Ética y corrupción

Jueves 19 de octubre de 2017

Sócrates fue el fundador de la filosofía moral, posteriormente, Aristóteles denominaría con el nombre de Ética: tratado del carácter y de la virtud como hábito de hacer el bien. Acusado falsamente por sus enemigos de ateísmo y relajar a la juventud, Sócrates, fue condenado a morir bebiendo cicuta. Discurría que la muerte es un sueño sin sueño y que el alma transitaba de este mundo a otro mejor. Pudo salvar su vida eligiendo el destierro. Pero eso significaba abjurar de sus ideas, de sus enseñanzas y desobedecer a la justicia que tanto defendía y lo había condenado. Por eso prefirió beberla.
Esa moral tácita de Sócrates, se considera el genoma primario de la ética greco-latina que luego se extendería por el mundo occidental y cristiano. Constituye, por cierto, hasta hoy día, el sostenimiento primordial de la sociedad y del grupo familiar de donde saldrán los hombres y mujeres de bien, que tendrán por destino desarrollar las diversas actividades humanas y, entre ellos, quienes se dedicarán a la política. La política, se sabe, es el arte de lo posible. Pero de lo posible en concretar el bien común del gobernante hacia los gobernados, cimentado en los valores inestimables de la honradez, la justicia ecuánime y la libertad en democracia.
La generación de los 60, que valorizamos la lucha de los 70 hasta que se instauró el gobierno civil en el 73 y ocupamos cargos públicos en el Estado de aquellos años, época en que el país convulsionaba debido a las continuas asonadas y golpes militares, tuvimos de ejemplo hombres políticos que gobernaron dignamente y fueron probos en su conducta. Hombres muy bien reconocidos por la ciudadanía debido a la honestidad y rectitud demostrada como funcionarios. Elijo un nombre en el orden nacional para poner de ejemplo: El Dr. Humberto Illia, paradigma de austeridad republicana.

Pero también en nuestra patria chica se destacaron personalidades con esa condición moral. Individuos estrictos que usaron sus cargos para servir y no servirse. Acordémonos  de algunos nombres de gobernantes del pasado: Aparicio Almeida, Claudio Arrechea, Francisco de Haro, César N. Ayrault, Atilio C. Errecaborde, Mario Losada, Miguel Ángel Alterach, Balbino Brañas, Armando López Torres, por nombrar a quienes acuden a mi memoria.
Entonces, si en la vidriera actual del aquelarre político de denuncias y contradenuncias de actos de corrupción, donde se observan funcionarios presos, otros que están siendo juzgados o caminan en esa dirección, cabe preguntarnos ¿en qué situación queda la república? Y doble pregunta ¿Cuándo se saldrá de esta medianía inmoral? Porque todavía retumba el exabrupto del periodista militante y el político de la militancia que expresaron como apotegma: para hacer política hay que ser corrupto. Y esta cínica afirmación oscurece el panorama nacional.
No obstante, dentro del pesimismo que nos abruma, como decía Jauretche, debemos confiar en la  juventud de la patria que no tiene máculas.  Pues el porvenir de la Argentina estará en sus decisiones y en ellos debemos creer como acto de fe. Y darle crédito, que efectivizarán el cambio moral que nuestro bendito país necesita.
Honestidad: Juan J. Olmo, profesor de historia, Rector del Colegio Nacional y por lustros Director de la Biblioteca Popular, fue nombrado ministro en época del gobierno de Gregorio Pomar. Éste, sin decirle nada a Don Juan, nombra a su hija María Elisa vocal en el Consejo de Educación. Contenta va y le comenta a su padre la buena nueva. Juan Olmo le contesta: “Te felicito hija, pero cuando tú entres por una puerta, yo me iré por otra”.
 El Dr. Roberto Dei Castelli daba clases en el Colegio Nacional, y al ser nombrado integrante del Superior Tribunal de Justicia de la Provincia renuncio a la cátedra, y explicó porque lo hacía: Si bien, decía, la docencia no es incompatible con el cargo de ministro, considero que no es ético cumplir la doble función, porque no sé si podré atender los dos compromisos con la misma dedicación. Cuando funcionarios de Yacyretá, se allegaron a la oficina del escribano Miguel Ángel Alterach a ofrecerle el cargo de Notario de la Entidad, él le contestó: Agradezco esta distinción que se me ofrece pero no sería ético aceptarlo, pues lo correcto es que concurran al Colegio de Escribanos y que ellos por orden alfabético designen al notario correspondiente. Fue a principio del año 1983 y a mí nadie me lo contó, estuve presente. En resumen, la ética se puede enseñar, pero más con el ejemplo.

Rubén Emilio García
Escritor