero, el Mercosur firmó un acuerdo marco con la Unión Europea. Estaban presentes todos los cancilleres de Europa y le correspondió firmar al nuestro, por entonces el ingeniero agrónomo Álvaro Ramos, en carácter de presidente en ejercicio del Mercosur.
Desde entonces, trabajosamente, se arrastra la idea de liberalizar el comercio entre las dos regiones. Valgan estos 22 años como testimonio de la enorme dificultad de esta posible —y deseable— alianza que estos días aparece resucitada en las noticias periodísticas. A raíz de los arrebatos retóricos del Presidente de los Estados Unidos contra México, China y la propia Europa, se habla por todos lados de las alternativas y allí aparece, citada con mucha ingenuidad, esta relación interregional de tan espinosa posibilidad.
En ese contexto, se reúnen en Brasilia los presidentes de Argentina y Brasil y vuelven a la palabra mágica: relanzar el Mercosur. Los hechos nos dicen que luego de su firma, en 1991, el tratado funcionó muy bien, hasta que en enero de 1999 la devaluación de Brasil puso todo en entredicho. Quedó claro que había una gran asimetría entre los socios y que de un sacudón brasileño no se salvaba ni Argentina. Desde entonces, se ha ido a los tumbos.

El Mercosur, como zona de libre comercio que es, ha vivido las constantes violaciones al tránsito de sus mercaderías, que se suponía abierto entre sus fronteras. Como unión aduanera que pretende ser, con un arancel externo común, que fijara los gravámenes de importación igualitarios para todos, aun menos ha funcionado. Las violaciones han sido frecuentes y las excepciones enormes, como la zona franca de Manaos, donde Brasil maneja una economía propia, al margen de toda restricción.
En una palabra, los intereses particularistas han predominado. Uruguay, por ejemplo, sacrificó numerosas actividades ante la producción argentina y brasileña en la esperanza de desarrollar otras dirigidas a los mercados vecinos. Al principio, se caminó en la buena dirección, pero a poco de andar Brasil, y muy especialmente Argentina, comenzaron a limitar la competencia y a proteger industrias que no estaban en capacidad de competir. Con los Kirchner se llegó a la arbitrariedad total.
En ese contexto crítico, en 2006 oímos, desde Córdoba, una vez más la palabra mágica: relanzamiento. El entonces presidente Hugo Chávez fue más allá: "Nace un nuevo Mercosur". No hace falta analizar mucho para advertir el desastre que fue esa incorporación de Venezuela, que agravó aún más las dificultades, tanto económicas como políticas. La propia entrada fue un acto espurio y hoy Venezuela está suspendida porque, como era previsible, no ha cumplido ningún aspecto del tratado, ni en lo comercial ni en lo democrático.
El año pasado se celebraron los 25 años con una ceremonia en la sede mercosuriana del Parque Hotel y fue todo muy triste. Se comenzó con una infeliz declaración del secretario Jorge Taiana, el ex canciller kirchnerista, y se terminó con la bancada parlamentaria brasileña sentada al fondo, con el presidente Vázquez acompañando su protesta por la mala ubicación protocolar que se le había asignado.
Ahora se reúnen los dos presidentes de los países vecinos y, sin siquiera una presencia simbólica de Uruguay y Paraguay, expresan su voluntad de profundizar la relación. No arrancan bien, porque debieron integrar también a Paraguay y Uruguay, cuyas economías son de menor porte, pero representan países tan respetables como los de mayor PBI. Esto podrá superarse, naturalmente, pero si se quiere hacer algo de verdad, hay que asumir riesgos. Una Argentina en clima electoral, ¿puede sacrificar en el altar de la competencia alguna actividad, como la industria de partes automotoras, para que compita con la brasileña en condiciones más severas? A su vez, ¿puede este Gobierno brasileño, tan discutido, asumir riesgos reales? Todo es difícil. Muy difícil. Requeriría grandeza para superar el momento. Estamos convencidos de que no les falta voluntad. La cuestión es si pueden. Razón por la cual hay que ser muy realista y franco cuando se hablan de estas estrategias, que pueden ser válidas pero que —por cierto— no son gratuitas para nadie.

Por Julio María Sanguinetti
Ex presidente de Uruguay